-Skarlet Boguier-
Venezuela como todos los países de América es hija del genocidio, el saqueo, la violación, la traición, la esclavitud y la opresión de los pueblos y civilizaciones originarias, a manos de los ortodoxos y sanguinarios colonizadores.
Antes de alcanzarse la independencia al menos del yugo español, se llevaron a cabo grandes batallas, desde la resistencia indígena en la que fueron fundamentales líderes como Guaicaipuro y Manaure, pasando por la famosa proeza de Páez y aquellos legendarios 150 lanceros que hicieron morder el polvo al ejército de Morillo, el cual superaba grotescamente en número y tecnología bélica a los soldados campesinos venezolanos.
Así mismo se cuenta la inolvidable batalla de Santa Inés, liderada por el ingenioso general Ezequiel Zamora, quien cual el Ulises de Homero, ideando el caballo de Troya, logró vencer a las tropas conservadoras a punta de palas y trincheras. Es largo y hondo el río de sangre que ha manchado estas heroicas tierras antes de erigirse como República y luego de esto más muertes, otras muertes, las mismas muertes de siempre.
Grande fue entonces la miseria, la desolación, la humanidad huérfana como diría el poeta Erasmo Fernández, pero también grande es el espíritu y la voluntad de un pueblo que históricamente ha marcado la vanguardia política en Latinoamérica, siendo referente obligado en las luchas sociales de mujeres y hombres decididos a emanciparse, siendo el ejemplo a seguir por otras naciones de América, considerando como se mencionó anteriormente, la historia común que nos une, la imposición de una cultura por otra o como lo afirmó Enrique Bernardo Núñez en uno de sus ensayos: “En América, como tantas otras veces, el derecho se funda en el despojo de una raza por otra” (Pág. 213).
Es en este largo proceso de emancipación colonial cuando comienza apenas a delinearse una silueta con rasgos americanos y venezolanos. El anhelo de libertad fue el motor que nos apartó del modelo europeo; ya no seríamos más el eco y reflejo del imperio español sino que seríamos nosotros mismos, aun cuando no sabíamos exactamente qué somos. Se trataba entonces de “inventar o errar” como lo subraya la máxima robinsoniana.
Cumboto, la hacienda de los Brandt Jove en la que se basa esta novela
Resulta inadmisible hablar de Venezuela sin hacer referencia a su historia, un país sin historia sencillamente no existe. Venezuela es mucho más que un sustantivo, que una extensión de territorio, que un concepto abstracto. La República es más que una utopía, es el mar de sangre vertido sobre el suelo por varias culturas, culturas que confluyen en una encrucijada babilónica. Es la herencia del mestizaje que no se limita a un acto meramente biológico, en el cual la mujer resultó la principal oprimida; sino que además supone un mestizaje cultural en el que las culturas originarias, la africana y la europea se mezclan formando un híbrido folclórico que nos caracteriza en gran parte como pueblo venezolano.
Cumboto, por ejemplo, es una crónica que recoge el sentir y las tradiciones de los esclavos de la costa carabobeña, durante la segunda parte del siglo 19, en contraste con las costumbres y concepciones de los blancos latifundistas, los señores feudales dueños de los negros, los amos del valle como los llamó Herrera Luque.
El piano de la casa blanca y el baúl de la abuela Ana representan indudablemente la cultura europea, el mundo refinado de la música clásica al cual solo tenían acceso los Zeus como herederos de los españoles. Los tambores vibrantes de San Juan son la otra cara de la moneda, el símbolo de la negritud junto a sus variados cuentos de tradición oral en la voz de Venancio, el pajarero.
“En los cuentos se revelaban los grados de inteligencia y espiritualidad de aquellos seres. Algunos eran simplísimos, elementales; otros complicados y llenos de humor. Había narradores especializados en relatos espeluznantes, lúgubres y sobrenaturales de aparecidos y brujerías, otros en fábulas alegres e ingeniosas en las que bullía el sentimiento humano del valor y de la astucia encarnados en los animales del bosque. Las hazañas de “Tío Conejo y Tío Tigre” resultaban interminables y Venancio “El pajarero” las conocía todas (Pág. 52).
Las canciones, las competencias de partir cocos, los rituales, oraciones, bailes, conjuros, remedios y amuletos constituyen el bagaje cultural que proviene de lo indígena y africano mezclado con lo español. Esta fusión puede evidenciarse en personajes como Pascua, quien como digna representante de sus ancestros africanos danza cual serpiente en las fiestas de San Juan, al tiempo que va a la iglesia y se persigna como los demás negros y blancos. El mismo santo al que adoran tiene la cara blanca y lleva un sombrero como pastor que evoca más al señor feudal y al catolicismo que al aborigen o al africano.
Ramón Díaz Sánchez
Ramón Díaz Sánchez se limita en “Cumboto” a retratar una Venezuela basada esencialmente en el mestizaje entre negros y blancos. El indígena es apenas una sombra, un espectro representado en la india Pastora, ser etéreo, inmortal, casi sin voz ni presencia. Pero, ¿es esta verdaderamente Venezuela? ¿Cómo podría entenderse Venezuela sin el saber ancestral indígena? ¿Cómo explicarse sin sus danzas, gastronomía, ritos, arte y cultura en general?
Desde esta perspectiva hay en “Cumboto” solo una parte de Venezuela; por tanto, se hace insuficiente la crónica para definir a través de ella un país tan diverso, rico y complejo. Al respecto señala Bernardo Núñez: “Los aborígenes dieron pruebas de grandes virtudes humanas. Coraje, lealtad y sacrificio” (Pág. 215) lo que tampoco quiere decir que no haya resultado más de uno un gran traicionero.
Sin duda en las historias de Venancio y la abuela Ana está representado gran parte del acervo folclórico venezolano que aún en nuestros días nos caracteriza. Los cuentos de espantos, las narraciones picarescas, forman parte de los mitos, tradiciones y leyendas venezolanas que obviamente a su vez también obedecen a estructuras arquetípicas del imaginario universal.
Pero, ¿qué es Venezuela entonces? Es indudablemente más que el intercambio o la mezcla de varias culturas para formar una nueva, criolla, autóctona, impregnada de matices y trazos particulares. Dijo el Libertador en su famoso Discurso de Angostura: “No somos europeos, no somos indios, sino una especie nueva entre los aborígenes y los españoles”.
Ante las preclaras palabras de Bolívar, me atrevería a hacer una burda comparación para concluir diciendo que Venezuela es como la hallaca que se prepara tradicionalmente en Navidad, una mezcla de ingredientes típicos de cada cultura. La hoja de plátano y la harina de maíz es lo indígena, las alcaparras y aceitunas vienen de los españoles a través de los árabes y en el sabor algo africano debe haber.
La hallaca es el plato navideño por excelencia en toda Venezuela
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Rafael Ortega