domingo, 17 de noviembre de 2024

Lo fugaz y lo permanente en la poética de Manuel Cabesa

 

 -Texto y fotos: Alfonso Solano-

 

 En una oportunidad, cuando se celebró la Feria Internacional del Libro homenajeando al poeta Ramón Palomares, la casa editorial Monte Ávila Editores presentó en la ciudad de Caracas, el libro Un lento deseo de palabras, texto que recoge toda la obra poética creada desde 1980 al año 2003 del poeta, bibliotecario, narrador y ensayista caraqueño Manuel Cabesa. Desde sus primeras páginas, asistimos a un rito privado de viaje al interior del ser que se interroga, y en donde la palabra se va desnudando en su tránsito silencioso; el poeta evoca con tono celebratorio la presencia iluminada de la imagen femenina. Esta presencia, esta mujer, se va descubriendo en la medida en que los versos se adentran en los territorios donde bajo “el rumor de la tierra despoblada” el cuerpo primigenio, pasivo y sagrado de la mujer recorre, a lo largo del poemario, las imágenes sensibles de una vida consagrada al delicado y peligroso oficio de nombrar lo femenino en la palabra que transita la intemperie existencial. Desde vida en común hasta su último poemario escrito en el 2002 distante mundo ya perdido, esta presencia contenida en su verbo poético actúa como una fuga hacia la otredad desconocida, una especie de expiación hacia lo feérico femenino, lo cual caracteriza de una manera singular este poemario, escrito desde los territorios misteriosos de la palpitación, de la ansiedad y de la inquietud por descubrir el descarnado devenir del universo y la existencia que se transmuta en el cosmos femenino, abandonado en el cuerpo del poema. Por esta razón el poeta nos dice:

 

Que pobre soy

Tan pobre que arrastro en mi camino

las piedras más tristes (…)

Las palabras más hermosas

hablan de tu piel.

 

En cada palabra escrita, en cada cara del verso, tiene lugar ese prodigioso encuentro entre el poeta que se oculta y la mujer que lo descubre:

 

El resplandor

de tu mirada

extendida

hacia la vertiente

de la noche

Recrea

la memoria del amor

Arraigado

en la imagen

del poema.

 

En este acto de “conocer y nombrar” lo innombrable, el poeta se despoja de significados religiosos o definitorios y abriga el contacto con lo transmutable en el vértice luminoso del constante encuentro con la amada desconocida:

 

He cabalgado hasta las tierras labradas

por los estertores del sueño

buscando el pensamiento de los pájaros

Y ahora espero regresar a ti

Vencedor inefable del tiempo infinito.

 

Reiteración del regreso. Esperanza del encuentro, experiencia Nietzscheana de la reiteración y del ensueño. El espacio poético siempre será posible si ha tenido correspondencia con la luz de la Nadja o la Elena de sus ensoñaciones, en la que el poeta evoca y nombra a la mujer desconocida, en un recorrido plausible por la senda “en el origen de la quietud y la sencilla lumbre” como nos dice con claridad meridiana el gran poeta nuestro Alfredo Silva Estrada en un ensayo suyo acerca de la poesía de Elizabeth Schön.

En su segundo libro llamado: secreta permanencia, escrito entre los años 82 y 88 del siglo que nos antecede, el poeta Manuel Cabesa nos invita para que recorramos, junto a él, su celebración de la palabra poética, su pasión a ciertas cosas del amor, a “ciertos nombres de seres, de recuerdos, de frutos” como nos dice el epígrafe de Homero Aridjis que da inicio al poemario. “La poesía como el amor funda lo que permanece” nos dice el bardo en un verso inicial de este poemario que trastoca los territorios ocultos de la palabra escindida de todo significado corporal, de toda significación lineal. Jean Wahl nos recuerda que ser poeta “es efectuar un movimiento que va del inconsciente a la conciencia”. Podemos ver este movimiento en los grandes poetas franceses de la modernidad, sobre todo en Paul Valery quien afirma con vehemencia que la significación, el pensamiento y los contenidos de ese pensar, deben estar escondidos en las palabras del poema “como la virtud nutritiva en un fruto”. Nada más cerca de la verdad en el contenido de los versos de secreta permanencia donde se gestan las resonancias y las revelaciones de una palabra oculta, de una palabra secreta:

 

No solo de palabras frías

está formado el cuerpo del poema

adentro como en un cofre

guardo los sentimientos

de antes y después del naufragio (…)

 

Ese naufragio del poeta se expresa en las ataduras propias de quien sufre los embates del desamparo amoroso y los confina “como una flor de fuego y eternidad” al enigma en cuya simiente “nace y se destruye la verdad y la razón”. Esta reflexión en el contenido interno del poema, nos recuerda lo que una vez escribió Sartre en su lúcido ensayo, ¿Qué es la literatura? cuando afirma que “entre la palabra y la cosa significada se crea una doble relación recíproca de semejanza mágica y de significación”. Esta significación, este reflejo de la realidad interna del verso está “vaciada en la palabra, absorbida por su sonoridad o por su aspecto visual”. Tanto para Sartre como para Valery, esta significación en el pensamiento del poema nunca terminará de revelarse, puesto que “las modulaciones de ese desconocido son, en principio, infinitas. En principio, a no ser por la humana contingencia” nos recuerda Silva Estrada en su brillante ensayo acerca de la poesía y su significación en la obra de Paul Valery. Veamos el siguiente poema y asistamos con el poeta, al signo oculto de su secreta permanencia:

 

Como la flor del durazno

es arrastrada con serenidad

por la corriente

Como los colibríes de primavera

elevándose hasta el cielo

Así las palabras habitan el poema

vestidas de jade.

 

En poesía “la palabra no pierde su significación, su sentido. Pero el sentido aquí se vuelve nada, se deshace, se desvanece apenas intentemos separarlos del sonido, del cuerpo poemático” nos vuelve a recordar Silva Estrada en el ensayo antes mencionado. Estos aspectos del poema en su resonancia interna, Cabesa los revela en su palabra como un resplandor en medio de un mar turbio y oscuro azotado por la tormenta de los vientos:

 

Mejor inventar un nombre menos doloroso,

una soledad hermanada en la espiga del poema (…)

Qué somos sino máscaras franqueando años de espera.

 

En este estado poético, la inspiración como el sueño es “perfectamente irregular, inconstante, involuntario, frágil… y lo perderemos como lo obtenemos: por accidente” (Paul Valery; conversación sobre la poesía.) Luego, más adelante en su último poemario escrito en el año 2002, distante mundo ya perdido, el poeta nos afirma: “Al final todos somos rehenes de los días…con la extrañeza de un silencio arraigado entre las líneas del poema”. Y reafirma la presencia luminosa del deseo hacia la mujer: “Basta un amor para nombrar lo inefable”. Así como existe un azar adverso en la poesía, hay otro azar inmediato que es su aliado: a veces “un sonido puro suena en medio de los ríos” (Silva Estrada: Valéry: el otro, el mismo).

 

Junto a su imagen poética transmutada en el cuerpo femenino, con su andar lento de palabras, podemos resumir de igual manera, que toda palabra “es anterior a la figura que designa” y además que “toda palabra es anterior a sí misma”. Al final, como en el poema inicial de secreta permanencia, admitamos y celebremos junto al poeta de forma prodigiosa que, “la poesía finalmente abra caminos consagrados por la luz”.

José Campos Biscardi: más de medio siglo en el arte

 


-Rafael Ortega-

 

José Campos Biscardi nació en Arboledas, Colombia, el 22 de diciembre de 1944, y reside en Venezuela desde 1953. Realizó sus estudios en las escuelas de artes plásticas de Cúcuta, Colombia, y de San Cristóbal, estado Táchira.

Desde que era un niño sentía una gran afición por el dibujo y la pintura. Hacía historietas y les dejaba los espacios para colocar los textos cuando aprendiera a leer. 

 

 Cuando comenzó formalmente sus estudios de artes plásticas -a la edad de 17 años-, en sus manos fue a parar un libro sobre las obras completas de Vincent Van Gogh, lo cual lo conmovió tanto que decidió entregar su vida a la pintura.

En aquel tiempo, su primer encuentro con el arte moderno fue a través de un libro donde estaban las obras más importantes del Museo de Arte de Nueva York y desde allí tuvo una clara visión de lo que sería su futuro.

“Yo quise ser como los mejores pintores del mundo y terminé siendo Campos Biscardi”, expresó.

 

Tras exponer individualmente su obra en la Biblioteca Pública de San Cristóbal, Venezuela (1965), así como en Cúcuta y Bogotá, Colombia (1967), Campos Biscardi se trasladó a Caracas, en donde comenzó a darse a conocer en el marco de los salones consagrados a la nueva generación que se rebeló al despuntar la década de los setenta y a la cual él mismo perteneció.

En la actualidad, José Campos Biscardi tiene más de cincuenta años dedicados al mundo de las artes plásticas y ha obtenido numerosos premios y reconocimientos por sus obras.

 


En cuanto a su visión sobre el arte, Campos Biscardi considera que es una de las profesiones más hermosas que existen en el mundo, pero a su vez es la que requiere mayor disciplina porque no tiene horario fijo ni salario básico.

“Trabajamos hasta en los sueños y no nos jubilamos. Entregamos nuestro espíritu y corazón a los ojos y oídos de toda la humanidad”, sentenció.

Más de cinco décadas después, aún conserva la nota de prensa de un periódico de San Cristóbal,  estado Táchira, cuyo titular era: “Joven de 17 años expone en Táriba” y en el antetítulo decía: “Sus cuadros merecieron calurosos elogios en Capacho”.

 

Al igual que este artículo de prensa que conserva con mucho recelo, Campos Biscardi guardó para sí mismo una frase de su amigo Julio Pacheco Rivas: “Un premio es un saludo en el camino”.

 Con estas palabras queda claro que a lo largo de toda su trayectoria, muchos han sido los premios y galardones que Campos Biscardi ha recibido con plena humildad.

Acerca de la temática de su obra, el maestro señaló que en sus comienzos pintaba piernas con nubes y paraguas, luego pasó a plasmar el cerro El Ávila y ahora trabaja sobre las minas antipersonas.

“Uno va tomando cosas de diferentes sitios, épocas e historias”, reveló.

El maestro Campos Biscardi se puede considerar como el nuevo pintor de El Ávila, montaña que dice heredó del también pintor Manuel Cabré, al que ha dedicado una buena parte de su obra durante su vida artística.

 

“Es que El Ávila es un icono, un personaje que me da muchas posibilidades. Lo he puesto a bailar, a caminar por el vagón del Metro de Caracas, lo trato como si fuera un niño. Hay obras donde aparece El Ávila rescatando a un pequeño Ávila herido, lo pongo de papá, lo abrazo con el cerro Monserrat de Bogotá, haciendo un saludo binacional”, afirmó el artista.

A través de su obra ha representado a nuestro país en importantes Bienales en París, Brasil, Puerto Rico y en Beijing, China. Las exposiciones de su obra lo han llevado a ocupar destacados lugares en países como Estados Unidos, Alemania, Suiza, Bulgaria, Israel, Italia y otros.

 


Campos Biscardi  sostiene que ha llevado a pasear  a El Ávila a todas partes. “En Suiza hice una serie que se llamaba El Ávila en la tierra de Guillermo Tell, son cuentos de Guillermo Tell. Estuve pintando allá en Suiza e hice esa serie, luego lo llevé a Bulgaria y lo puse abrazado con una nubecita búlgara”.

Recordó que en una oportunidad le tocó describir de manera conceptual su trabajo con la finalidad de publicar una breve reseña en un catálogo del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas y escribió: “Soy un pintor costumbrista porque surrealista es el país”.

 

Incluso, Campos Biscardi es de lo que piensan que la sátira es  parte fundamental de la vida del ser humano. Es por ello que su obra se ha caracterizado por ser impecable en el tratamiento del dibujo y el color, impregnándola casi siempre de un humor en ocasiones negro y en ocasiones blanco.

Y aunque reconoce que su transitar por el arte ha sido duro, no duda en asegurar que ha sido maravillosamente placentero. “No sé si es un grado de masoquismo, pero yo he sido feliz y hago lo que más me gusta”.

Por este motivo, Campos Biscardi recomienda “paciencia, curiosidad y unas ganas inmensas de trabajar duro sin esperar nada a cambio”. Cualidades que el artista cree necesarias en todo aquel  interesado en dejar volar su inspiración y plasmar su propia realidad  para convertirla en arte.

 


Pese a que no acostumbra dar consejos, sugirió a los jóvenes que deseen hacer carrera dentro del mundo de las artes plásticas que deben trabajar muchísimo porque el camino no es nada fácil.

 “Es difícil superar el lienzo en blanco, pero una vez que dominas la técnica lo demás surgirá solo”, concluyó.  


 

 

Caracas, Venezuela, marzo de 2013

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Testimonios de un narrador americano

  Para los antiguos cofrades Manuel Cabesa y Rafael Ortega

 

-Leonardo Maicán-

 


     Quiero dejar testimonio acerca de una verdad irrefutable: Yo no he participado jamás en un taller literario, en el sentido epistemológico de lo que es un taller literario. Eso, a pesar de unos poemas míos incluidos en la antología del taller literario Los moradores. Por cierto, poemas escritos y publicados en Contenido en 1992, ocho años antes de que iniciara el taller. Esto lo digo porque hay quienes creen que yo soy un escritor “made in taller”. ¡Santos demonios! ¡Que no se ponga uno a tragar libros como un chivo a ver si va a hornear buen pan! ¡No te pongas tú a darle julepe al lápiz a ver si te van a salir juanetillos en los dedos! El único taller al que he asistido es al taller de la vida, en el que he ejercido los más disímiles oficios: obrero, vigilante, corrector, mamonero, ayudante de albañilería, limpiador de tumbas, paracaidista, profesor, etc. Así, el mirar la ciudad desde arriba, desde un paracaídas, me permitió más tarde, al asumir la escritura como oficio, a tener una mirada panóptica mucho más limpia al momento de narrar o describir ciertas situaciones.

   A pesar de mi título universitario en lengua y literatura con mención magna cum laude, me considero con toda franqueza un autodidacta. Como ha señalado mi amigo Manuel Cabesa: “Leonardo Maicán tiene la virtud de ser un escritor que se ha hecho a sí mismo” (revista Pie de Página, febrero de 2009). No niego que en una que otra ocasión asomé mis narices en uno que otro taller, ya por camaradería o por solidaridad etílica, más pendiente de la curda de final de taller que del evento en sí. Y aun me he arrimado al taller de Gloria Dolande, excondiscípula mía del Pedagógico, para compartir impresiones con sus talleristas. Todo esto viene a cuento, porque quiero homenajear a dos importantes talleres que han florecido en Maracay.

   A Harry Almela lo conocí en 1992, cuando asistí a una de sus reuniones. Empleaba el poeta un método poco pedagógico: Una vez por semana, un participante se comprometía a llevar al taller un texto de su creación. Texto fotocopiado tantas veces de acuerdo con el número de participantes. Luego cada uno de los talleristas, previa lectura del material, debía hacer las respectivas críticas y recomendaciones. Muchas de las críticas lanzadas por los “contertulios” eran ácidas, zahirientes. Lo triste era que la “víctima” no podía defenderse, pues según lo convenido, debía permanecer sentada, muda, oyendo las críticas (buenas o malas). La semana próxima era el turno de otro participante, y quien ayer fue víctima mañana sería verdugo. Rafael Ortega me contó el caso de una chica que era “verduga” con todo el mundo, y cuando le tocó su turno de traer su texto, la crítica fue tan despiadada que la pobre muchacha rompió a llorar. Aun los más talentosos recibían su buena dosis de cicuta. Yo, que era un genio en ascenso, dejé la peluca el primer día. Esa fue mi primera incursión en la República de Almela. Volví a sus predios una década después. Para entonces, la pedagogía empleada por Harry era más flexible. Pero esta segunda incursión mía tampoco duró mucho: una noche Harry me corrió de su taller porque preferí irme a beber caña con Manuel y con Juancho antes que oírlo a él. No le guardo rencor a Almela, a quien considero uno de los poetas más cultos de su generación. Poeta cuyo taller marcó época en los 90 y primeros años del siglo 21.

   La llegada de Manuel Cabesa a Maracay coincidió con la publicación de mi libro Duelo de ases, en 1995. Hombre de inteligente conversa, en primera instancia Manuel se nos presentó como poeta, pero pronto sacó a relucir sus dotes de narrador: En 1996 se ganó una Mención Honorífica en el V Concurso Literario Semana de la Juventud, concurso donde tuve el honor de participar como miembro del jurado junto a Rosana Hernández y Ángel Gustavo Infante. Era la época en que Rafael Ortega, Manuel Cabesa y yo nos la pasábamos saltando de bar en licorería. Aparte de las espumosas, nos unía un interés superior: las letras. En cada “parada etílica” no hacíamos sino hablar de Borges, Cortázar, Gallegos, Fuentes, Rulfo, etc. ¡Sin darnos cuenta, estábamos haciendo taller literario callejero! Esta etapa “pretallerística”, que va del 95 al 99, la he llamado “codolingus”, pues a los tres nos gustaba empinar el codo y darle a la lengua.

   Contrario a la creencia general, el taller no comenzó en 1999, sino en el 2000. Imposible que haya sido en el 99, pues yo (que tenía entonces 32 años) ingresé al Pedagógico en octubre de 1999, y para esa época el taller no había arrancado. Doy por seguro que fue en el 2000, lo recuerdo porque ese año fue la batalla electoral entre Chávez y Arias Cárdenas. Además: Guardo viejos papeles en mi baúl que avalan mis palabras, pero por ahorrar espacio no voy a citarlos. En fin, alrededor del núcleo fundador (Rafael, Manuel y yo) fueron integrándose otras voces, sobre todo, compañeras mías del Pedagógico. El taller, que entonces carecía de nombre, lo llamábamos de manera informal la Cofradía, en honor a una cofradía juvenil que aparece en la novela Juegos bajo la luna, de Carlos Noguera, que recién había leído. Era común escuchar entre nosotros: “Hoy se reúne la Cofradía”. Yo, fiel a mi espíritu “sudista”, un día me separé de la confederación tripartita, o “cuatripartita”, si nos atenemos a las palabras de Manuel: “Recuerdo las alegres discusiones que manteníamos en aquellos días Rafael Ortega, Leonardo Maicán, Alejandro Ramírez y quien esto suscribe” (contraportada de Los moradores).

   Mención aparte merece Contenido, ese espacio para el disfrute de las artes y las letras que desde hace más de dos décadas coordina el poeta Alberto Hernández, antiguo profesor mío de Castellano en el año liceísta 1982-83. Contenido, tribuna donde publiqué mi primer cuento, Fantasma vespertino, en la ya lejana fecha del domingo 7 de julio de 1991. Y es que sin ser un taller literario, Contenido ha sido ventana, y escuela, para muchos escritores de nuestra región, y de más allá. La historia de la literatura te recompensará, maestro, y mi mente revolotea como un turpial en los siglos por venir, y allí veo a Contenido, brillando cual faro de Alejandría en el árbol del tiempo, a cuya sombra el viejo Virgilio sigue cantándonos sus églogas al viento.

   Me place saber que la Cofradía (llamado hoy Los moradores) haya logrado mantenerse en el tiempo. No quiero despedirme de mis lectores sin antes decir que el soldado paracaidista de la foto soy yo, minutos antes de subirme al avión para saltar. En el reverso de la foto, escribí: “Recuerdo de mi último salto. Base Aérea de Palo Negro, 17-3-88”. ¡Antiguos cofrades, este anís va por ustedes! ¡Salud!

lunes, 11 de noviembre de 2024

Dos poemas de Reimar Arcia

 

Nadie lo sabe

pero estos últimos años

mis ilusiones se apagaron,

mi fe y esperanza estaban rotas

como cuando quiebras un espejo

 

Pedazos que cuando intentas unirlos

no le encuentras forma

ni sentido

y te  dices: no hay remedio

 

Para su forma de ser

para su pasado

para ella

 

Muchos se cansaron

de ver esos pedazos

en el piso

y fueron incapaces

de levantar alguno

 

Pero suerte lo tengo a él.

Él sabía que esto pasaría

él sabía que todo

estaría destrozado, roto y en pedazos.

 

Sin embargo

él me acepto

tal y como soy,

no me juzgó.

Me comprendió

me ayudo con sus palabras,

y con su amistad

me dio la fuerza que necesitaba

para recoger esos pedazos.

 

Me enseñó

que no importa

si los vuelvo a pegar

jamás quedarán igual,

y eso está bien

porque todo en la vida cambia

y también sanas.

 

 

 

***

 

 

No soy de hierro pero tampoco de cristal.

 

Me la paso descargando canciones, pero al final termino escuchando

las mismas de siempre.

 

Me gusta mi soledad,

aunque a veces me pone triste.

 

Aprecio la compañía,

pero por otro lado amo la soledad.

 

No me gusta demostrar debilidad,

pero suelo ser muy sensible.

 

Soy muy sociable,

pero también tengo mis silencios.

 

Me encanta comentar mis sueños,

pero la verdad es que poseo secretos que sólo yo misma sé.

 

 

 

IG: @reimararcia