"Yo no quiero ni triunfar ni fracasar, yo estoy detrás del sonido de la obra"
Orlando Guerra
-Leonardo Maicán-
Hijo de Carmen Ojeda, una indígena apureña de la etnia pumé, y de Virgilio
Guerra, un exiliado cubano que llegó a Venezuela tras la caída del régimen de
Baptista, el etégena Orlando Alfredo Guerra Ojeda pegó su primer grito en San
Fernando de Apure, una mañana de septiembre de 1960, día de Nuestra Señora de
Las Mercedes. A las pocas horas de haber nacido creó su primera obra: manchó de
colores ocres un blanco guayuco de algodón que su buena madre le había puesto.
Comenzó a colorear y a trazar líneas alrededor de los seis años. Fantasioso e
imaginativo, el niño Orlando hacía sus propios carritos y barquitos con latas
de sardina, artificios lúdicos con los cuales cruzaba las antípodas de la
esfera terrestre y los lejanos mares magallánicos. Me lo imagino correteando
por el patio del colegio Creatividad Infantil "Juan Lovera", donde
recibió sus primeras luces, en su tierra natal. Curioso él, vivaracho,
prosisto, inteligente, observador, descubriendo el fascinante mundo cromático
en cada aleteo de pájaro volando, en cada pétalo de cayena fraganciosa y de
cárdenos matices, en cada estirpe de palmera, las hojas sacudidas por el viento
franco, de silbo triste. Descubriendo el mundo con sus grandes ojos aguarapados
y saltones.
Ese mismo viento franco y de entristecido silbo lo trajo al estado Aragua, como si él, Orlando Guerra, fuese águila de altivo vuelo, o hábil colibrí de corazón grande y brioso palpitar. De eso hace ya una pila de años. En estos valles de samanes y araguaneyes cursó estudios en la Escuela de Cerámica Indígena, en La Victoria, así como en la Escuela de Artes Visuales "Rafael Monasterios", en Maracay. En esta última ciudad, en un acto de amor, Orlando Guerra pintó hacia 1990 un hermoso mural en la avenida Casanova Godoy. Al respecto, señaló: "Lamentablemente, la propaganda de los partidos políticos y los grafiteros acabaron con el mural". Pero luego de unos segundos, cambió de parecer, como río crecido en sabiduría que desborda sus verdades: "Tal vez fueron ellos (los propagandistas y los grafiteros) quienes completaron la obra".
Orlando Guerra es pintor, dibujante y escultor. Eterno estudiante de la
cerámica, se considera sin embargo un ceramista frustrado. Posee asimismo una
particular forma de asumir su "poiesis", una peculiar manera de
"parir arte". No se caracteriza este creador por ocultar sus
influencias, o en disminuir el peso que tal o cual artista ha tenido en su
centro de gravedad, por el contrario, los nombra con orgullo: Wilfredo Lam,
Oswaldo Vigas, Guayasamín, Henry Moore, entre otros. Me dijo: "A todos
ellos los sumergí en el embudo del caos para luego entrar a la
"poiesis", de donde sale O. Guerra". Este artista venezolano de
contundente verbo pictórico define su oficio con estas palabras: "El
pintar, el arte en general, es una profesión que tiene que ver con el séptimo
sentido del ojo del invidente. Es un mirarse a sí mismo, internamente. Es como
vivir al borde del abismo para plasmar los avatares del cosmos y conducirse por
el camino con armonía, naturaleza y creación".
Por supuesto, no iba a quedarme yo sin despejar la incógnita del "séptimo
sentido del ojo del invidente". Me explicó Guerra (parándose de la silla)
que el hombre tiene, como sabemos, cinco sentidos: el olfato, el gusto, el
tacto, la vista y el oído. El cuerpo humano, visto como un todo, conforma el
sexto sentido. Y el séptimo sentido del ojo del invidente es sencillamente
Dios, el poder creador del Supremo. De acuerdo con esto, el artista, en tanto
que ser creador en constante ebullición, ha de estar en permanente comunión con
el ojo del séptimo sentido, sobre todo en momentos en que el artista plástico
(válido también para el poeta) se encuentra en pleno proceso de alumbramiento
cósmico.
Este oficio de plasmar los avatares del cosmos llevó a Orlando Guerra a ganar en 2009 el Gran Premio Salón Nacional de Arte Aragua, con su obra "Hidromemorias", extraordinaria talla en madera de samán negro, resina y pintura. Con este trabajo, cuyo solo título es de por sí un libro abierto de reflexiones conservacionistas, Guerra se nos muestra como el humanista preocupado por el futuro inmediato de la Tierra y de todos los seres vivos, pues en "Hidromemorias" se anuncia (y se denuncia) que si no hacemos -a escala global- un uso racional del agua, la raza humana al cabo de unas pocas centurias (décadas, quizá) podría llegar a desaparecer. Para evitar que ello acontezca, debemos hacer un buen uso de la memoria, y actuar en consecuencia, pues hasta ahora sólo hemos hecho uso de su contraparte, la amnesia, y lo que es aún peor, del olvido. Y es que la amnesia puede ser pasajera, temporal. El olvido en cambio es síntoma de desidia, dejadez, entumecimiento de la memoria colectiva. Leamos lo que nos dice el propio autor acerca de "Hidromemorias": "La carencia temporal o indefinida del agua en determinadas zonas de la Tierra, y en distintas épocas, ha sido factor fundamental en la desaparición de civilizaciones, como la nazca y la maya. "Hidromemorias" es un alerta. En América del Sur tenemos el mayor reservorio de agua dulce disponible del planeta, y para nadie es un secreto que las grandes potencias tienen sus ojos puestos en la formidable riqueza acuífera de Suramérica. En lenguaje pictórico, eso es lo que dice mi obra".
De igual manera, Guerra ha sido merecedor del III Premio "Mario Abreu" del Salón Municipal de Maracay (2007), con su obra "De la serie fósiles conos y ozonos". Así como del Premio "Armando Reverón" del Salón Arturo Michelena (Valencia, 2008), con "De la serie fósiles, conos y ozonos, puntos y suturas". Y es que definitivamente el fósil, el "hueso" en madera como elemento pictórico, ha sido una constante en la obra de este creador. Fósiles y naves, estas últimas en forma de semilla (germen de la vida), quizás con la intención de decirle al mundo que él, Orlando Guerra, es un etégena venido de los insondables mares del cielo, y que busca, con la sapiencia de un paleontólogo, huellas fósiles en nuestra endeble memoria terrícola. Vestigios "orgánicos e inorgánicos" con los que Guerra, alquimista del color y de la forma, desentraña e interpreta las angustias y contradicciones del alma humana.
Sus "fósiles" se han paseado por diversas galerías, en exposiciones colectivas en Maracay, Mérida, Valencia, Caracas y Maracaibo. Actualmente, Guerra participa como artista invitado en el XXXVI Salón Aragua, con "De la serie fósiles Somalia, susurros del agua". Pero el aplauso de los colegas y de los críticos de arte no le quita el sueño, pues como él mismo ha dicho:"El taller ambulante fue un período crítico en mi vida personal, pero tuve mucho contacto con el transeúnte, la gente común, quienes son grandes sabios, y que el tiempo, la memoria y la modernidad han querido desplazarlos. Ellos viven en estas calles, son mis fanes: el mendigo, el cotufero, el raspadero, el cafecero, el vikingo, el zapatero, el limpiabotas, el chichero, el vago...Ellos aún se detienen y aplauden mis colores".
A su edad, Orlando Guerra no ha dejado de construir barcos y carritos con latas de sardina. Ahora también construye naves espaciales. Lo hace con el mismo entusiasmo de sus primeros años. Pero ahora no viaja solo: Basta mirar una obra suya para subirse a sus artificios lúdicos y cruzar junto con él las antípodas, los mares magallánicos. En ocasiones, Orlando suelta el volante, el timón, dejándonos llevar por la sabiduría del viento y de las corrientes marinas.
Nota de L.M.: La palabra "etégena" es creación mía, la inventé hace pocas
semanas. Es sinónimo de extraterrestre. Sus dos primeras letras (et) derivan de
"extraterrestre", y la partícula "gena" (como en
alienígena) no requiere mayor explicación. Hoy la hago pública por primera vez.
Es un regalo mío a la hermosa lengua castellana, ella, que tantas palabras me
ha regalado.
América, 14 de noviembre de 2011
El talento de Orlando Guerra es extraño. Hace maravillas con los que otros consideran desecho. Genial...
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