-Fedosy Santaella-
No le digas a nadie, absolutamente a nadie que tú eres escritor. Guárdatelo en tu silencio sabio, o astuto, mejor dicho. Dedícate antes a hacerte de fama. Nada más ideal para ello que la televisión. Programas de debates, de entretenimiento, concursos o realitys son aconsejables. Ponte guapo, haz dieta, a nadie le gusta un escritor panzón, fofo y mal peinado. O bueno, sí, a algunos, pero no son muchos ni muchas. Hazte famoso, muy famoso, cosa que no es fácil, que tiene su arte. Pero tú eres escritor, tú puedes asumir un personaje y llevarlo hacia adelante: en este caso, el personaje eres tú mismo.
Una vez alcanzada la cima antes mencionada, escribe un libro. No, no el que siempre has querido escribir y que tienes concebido por completo en la inmensidad de tu alma. Aún no están dadas las condiciones para tu gran salto literario. Escribe algo fresco, facilón, permítete algunos lugares comunes. No te luzcas con el estilo, trabaja una escritura directa, más o menos plana. No te esfuerces demasiado; mira que es sólo el comienzo, una probadita para la gente. Lo importante está en escribir una historia que la editorial a la que te acercarás pueda vender, una trama ligera que compre la gente que no lee y que al final tampoco te leerá. Porque el tema no es leer, sino comprar el libro del famoso. Ya sabes, la fama es una superficie llena de brillos.
En la editorial te recibirán con los brazos abiertos cuando les digas que tienes una novela. ¡Y claro, cómo no, si eres famoso! Te la publicarán y vendarás lo suficiente. La editorial estará contenta, y tú te esforzarás por seguir manteniendo tu estatus de persona pública y farandulera. En vista de que te encuentras ocupado siendo famoso, te pondrán un escritor asesor. Así has de escribir otra novela. ¡No, tampoco es este el momento! Debe ser otra cosa regular, mediocre, potable para la editorial, tanto como para que negocien contigo, con tu agente literario y con tu manager el próximo premio de más altura (económica) del mundo de habla hispana. Y no, no hablamos del Cervantes. Tu intención, lo sabemos, nunca ha sido ganar cantidades ingentes de dinero por tu escritura, pero qué más da, total, estás en esa etapa en la que estás produciendo dinero para la editorial, para luego poder hacer lo que se antoje. Así como lo hacen los grandes artistas. Mira, ahí Rosalía sacó esa cosa discotequera de Motomami para sorprendernos después con un álbum muy personal que de no ser porque ella es Rosalía pasaría por debajo de la mesa como una cosa demasiado pretenciosa y experimental. Lo mismo ha hecho Bad Bunny, luego de lanzar ese montón de temas que pusieron a perrear a medio mundo y al otro medio también, ahora se ha lanzado proyectos más personales, melancólicos, híbridos y alejados considerablemente de la fábrica comercial. Tú los has entendido: todo es parte del plan. Primero hay que alcanzar la fama, escalar en las ventas, hacerte aún más famoso, romper aún más en las ventas y luego hacer lo que te de la perra gana desde el punto de vista artístico. En tu caso, escribir el gran libro. Ese libro serio, profundo, exclusivamente literario.
Por supuesto, te darán el premio. Y bueno, tus colegas escritores, que no saben de tu oculta esencia, destrozarán tu novela, con justicia indignados. Tú harás una que otra declaración destemplada, complaciendo el gusto de las hienas por el escándalo y, obviamente, para aumentar tu fama y la admiración de tus seguidores. Porque les demostrarás que, a pesar de los ataques, te mantienes con la frente en alto y sabes defenderte como un león.
Pasado un año, te dirás que ha llegado el momento de escribir literatura. Lo hablas con la editorial, lo hablas con tu agente. Les comunicas que quieres escribir algo complejo, real, que sabes que es un atrevimiento, pero que es el momento de dejar de hacer concesiones. El editor dirá, “Vale, pequeño, pero antes, te encargamos otra novela”. Te dices por qué no. Tus seguidores agradecerán una nueva aventura amorosa, sexual, intrigante y ligera de leer. Al fin y al cabo, la gente lo que quiere es quedarse dormida leyendo novelas sin mayor trascendencia. Te pondrás a escribir la novela, lo que tomará un par de años. El asesor participará aún más activamente en el proceso, porque en verdad que para esa clase de historias comienzas ya a agotar tus recursos. Eso no te molesta, tú no eres un escribidor. Bueno, para ser honestos, la escritura ha dejado de ser lo que era, ya no te cala esa emoción, ya no te quita el sueño. “¡Cuidado!”, te dices. Apartas pronto esos pensamientos, miras hacia la calle desde tu magnífica terraza y sorbes un poco de café. Suena el celular. Miras la pantalla, te ha llegado un correo de tu asesor con la última versión de la novela. Quiere que revises y apruebes. Así te dice.
De más está decir lo que pasa luego. Tu novela nueva ya no vende tanto. La editorial comienza conversaciones para ver si te dan otro premio. Al asesor lo despiden. Hablan de buscar otro con más garra y comenzar a trabajar en la nueva novela. La editorial propone concebir una saga. En la tele, eso sí, todo sigue por buen camino. Ya eres un famoso estable, digamos. Aun así, los de la editorial te quieren dar un empujoncito, y te preguntan si no se te antoja tener una cita con alguna modelo guapa y dejar que los paparazzi te tomen fotos saliendo de algún restaurante de moda.
Tú te sientes un poco desanimado. En general. Piensas que así son los escritores. Que el escritor en ti está tomando control cada vez más. Un día te pones a escribir. A probar con las primeras líneas de esa obra que siempre has tenido en mente. Te pesan los dedos. En la cabeza no se ordenan las ideas. No importa. La literatura es cosa difícil y dolorosa. “Así somos los escritores, así somos”, meditas… Aunque, honestamente, ¿para qué sufrir de manera innecesaria? Quizás necesitas unas vacaciones. Un viaje a los templos de Tailandia no estaría mal. “Toda irá bien”, te dices de manera conclusiva, ya un tanto aburrido del dilema. Te dan ganas de ir al baño. Te ha caído mal la fabada contundente del mediodía. “Vamos, hora de sentarse sobre mis laureles”, piensas y sonríes. Aún eres joven. Tiempo te sobra para ganarte el Cervantes, ese premio de viejos.


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Rafael Ortega