-Texto y fotos: Alfonso Solano-
En una oportunidad, cuando se celebró la Feria Internacional del Libro homenajeando al poeta Ramón Palomares, la casa editorial Monte Ávila Editores presentó en la ciudad de Caracas, el libro Un lento deseo de palabras, texto que recoge toda la obra poética creada desde 1980 al año 2003 del poeta, bibliotecario, narrador y ensayista caraqueño Manuel Cabesa. Desde sus primeras páginas, asistimos a un rito privado de viaje al interior del ser que se interroga, y en donde la palabra se va desnudando en su tránsito silencioso; el poeta evoca con tono celebratorio la presencia iluminada de la imagen femenina. Esta presencia, esta mujer, se va descubriendo en la medida en que los versos se adentran en los territorios donde bajo “el rumor de la tierra despoblada” el cuerpo primigenio, pasivo y sagrado de la mujer recorre, a lo largo del poemario, las imágenes sensibles de una vida consagrada al delicado y peligroso oficio de nombrar lo femenino en la palabra que transita la intemperie existencial. Desde vida en común hasta su último poemario escrito en el 2002 distante mundo ya perdido, esta presencia contenida en su verbo poético actúa como una fuga hacia la otredad desconocida, una especie de expiación hacia lo feérico femenino, lo cual caracteriza de una manera singular este poemario, escrito desde los territorios misteriosos de la palpitación, de la ansiedad y de la inquietud por descubrir el descarnado devenir del universo y la existencia que se transmuta en el cosmos femenino, abandonado en el cuerpo del poema. Por esta razón el poeta nos dice:
Que pobre soy
Tan pobre que arrastro en mi camino
las piedras más tristes (…)
Las palabras más hermosas
hablan de tu piel.
En cada palabra escrita, en cada cara del verso, tiene lugar ese prodigioso encuentro entre el poeta que se oculta y la mujer que lo descubre:
El resplandor
de tu mirada
extendida
hacia la vertiente
de la noche
Recrea
la memoria del amor
Arraigado
en la imagen
del poema.
En este acto de “conocer y nombrar” lo innombrable, el poeta se despoja de significados religiosos o definitorios y abriga el contacto con lo transmutable en el vértice luminoso del constante encuentro con la amada desconocida:
He cabalgado hasta las tierras labradas
por los estertores del sueño
buscando el pensamiento de los pájaros
Y ahora espero regresar a ti
Vencedor inefable del tiempo infinito.
Reiteración del regreso. Esperanza del encuentro, experiencia Nietzscheana de la reiteración y del ensueño. El espacio poético siempre será posible si ha tenido correspondencia con la luz de la Nadja o la Elena de sus ensoñaciones, en la que el poeta evoca y nombra a la mujer desconocida, en un recorrido plausible por la senda “en el origen de la quietud y la sencilla lumbre” como nos dice con claridad meridiana el gran poeta nuestro Alfredo Silva Estrada en un ensayo suyo acerca de la poesía de Elizabeth Schön.
En su segundo libro llamado: secreta permanencia, escrito entre los años 82 y 88 del siglo que nos antecede, el poeta Manuel Cabesa nos invita para que recorramos, junto a él, su celebración de la palabra poética, su pasión a ciertas cosas del amor, a “ciertos nombres de seres, de recuerdos, de frutos” como nos dice el epígrafe de Homero Aridjis que da inicio al poemario. “La poesía como el amor funda lo que permanece” nos dice el bardo en un verso inicial de este poemario que trastoca los territorios ocultos de la palabra escindida de todo significado corporal, de toda significación lineal. Jean Wahl nos recuerda que ser poeta “es efectuar un movimiento que va del inconsciente a la conciencia”. Podemos ver este movimiento en los grandes poetas franceses de la modernidad, sobre todo en Paul Valery quien afirma con vehemencia que la significación, el pensamiento y los contenidos de ese pensar, deben estar escondidos en las palabras del poema “como la virtud nutritiva en un fruto”. Nada más cerca de la verdad en el contenido de los versos de secreta permanencia donde se gestan las resonancias y las revelaciones de una palabra oculta, de una palabra secreta:
No solo de palabras frías
está formado el cuerpo del poema
adentro como en un cofre
guardo los sentimientos
de antes y después del naufragio (…)
Ese naufragio del poeta se expresa en las ataduras propias de quien sufre los embates del desamparo amoroso y los confina “como una flor de fuego y eternidad” al enigma en cuya simiente “nace y se destruye la verdad y la razón”. Esta reflexión en el contenido interno del poema, nos recuerda lo que una vez escribió Sartre en su lúcido ensayo, ¿Qué es la literatura? cuando afirma que “entre la palabra y la cosa significada se crea una doble relación recíproca de semejanza mágica y de significación”. Esta significación, este reflejo de la realidad interna del verso está “vaciada en la palabra, absorbida por su sonoridad o por su aspecto visual”. Tanto para Sartre como para Valery, esta significación en el pensamiento del poema nunca terminará de revelarse, puesto que “las modulaciones de ese desconocido son, en principio, infinitas. En principio, a no ser por la humana contingencia” nos recuerda Silva Estrada en su brillante ensayo acerca de la poesía y su significación en la obra de Paul Valery. Veamos el siguiente poema y asistamos con el poeta, al signo oculto de su secreta permanencia:
Como la flor del durazno
es arrastrada con serenidad
por la corriente
Como los colibríes de primavera
elevándose hasta el cielo
Así las palabras habitan el poema
vestidas de jade.
En poesía “la palabra no pierde su significación, su sentido. Pero el sentido aquí se vuelve nada, se deshace, se desvanece apenas intentemos separarlos del sonido, del cuerpo poemático” nos vuelve a recordar Silva Estrada en el ensayo antes mencionado. Estos aspectos del poema en su resonancia interna, Cabesa los revela en su palabra como un resplandor en medio de un mar turbio y oscuro azotado por la tormenta de los vientos:
Mejor inventar un nombre menos doloroso,
una soledad hermanada en la espiga del poema (…)
Qué somos sino máscaras franqueando años de espera.
En este estado poético, la inspiración como el sueño es “perfectamente irregular, inconstante, involuntario, frágil… y lo perderemos como lo obtenemos: por accidente” (Paul Valery; conversación sobre la poesía.) Luego, más adelante en su último poemario escrito en el año 2002, distante mundo ya perdido, el poeta nos afirma: “Al final todos somos rehenes de los días…con la extrañeza de un silencio arraigado entre las líneas del poema”. Y reafirma la presencia luminosa del deseo hacia la mujer: “Basta un amor para nombrar lo inefable”. Así como existe un azar adverso en la poesía, hay otro azar inmediato que es su aliado: a veces “un sonido puro suena en medio de los ríos” (Silva Estrada: Valéry: el otro, el mismo).
Junto a su imagen poética transmutada en el cuerpo femenino, con su andar lento de palabras, podemos resumir de igual manera, que toda palabra “es anterior a la figura que designa” y además que “toda palabra es anterior a sí misma”. Al final, como en el poema inicial de secreta permanencia, admitamos y celebremos junto al poeta de forma prodigiosa que, “la poesía finalmente abra caminos consagrados por la luz”.
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Un abrazo,
Rafael Ortega