lunes, 22 de septiembre de 2025

Esta calle llevará tu nombre

 


Texto y fotos: Rafael Ortega

(Colaboración de Isabel Rivas)


Todos sabemos que las ciudades crean sus monstruos y los abandonan al olvido, pero también es cierto que cuando las calles adoptan a esos seres proscritos, los arrullan por las noches para que no mueran de pena.

Con el tiempo, el hijo se hace fuerte y astuto, algunas veces vulnerable y sentimental, pero dueño de una sabiduría que sólo la maestra vida es capaz de transmitir a sus alumnos.

Muchos estudiantes han sido graduados por la maestra vida, pero en nuestra ciudad destacaba una alumna: Zoraida García, como la más brillante.

En un desfile de feria por la avenida Bolívar de Maracay, por los años ochenta, tuve la oportunidad de conocerla. Yo era un adolescente y acababa de salir del bachillerato, pero jamás había visto —ni de lejos— a un poeta.

La primera impresión que causó ante mis ojos bastó para comprender su entrega por el arte, pues a pesar de que estaba rodeada de indigentes, seres envilecidos por el licor, su figura emergía entre la podredumbre como una flor en medio del fango.

La recuerdo como una mujer delgada, de porte elegante, que se expresaba con una voz armoniosa y una dicción muy limpia. Era exquisito verla empinarse la botella y devolverla con gracia a sus compañeros.

Seguidamente, cuando pasó frente a la mesa de un artesano que conversaba conmigo, tomó unos collares de caña y los escondió entre sus pantaletas. Se paró frente a él y lo retó a que se los sacara. El artesano dejó que se marchara y no le quedó otra que celebrar la travesura entre risas.

Describir o definir a Zoraida García no es tarea fácil, escribió Agustina Ramos, y estoy totalmente de acuerdo. Por su parte, Eleazar Marín la define como un ventarrón público que, de manos a una botella, deambulaba sobre su miseria (...) como palabra irreverente, como locura impuesta por las desgracias del amor, como ojos y lengua acusadora, sonoridad y desparpajo que algunas veces causaba constricción y la mayor de ellas cariño.

Después de aquel encuentro, volví a verla en cualquier paraje, a veces sola, a veces acompañada, pero jamás tuve la osadía de acercármele aunque sea para extenderle mi mano y decirle: ¡Salud, poeta, algún día esta calle llevará su nombre!

Luego de unos meses me enteré de su muerte. A pocos días del trágico incidente, Eleazar Marín escribió: “No sé si el hombre que disparó contra las ruinas de Zoraida García, con o sin órdenes superiores, y los superiores mismos, puedan tener sosiego después de haber asesinado la voz irreductible y rebelde del amor caído en desgracia”.

Años más tarde de la desaparición de Zoraida tuve la oportunidad de leer el poemario Lejos de la jaula, gracias a la amabilidad de Héctor Bello, quien me lo prestó para fotocopiarlo. En este libro destaca el epílogo que escribió el poeta Alberto Hernández, donde sentencia: “La muerte la ronda y la saluda, pero intenta espantarla de un salivazo para salvar el temblor ante la poesía. Y lo hace”.

De allí deduzco que un personaje así difícilmente podrá desaparecer de la memoria de una ciudad que adora a sus hijos y los protege del olvido. Por eso, en cualquier momento alzaré una botella y con el poder que otorga la poesía bautizaré esta calle con el nombre de Zoraida García.



Poemas de Zoraida García


Cerbatana


Para poder brindarte una sonrisa

bajé del cielo


y aún así

encuentro tu rostro

destilando hiedras


(***)


Estabas allí, como todos los días,

frente al ventanal, como si tal,

con tu frente amplia, y esta vez

con tu vestido rojo, tus cejas pobladas

y esos ojos soñadores enmarcando

una mirada extraña.


El ir y venir rutinario, mis noches

insomnes, y el beso de todos los días...


Aquella vez, después del tiempo,

un andar de siluetas tal vez trasnochado

y mi paso cansado por las avenidas,

eras más que un bohemio.


(Tomados de Lejos de la jaula)


Elegía


Escuela de Aviadores

Pilotos del Ejército


“Oid este testimonio”

La hora de la sempiterna

ha aparecido.


Opacamente

en el horizonte

sobre una estrella

cabalgando

en la noche

con el solo objeto

de saludarnos.


Así me permita

su majestad

El señor emperador

de estos demonios.


En rituales

si es que los señores

me permiten

agregar unas

cuantas

palabras

                       a mi osadía

que con benevolencia

del señor

no se ha convertido

en osamenta.


Tengo que deciros

Que nuestros ojos

son extraños

en relación

con diferidas visiones.


Enemigo II


Sólo los enemigos

Ocupan

        El Santuario

altamente contaminado


La señora

        carcomida

llena de pus

los llama

los alaba.


   son

gonococos

  que la cuidan

para alejar

      a la limpidez

de una flor

          sin espinas

A las que tiene

       horror.


Señora carcomida

       apadruñas

       alimentas

tanto a uno

       como a otro

la flojedad

y así pregonas

        que sirves,

        que ayudas,

        que eres buena,

        que son buenos.

Que ofendes

y maltratas

a los que defiende

   el justo.


¿Hasta cuándo

    apañas

Señora carcomida?


Y tú el que se pretende

        le das

        la mano

          Siempre a su lado

        de lado

        de lado.

Oye tú la voz

la de siempre

      la anterior.


(Tomados de Sólo los enemigos)


III


Los perfiles de la tierra

remojados.

Los cánticos y atalayas

de los pobres

desahuciados vecinos;

El lloriqueo de dos inocentes

blancas palomas.

El can muerto debajo

de mi poltrona preferida.

El conjuro de mi madre

a mi destino.

He ido dejando el sexo abandonado por los

caminos como lastre de insípido horizonte,

sin sentir

el contacto de un rostro velludo

Y la erección que da constancia

de una preñez en desamparo.


(Tomado de separata en honor a Zoraida García en La Honda y El Pájaro).


A propósito de Zoraida...


 -Isabel Rivas-


Nació en Maracay, en el año 1956. Contrajo matrimonio siendo muy joven y a los 16 años trajo al mundo a su primer hijo. De esa unión nacieron dos niños, quienes vivían junto a la pareja en el barrio La Democracia. Luego de unos años, se separó de su esposo y comenzó a incursionar en el teatro.

En 1973, a los 18 años, entró en el Teatro Universitario, con la pieza Un hombre es un hombre, de Bertold Bretch, versión de José Ignacio Cabrujas. En 1975 trabajó en la pieza de Carlos Fuentes El tuerto es rey y en El martillo de Ramón Lameda.

De sus primeros años en el teatro se le recuerda como una muchacha sencilla, afable, de buen trato, siempre dispuesta a conversar, con una gran capacidad para amar e incapaz de hacerle daño a alguien. Quienes tuvieron la oportunidad de compartir con ella en las tablas aseguran que poseía una excelente memoria, se aprendía los textos muy rápido.

En una ocasión, Zoraida confesó a un amigo que soñaba con tener una casa ordenada, limpia, arregladita; cocinar, contar con un esposo, una vida cotidiana como cualquier mujer.

Entre sus autores favoritos destacaban César Vallejo, Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud. Poesía vivencial, cotidiana.

A partir de junio de 1981 padeció una grave crisis mental. Comenzó a llevar una vida desordenada e irreverente.

Aún dentro de su enfermedad, Zoraida vivía la poesía. Escribía sus textos en cuadernos, en hojas que dejaba en cualquier parte o las vendía a los transeúntes.

Colaboraba con las páginas literarias de periódicos aragüeños y fue fundadora de las revistas Lanzallamas y La Quijotada, además escribió muchos textos en la revista Umbra y publicó una selección de poemas en Cuadernos del Fondo de la Casa, número 1, en 1982.

Cabe destacar que desarrolló un trabajo de calidad, de buena presentación y pudo concretar parte de su creación poética, que a pesar de ser muy breve, fue consistente.

En una oportunidad, su amiga Agustina Ramos la llevó a vivir a su apartamento. Allí la poeta llevaba una vida tranquila, doméstica. Escribía, participaba en actividades literarias. Agustina hizo lo posible por ayudarla en su enfermedad. Consultó a algunos psiquiatras y los diagnósticos eran negativos. Requería de un largo tratamiento que no daba seguridad de total recuperación. Inclusive, los médicos sugirieron llevarla a Cuba “a ver” si allá la curaban. Tampoco daban seguridad en este caso.

Un día dejó el apartamento y volvió a la calle. Su vida transcurrió en medio de la pobreza extrema, presa de la locura. En esta etapa, Zoraida tenía muchos problemas con la policía, la detuvieron varias veces por su irreverencia y por la violencia que había crecido dentro de ella. Esa agresividad que la llevaba a golpear a los funcionarios cuando éstos le llamaban la atención por alguna de sus “travesuras”.

Su libro Lejos de la jaula fue una edición producto del afecto de amigos y allegados.

En la madrugada del 10 de julio de 1987, Zoraida García murió trágicamente en un oscuro incidente acaecido en el Museo Aeronáutico de Maracay.

En 1995, la Secretaría de Cultura del estado Aragua publicó el poemario Sólo los enemigos.

Por las razones ya conocidas, gran parte del trabajo poético de Zoraida García quedó disperso, más de la mitad perdido.

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Un abrazo,
Rafael Ortega