-Mercedes Carmona-
Al comenzar la lectura de este cuento de Adolfo Bioy Casares nos encontramos con un narrador en primera persona protagonista y de oficio escritor (se desconoce su nombre) que nos cuenta de su amistad y amor por Paulina.
Es un cuento donde la realidad y la fantasía se mezclan; y el empleo de la ambigüedad crea duda, confusión en el lector. Desde el comienzo el narrador nos informa que Paulina es su amiga de la infancia, que crecieron juntos.
Nos da pie a pensar que Paulina era su amiga imaginaria. Su adoración por ella, inferimos, comenzó cuando nos menciona uno de los primeros recuerdos de ella, en la glorieta, cuando ésta le confiesa sus gustos:
"Me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos" (enumeración caótica); desde ese momento empieza a idealizarla porque eran las mismas preferencias de él.
Eso lo hace feliz y asume que ambos se parecen, se identifican; que sus almas son gemelas. Paulina era la belleza: el amor y la verdad; su presencia lo salvaba de sus intrínsecos defectos.
Ambos fueron creciendo como su amor por ella; pero no llegaron a tener intimidad física; así lo confiesa él: "aún de adultos seguía habiendo entre nosotros una pudorosa amistad de niños"
La técnica de la ambigüedad puebla todo el texto, hasta lograr que el lector dude de lo que está leyendo, por ejemplo, cuando regresa de sus dos años en Inglaterra y va a comprar café y pan y el dueño le dice que tenía seis meses sin acudir al establecimiento y las respuestas a las preguntas fueron tan cotidianas que hace pensar, entonces, que no estuvo esos dos años ausentes en Inglaterra: crea así, la duda, la confusión, en el lector.
Lo cumbre de este cuento es que mantiene la tensión desde el comienzo, hasta el final; donde el amor y la verdad (valores) del protagonista se enfrentan a un sentimiento aborrecible como son los celos, para que el ser idealizado, Paulina, se desmorona.

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Rafael Ortega