1
Soñé que estaba soñando que mis sueños los veían.
Soñé que me avergonzaba y que por eso no dormía.
Soñé que un hombre de esos,que uno ve todos los días, había llamado poemas a la propia poesía.
Soñé que me disgustaba y que por eso no dormía.
2
ESPEJOS
Los espejos lo molestaban. Sobre todo desde que comenzaron a reflejar su inexistente decadencia: arrugas, manchas, verrugas.
Deberían inventar espejos sinceradores, pensó.
Espejito…espejito.
Tal vez si Oscar Wilde hubiera vivido más , habría escrito :el espejo de Dorian Gray; o, mejor: los espejos de Dorian Gray.
Tendrían diferentes gradación: cinco, diez, quince, veinte, treinta…años.
Saldrías del cuarto teniendo unos sesenta años y llegarías a la calle solo de treinta. Y, de regreso, se invertirán los términos. Ya en tu habitación, tu edad reflejada te invitaría a descansar; y tú, un joven abierto a la vida, dormirás arrullado por el placer de la necesidad satisfecha y del deber cumplido por un hombre de sesenta años bien vividos.
Aunque, a lo mejor, bastaría inventar unos lentes con filtro y ajustables, que te permitieran verte y verlos(as) como a bien tengas.
3
La luna no tiene fases, ¿O sí?
Ella turna su duelo y se burla de aquél que la condenó a comparsa obligada de este planeta arrogante y bullicioso.
Durante siete días guarda luto cerrado, para luego empezar a desnudarse con excitante calma. No mengua, se desviste; para llegar a presentarse en su desvergonzada desnudez.
Luego, después de haber enloquecido de rabia a sus enamorados, vuelve a vestirse con tan premeditada lentitud que marea.
4
Se arregló lo mejor que pudo: su más provocativa e insinuante ropa interior; su vestido nuevo, vino tinto,de tiritas y alcance un par de centímetros por encima de las rodillas, se maquilló, como ella sabía hacerlo: tal y como una profesional. No había manera de estar más linda. Era la primera vez que salía después de la tragedia. Y lo hacía dada la insistencia impertinente de sus amigas: tenía que reiniciar su vida, no llegaba a los treinta años y el papel de viuda joven no le sentaba bien. El espejo le devolvió su preciosa imagen. Tomó su bolso y caminó hacia la puerta de la habitación. Un sonido de vidrio quebrándose la hizo devolverse. Miró al espejo: cuarteado en equis zizagueante, pero íntegro en su molde. Se sentó en la cama. Lo primero que se sacó fueron los zapatos y luego, lentamente, todo lo demás. Se acostó en forma fetal, abrazó la almohada de su esposo muerto y desatendió las cien veces que su teléfono timbró.
5
FRENTE A FRENTE
Un espejo le grita al otro, ubicado exactamente frente a él: ¡Impostor!
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Rafael Ortega