-Alis Teresita Velasco-
A veces, en las madrugadas silenciosas de Palo Negro Aragua Venezuela, cuando el cielo se viste de estrellas y el viento parece susurrar versos antiguos, emerge la figura del poeta. No como un personaje aislado, sino como un latido colectivo, como la voz que traduce lo que el pueblo siente pero no siempre sabe decir.
El poeta no nace en los libros, aunque los habita. Nace en la mirada de una madre que canta mientras barre el patio, en el niño que dibuja palabras en la tierra, en el abuelo que recita décimas sin saber que está componiendo historia. El poeta es el alma que se posa sobre las letras y las transforma en vuelo. No escribe por oficio, sino por urgencia. Su pluma no es herramienta: es extensión del corazón.
En cada composición musical, en cada obra visual, hay una pulsación poética que la sostiene. Aunque no siempre se vea, el poeta está ahí: en la metáfora que inspira una melodía, en el ritmo que da sentido a una imagen, en el silencio que antecede al aplauso. Porque el poeta no solo escribe: compone atmósferas, borda emociones, hilvana símbolos.
Recuerdo una tarde en que un músico me dijo: “Sin poesía, mis notas suenan vacías.” Y comprendí que el poeta no es solo quien escribe versos, sino quien da alma a las composiciones. Es quien convierte la técnica en arte, el sonido en mensaje, la letra en revelación. Esa frase, dicha con la sinceridad de quien ha sentido el vacío de una melodía sin sentido, contradice radicalmente a quienes alguna vez se atrevieron a decir que un poeta no hace música. Porque el poeta hace música cuando la palabra vibra, cuando el verso se convierte en eco, cuando el alma se convierte en sonido.
Además, el poeta es memoria viva. Guarda en su voz los ecos de su pueblo, las heridas de la historia, los cantos de la esperanza. Su obra no solo embellece: denuncia, consuela, transforma. En tiempos de ruido, el poeta ofrece silencio fértil; en tiempos de prisa, ofrece pausa; en tiempos de olvido, ofrece raíz.
Y así, entre palabras, entre claves de sol y silencios compartidos, el poeta sigue siendo faro. No busca protagonismo, pero ilumina. No impone su voz, pero resuena. No escribe para ser leído, sino para ser sentido.
El poeta es alma de letras y composiciones porque su voz no solo construye: consagra.

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Rafael Ortega