-Leonardo Maicán-
Edito López transita por caminos de luz y polvo, inmerso en la nostalgia del paisaje, de cuyo suelo extrae el barro y los colores con que crea sus cuadros. He oído sus pláticas, las he compartido, esa voz suya que es manantial, desbordamiento de imágenes y recuerdos. Este hombre de lienzo y pincel nació un 16 de septiembre de 1945, en Palo Negro, estado Aragua. Pero su inclinación primera no fue por la pintura, sino por la actuación: “En mis comienzos (dice) fui actor, y participé en varias obras que no vienen al caso nombrarlas, pero en vista de que no le veía los frutos a la actuación, empecé a pintar, a hacer mis pinturas, pues entendí que podía vender mis cuadros con cierta facilidad y tener así mis churupos”. Edito se declara asimismo cinéfilo hasta los tuétanos. Afirma que ha visto todas las películas de Pedro Infante, Jorge Negrete, Tintán, Cantinflas, Luis Aguilar, entre otros.
A Edito Rogelio López se le abrasa la mirada al hablar, sus ojos parecen brillarles como paraparas encendidas. El hombre busca en el adentro, en el baúl donde sus recuerdos entretejen historias, anécdotas: “Mi primer maestro fue Rafael Torrealba. Yo no le pagaba ni medio a él por las clases, pues carecía de recursos económicos. Mi maestro Torrealba tenía un carácter arrecho, y aparte de enseñarme a pintar, me ayudaba económicamente. Otro maestro que tuve fue Alejandro Ríos, quien me dijo que fuera a sus clases, que en quince días aprendería bien, me puliría. Alejandro Ríos dictaba sus clases en la Plaza Bolívar de Maracay, al aire libre, los sábados. La primera y única tarea que me puso el maestro fue pintar la estatua de Bolívar, y al terminar, Alejandro quedó complacido, diciéndome que el cuadro había quedado bien, que yo no necesitaba de más clases, y que si quería seguir viniendo bien, pero que ya estaba listo. Me fui contento por la apreciación del maestro. Alejandro Ríos tampoco me cobró nada. Otro maestro que tuve fue Edmundo Alvarado, de quien guardo gratos recuerdos”.
En alguna parte leí, palabras de Sartre, que el poeta está al lado de la palabra; nunca detrás (algo más o menos así, no es una cita textual). La aseveración del filósofo existencialista francés pudiéramos aplicarla con igual peso a los pintores, y acomodarla de esta guisa: El pintor está al lado del color (y detrás, y delante). ¡El pintor es el color! Significa esto que él es el paisaje, el hombre, la mujer, el cosmos… No en balde me ha dicho el artista: “Para mí la pintura es filosofía, sociología, arte y poesía, si no se consigue eso no se es creador”. La obra de este consagrado artista venezolano es densa, rica en matices; obra donde los elementos de la naturaleza (agua, tierra, fauna, flora…) se encuentran en armoniosa comunión con el ser humano. Más allá del color y de las formas, se aprecia en la pintura de Edito un halo de espiritualidad, un éter vital que se sale del cuadro en mil colores genesíacos y angélicos, invisibles sin embargo al ojo físico, pero que no pasa desapercibido para el ojo etérico.
López no se considera un artista ingenuo. Así me lo dijo, mientras una fría gotita del inefable líquido se deslizaba tierna y cálidamente por el cuerpo femenino de la botella: “De ninguna manera soy un artista ingenuo, pues no soy gafo, ni idiota, ni loco, ni pendejo. Prefiero el calificativo de pintor popular. Claro, con esto no pretendo ofender a nadie. Pero eso sí, ¡merezco que me compren mis cuadros!”. Edito López es sin duda un gran tipo, un hombre de un alma buena que vibra con el titilar de una estrella azul, cercana y querida.
Quiero concluir esta animosa nota con unos cortos versos que escribí para el maestro Edito López. Un poema que en forma de acróstico, o de lluvia, busca refrescar el ambiente, pues la solitaria gotita de la botella no bastó:
En tus ojos la acuarela
Desparrama sus matices
Inquieto amigo, Quijote viejo
Tienes por adarga tu pecho
Oh, y por espada un pincel
Maicanópolis, mayo de 2013
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Rafael Ortega