jueves, 24 de octubre de 2024

Skarlet Boguier, entre equinoccios y primaveras

 


-Leonardo Maicán-

 

Nosotros, los abajo firmantes, los invisibles, amigos de la sin par Skarlet Boguier, los irreductibles, celebramos con cohetones y redobles de tambor el alumbramiento del primer libro de la poeta nacida en Maracay en 1983. Decretamos en consecuencia cuarenta y seis días de júbilo nacional, uno por cada poema componente del libro, que lleva por título Equinoccio de primavera, publicado por la editorial El perro y la rana (Caracas, 2013).

 Un halo de encantamiento terrenal envuelve las páginas del poemario, pues como la Tierra, Equinoccio tiene su propia atmósfera, sus mareas, sus vientos cálidos y feraces. Una escritura limpia, nítida como un crepúsculo anaranjado de pupilas ardientes. Limpidez que Boguier ennoblece al desparramar sobre el corpus poético una sutil pátina de hojarasca, gesto que agradecemos los corsarios, los románticos cazadores de ballenas. Y es que al pasearnos por sus calles y recovecos, sentimos bajo nuestros pies desnudos el divino crujir de la poesía. Equinoccio de primavera es un cuerpo vivo, dotado de luz y cosmogonía urbana, vocerío (o voz de río) donde la conciencia de la poeta se hace tatuaje en la memoria de quien bebe de sus versos. Quiero compartir con ustedes este hermoso poema, que lleva por nombre Una tarde en el museo:

 “Esa extraña morada/ donde me habitas sin tregua.// Allá donde llegamos y nos retiramos sin advertencia/ sin dueño como el can vagabundo/ pero con ganas de ladrar en medio de la plaza.// Echémosle leña al fuego/ ha dicho el pintor del perro en la mochila/ que el arte es parido por el pueblo/ y escupido por burócratas con sueldos extravagantes/ en una pobreza solemne.// Sabemos que si nos quedamos callados acaban por silenciarnos/ entonces estaríamos amordazados por inútiles de quince y último/ maniatados a los hilos invisibles de la estupidez”.

    Este, como todos los poemas de Equinoccio de primavera, lleva en su piel, en sus huesos, una cadencia sonora agradable al oído. No son poemas forzados, quebrados. En tal sentido, no hay poema en Equinoccio que haya nacido por cesárea. Son partos poéticos naturales, como el brote tierno de una flor en el seno de la madrugada. La poesía de Skarlet Boguier es un Caroní impetuoso, sin diques ni lagos artificiales. Poeta con una personalidad y una voz bien definidas, con un lenguaje que engancha tanto por el manejo sobrio de las imágenes, carentes de tapicería barroca, como por el planteo frontal de sus convicciones. Como en otros textos del poemario, Una tarde en el museo es un canto a la libertad, o más bien un grito, un deshacerse de formas opresoras nuevas como puede llegar a serlo la burocracia, vista como una enfermedad de Estado; la pesadez de una maquinaria gubernamental poblada en buena medida por funcionarios y empleados mediocres, “inútiles de quince y último”.

       En la misma línea se circunscribe el poema AtreVERSE (escrito así), texto del que solo voy a citar la tercera estrofa: “¡Pónganse cómodos, señores!/ una vez más comienza el show/ el legendario arte de jalar bolas/ de deslumbrarse por nombres/ y firmas que destruyen el poema”. Es la ironía como condimento del poema, la irreverencia, la desnudez de la palabra en su más pura esencia. Boguier no ha perdido la capacidad de asombro, sin la cual la existencia sería una insalvable monotonía. De allí que la sustancia poética de Boguier asombra, sorprende, encandila la mirada del lector. “¿Acaso no te has detenido en el momento/ en que cae la hoja?”, nos pregunta la poeta, y la imagen de una hoja detenida entre el follaje y el suelo se nos queda clavada en la memoria. Equinoccio de primavera es un bonito fresco, una lindura de arte que enamora con su humor y desenfado. Skarlet Boguier es una voz solar,  irradia su propia luz, una poetaza a la que no hay que perder vista.

 

Maicanópolis, 29/11/2013

 

 Nota de L.M.: El signo ortográfico que he empleado para separar los versos de Skarlet Boguier, recibe el nombre de “barra” /, o barra inclinada, u oblicua. El término “slash” es barbarismo, voz impostora. La barra (/), es un signo ortográfico de vieja data. El caraqueño Andrés Bello, padre de la gramática castellana moderna, empleó la barra, como se demuestra en el siguiente ejemplo donde el eminente filólogo americano cita, entre otros versos del Mío Cid, estos: “Sueltan las riendas/ e piensan de aguijar” (Antología esencial, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1993). Y Bello, aun cuando hablaba inglés perfectamente, llamaba a este signo ortográfico BARRA, como manda la Academia. No puede ser que unos pocos años de informática e internet sirvan de excusa para dar al traste con el nombre de un signo ortográfico con siglos de historia. Una sola golondrina no hace verano, pero como viandante de la lengua no me puedo quedar callado viendo como se humilla y veja el dignísimo nombre de un signo ortográfico tan noble como lo es la barra (/). ¡Ah, barra, hermosa y flaca dama/ un tobogán de ensueño pareces/ tobogán de alegrías e ilusiones/ en medio de un campo florido de versos y palabras!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los blogs se alimentan de palabras, gracias por dejar sus comentarios en el mío.
Un abrazo,
Rafael Ortega