lunes, 29 de septiembre de 2025

Leernos en Massiani


-Manuel Cabesa-


"A Ella, mi fuerza y mi forma ante el paisaje".

Juan Sánchez Peláez

 

En la narrativa venezolana el caso más parecido al de Julio Cortázar es Francisco Massiani, y no lo digo por lo innovador (aunque Pancho también tuvo también su toque de innovación durante su época) sino por lo entrañable.

Leer a Massiani es leernos, leer nuestra adolescencia con todos sus terrores y sus inseguridades, leer el primer amor, leer nuestras incertidumbres, leer nuestro pasado: sobre todo para quienes pasamos de cierta edad y tuvimos la oportunidad de perdernos en los paisajes que describen sus relatos y novelas. 

Muy joven llegué a su obra, recuerdo aquellas jornadas escapado del liceo que pasaba en los penumbrosos salones de alguna biblioteca pública, entregado al pecado impune de la lectura. 

En uno de esos albergues leí por primera vez "Piedra de mar" y esa lectura significó una revelación y la expulsión del recinto por no aguantar y reírme con sonoras carcajadas ante las páginas de la novela. 

No pasó mucho tiempo cuando lo conocí en la barra de un reconfortante bar en el este de Caracas. Iba con mi amigo Carlos Antonio Silva que era mayor que yo y estudiaba periodismo en la Central.  

Estábamos buscando iniciarme en los ritos de la bohemia caraqueña, trámite indispensable si quería llegar a ser escritor algún día. 

Allí estaba Pancho solo, en una esquina de la barra, mascullando palabras que él solo entendía. CAS que era lo que llaman un "salío", me preguntó si conocía a Pancho y de inmediato me dijo: "ven te lo presento" sin conocerlo él tampoco. Tendría yo entonces 16 años: era la primera vez que estrechaba la mano de un escritor y para mi mayor emoción, un escritor que yo admiraba de verdad.

No sé cómo pasó, pero de la nada estábamos instalados con él conversando como si de toda la vida... y no solo conocí a Francisco ese día, sino también a su padre Don Felipe Massiani, el legendario autor de "Dinamarca solamente una pensión" que también había leído. Lo extraño fue que después del saludo y sin mediar más palabras Don Felipe se instaló al otro lado de la barra ignorándonos olímpicamente. 

No fue la única vez que compartí con Pancho, después de ese día y durante varios años nos encontramos sin ningún acuerdo previo en bares, presentaciones de libros y hasta en un funeral, y siempre fue la misma actitud, las mismas conversaciones y la misma admiración. 

Pancho y sus libros eran la misma cosa: hablar con él era hablar con Corcho, con Juan, con José... enamorarse de Carolina, de Kika, de Julia.

Precisamente "Un regalo para Julia" queda en la memoria como una especie de retrato del artista enamorado. 

Regresar a esta hora de la vida a ése y otros relatos de Pancho es sentir en el rostro la brisa fresca de los tiempos idos, la nostalgia de lo que fuimos y no pudimos seguir siendo ...

Es como escribió un amigo mío hace poco: "Porque el amor, como un perfume, nunca se va del todo... sólo cambia de lugar".

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Rafael Ortega