-Manuel Cabesa-
Milan Kundera cuenta en El arte de la novela lo siguiente: “Me encuentro con mi traductor: no sabe una palabra de checo. ‘¿Cómo la tradujo?’ Me contesta: ‘Con el corazón’, y me enseña una foto mía que saca de la cartera. Era tan simpático que estuve a punto de creer que realmente se podía traducir gracias a una telepatía del corazón.”
Sin querer parecer irónico, creo que en el caso de esta traducción del gran poema de Paul Valéry (1871-1945) me ha sucedido un poco como al simpático traductor de Kundera; es decir aunque mi conocimiento de francés es bastante escaso sentí, aun así, la necesidad de intentar una nueva versión de El cementerio marino.
Como la mayoría, creo yo, de lectores de poesía de mi generación mi encuentro con este poema fue a través de la edición bilingüe que Alianza Editorial publicara en 1967, que incluye el texto original, un prefacio del autor, un ensayo explicativo escrito por Gustave Cohen y la traducción que realizara el poeta español Jorge Guillén de quien apunta Ludovico Silva: “tan gran poeta como Valéry y sin duda el más autorizado para traducirlo”, y que fuera publicada originalmente por la Revista de Occidente en 1929.
El trato eventual con el poema me hizo sentir, algunos años después, que en los versos de Valéry había matices que no estaban del todo resueltos por Guillén (sin por ello negar la excelencia de su trabajo).
Con el tiempo pude acceder a otras traducciones realizadas por poetas venezolanos: Rafael Olivares Figueroa (Suma poética, Santiago de Chile: Editorial Ercilla, 1942) y dos versiones distintas realizadas por Alí Lameda (Caracas: Revista Imagen, Nro. 110, Enero-Junio, 1977), todas bastante disímiles entre sí y, por su puesto, muy diferentes a la de Guillén.
Veamos como ejemplo esta significativa estrofa dentro del cuerpo del poema; en la versión canónica de Guillén dice así:
¡Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!
Me has traspasado con la flecha alada
Que vibra y vuela, pero nunca vuela.
Me crea el son y la flecha me mata.
¡Oh sol, oh sol! ¡Qué sombra de tortuga
Para el alma: si en marcha Aquiles quieto!
Por su parte, Olivares Figueroa la traslada de la siguiente manera:
¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!
Me traspasaste con tu dardo agudo,
Que revibra y que vuela, y que no vuela.
¡Me engendra el silbo y mátame tu dardo!
¡Ah el sol, el sol! ¡Qué sombra de tortuga
El sol al alma, raudo y quieto Aquiles!
Alí Lameda, la presenta de esta forma en una primera versión:
¡Ah Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!
Rauda me atravesó tu alada flecha
Que vuela sin volar. Con su sonido
La flecha por igual me crea y mata.
¡Ah, el sol!... Qué sombra de tortuga
Para el alma, quieto Aquiles fugitivo!
En tanto que en una segunda versión, el poeta Lameda formula:
¡Ah Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!,
Me traspasó tu flecha que cimbrea,
Vuela y no vuela! Con su son, precisa
Me estremece, y así me aniquilara.
Ah, el sol… Qué sombra de tortuga para
El alma, calmo Aquiles a gran prisa!
Siendo así, entonces ¿por qué no intentar una nueva lectura del poema en nuestro idioma, otra vez? De allí que sobre la misma estrofa hacemos la siguiente propuesta:
¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!
Me atravesaste con esa flecha alada,
¡Que vibra, vuela, y no vuela más!
¡Me fecunda el sonido y la flecha me mata!
Ah! El sol… cual sombra de tortuga
Para el alma, ¡Aquiles inmóvil a grandes pasos!
La importancia de muchos poemas también puede medirse por la cantidad de versiones que son capaces de aceptar en el traslado a otra lengua. Creo también que cada generación posee su propia sensibilidad ante ciertas lecturas y que el poema no es inmutable, evoluciona junto al espíritu de cada generación.
Traducir es traicionar, eso se sabe. Sin embargo, debemos a Henri Meschonnic la siguiente reflexión: “Lo que muestra la historia de la traducción, la historia de los poemas, la historia de los grandes poemas, es que la identidad no se opone a la alteridad, sino que la identidad sólo adviene por la alteridad”.
(2012)
EL CEMENTERIO MARINO
1.
¡Ese techo tranquilo donde marchan las palomas,
Entre los pinos palpita, entre las tumbas;
En el Mediodía justo compone sus fuegos
La mar, la mar siempre recomenzando!
Oh, recompensa después de un pensamiento
Como una larga mirada sobre la calma de los dioses.
2.
¡Qué puro trabajo de fina claridad consume
Muchos diamantes de imperceptible espuma,
Y qué paz parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
Labores puras de una eterna causa,
El Tiempo destella y el Sueño es saber.
3.
Estable tesoro, templo simple para Minerva
Masa de calma, visiblemente reservada,
Agua parpadeante, ojo que guarda en ti
Tanta somnolencia bajo un velo flamígero,
¡Oh, mi silencio... Edificado sobre el alma,
Más que armazón de oro con mil tejas. Techo!
4.
Templo del tiempo, que sólo un suspiro resume,
A este punto puro, yo asciendo y me acostumbro,
Todo rodeado por mi mirada marina;
Y como a un dios mi ofrenda suprema,
La centelleante serenidad siembra,
Sobre la altitud, un desdén soberano.
5.
Como la fruta que hasta el fondo se saborea
Y como en delicia se cambia su ausencia,
En una boca donde su forma muere,
Yo aspiro aquí mi futuro humo,
Y el cielo canta al alma consumida
El cambio de las riberas en rumor.
6.
¡Bello cielo, verdadero cielo, mírame, qué cambio!
Después de tanto orgullo, después de tan extraña
Ociosidad, pero pleno de poder,
Yo me abandono al espacio brillante,
Sobre las mansiones de los muertos pasa mi sombra,
Aprisionándome con su frágil movimiento.
7.
¡El alma expuesta a las antorchas del solsticio,
Yo te sostengo, admirable justicia
De la luz de las armas sin piedad!
Yo te devuelvo pura a tu lugar primero;
¡Mírate!... Pero devolver la luz
Supone de la luz una mitad sombría.
8.
¡Oh, para mí solo, a mí solo, en mí mismo,
Cerca de un corazón que es fuente del poema,
Entre el vacío y el puro acontecimiento,
Espero el eco de mi grandeza interna,
Amarga, cisterna sombría y sonora,
Sonando en el alma un vacío, siempre futuro!
9.
¿Tú sabes, falso cautivo del follaje,
Golfo comensal de esos magros enrejados
Sobre mis ojos cerrados, secretos deslumbrantes,
Qué cuerpo me arrastra a su fin perezoso,
Qué frente le atrae sobre esta tierra ósea?
Una centella y pienso en mis ausentes.
10.
Cerrado, sacro, plenitud de un fuego sin materia,
Fragmento terrestre ofertado a la luz,
Este lugar me place, dominado por las antorchas,
Compuesto de oro, de piedras y de árboles sombríos,
Donde tanto mármol tiembla sobre tantas sombras;
La mar fiel dormita sobre mis tumbas.
11.
¡Perra esplendida, aparta al idólatra!
Cuando con la solitaria sonrisa del pastor,
Yo apaciguo, durante mucho tiempo, misteriosos carneros;
Blanco rebaño de las más tranquilas tumbas
Aleja a las prudentes palomas,
Los sueños vanos, los ángeles curiosos.
12.
Aquí llega, el porvenir es pereza,
El insecto nítido escarba en la sequedad;
Todo arde, desecho, elevándose en el aire
A no sé cuál severa esencia…
La vida es vasta y finalmente ebria de ausencia,
Y la amargura es dulce, y el espíritu claro.
13.
Los muertos ocultos están bien en esta tierra
Que los reaviva y seca su misterio.
El Mediodía en lo alto, el Mediodía sin movimiento
En sí piensa y conviene sobre sí mismo…
Cabeza completa y perfecta diadema,
Yo soy en ti el secreto cambio.
14.
¡Tú me tienes a mí para contener tus temores!
Mis arrepentimientos, mis dudas, mis apremios,
Son el defecto de tu gran diamante…
Pero bajo su noche, toda de mármoles pesados
Un pueblo yermo entre raíces de árboles
Por ti toma partido lentamente.
15.
Ellos se han fundido en una ausencia espesa,
La arcilla roja fue bebida por la blanca especie,
¡El don de vivir se ha trasladado a las flores!
¿Qué ha sido de las frases familiares de los muertos,
El arte personal, las almas singulares?
Las larvas tejen allí donde se forman las lágrimas.
16.
Los gritos agudos de las muchachas lisonjeras,
Los ojos, los dientes, los párpados mojados,
El seno encantado que juega con el fuego,
La sangre que brilla entre los labios que se rinden,
Los últimos dones, los dedos que los defienden,
¡Todo va bajo tierra y entra en el juego!
17.
¿Y tú, gran alma, aún esperas un sueño
Que no tenga más esos colores de la mentira
Que a nuestros ojos de carne, las ondas y el oro anteponen?
¿Cantarás cuando seas vaporosa?
¡Anda! Todo huye. Porosa es mi presencia,
La santa impaciencia también muere.
18.
Magra inmortalidad, negra y dorada,
Consoladora del horrible laurel,
Que cambias a la muerte en su seno maternal,
La bella mentira y la piadosa artimaña;
¡Quién no conoce, y quién no rehúsa
Ese cráneo vacío y esa risa eterna.
19.
Padres profundos, inhabitadas cabezas,
Que son después de tantas paletadas,
Integrados a la tierra y confundidos sus pasos;
El verdadero roedor, el gusano irrefutable
No es para ustedes que duermen bajo la lápida,
Él vive de vida, él nunca me deja.
20.
¿Amor, quizás, u odio de mí mismo?
¡Su diente secreto está tan cercano
Que todos los nombres le pueden convenir!
¡Qué importa! ¡Él sigue, él quiere, el sueña, el toca!
Mi carne le place, y hasta sobre mi litera
Pertenezco a este viviente.
21.
¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!
Me atravesaste con esa flecha alada,
¡Que vibra, vuela, y no vuela más!
¡Me fecunda el sonido y la flecha me mata!
Ah! El sol… cual sombra de tortuga
Para el alma, ¡Aquiles inmóvil a grandes pasos!
22.
¡No, no!... ¡De pie! ¡En la era sucesiva!
¡Rompa, mi cuerpo, esta forma pensativa!
¡Beba, mi seno, el nacer del viento!
Una frescura, de la mar exhalada
Restituye mi alma… ¡Oh, potencia salina!
Corramos hacia la onda en su viviente brotar.
23.
¡Sí! Gran mar de delirios dotado,
Piel de pantera y clámide horadada
Por miles y miles ídolos del sol,
Hidra absoluta, ebria de azulada carne,
Que te remuerdes la centelleante cola
En un tumulto parecido al silencio.
24.
¡El viento se eleva!... ¡Es necesario intentar vivir!
El aire inmenso abre y cierra mi libro,
¡La ola de polvo osa surgir de entre las rocas!
¡Vuelen ustedes, páginas totalmente deslumbradas!
¡Rompan, olas! ¡Rompan el regocijo de las aguas!
¡Ese techo tranquilo que picotean los foques!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los blogs se alimentan de palabras, gracias por dejar sus comentarios en el mío.
Un abrazo,
Rafael Ortega