domingo, 20 de octubre de 2024

Erasmo Fernández: Demiurgo y habitante de Caminatas

-Leonardo Maicán-

 La poesía es el puente mágico que conecta al ser humano con la fuente primigenia de donde mana la energía mítica que mantiene al universo en un estado de ebullición constante: el hombre. Chamán constructor de sueños e imágenes, el poeta, en el sentido socrático del conocimiento, señala, humilde y sabio, el abismo que bulle más allá de los bordes del puente mágico, abismo donde la mirada se multiplica como un parto. Sabe que no sabe nada, pero es dios y voz de su incierto destino. Es Quetzacoátl y es Osiris, es Apolo y es Wotán, es la palabra siempre en movimiento; sin él no tendría sentido la vida, ni la muerte, mucho menos el amor.

Al igual que Virgilio, el poeta es capaz de descender y de mostrarnos, en carne viva, ese abismo, una de cuyas múltiples caras es la ciudad, lugar sagrado donde el infierno encarna la perseverancia de Sísifo: voces de encadenados, “ceguera” saramaguiana. La ciudad tiene un alma gemela; es oscuridad y es día, es luna en el sueño y sol en la vigilia. Como una rueda de molino que gira infinitamente, la ciudad –nuestra o ajena- muestra su dentadura postiza y el deslumbre de sus ojos: alcantarillas, cloacas, plazas, árboles, casas, bares de mala muerte, hombres y mujeres, así como también los vicios y derrotas de quienes hacemos la ciudad, vale decir la soledad, la envidia, el golpe, la nostalgia, la palabra brusca. Viajante y polizonte de esta ciudad –Maracay-  que Erasmo Fernández ha hecho suya a fuerza de miradas y demonios que hablan a través de él, Caminatas emerge como un samán de fuego en medio del caos citadino: sabio, humilde, punto cardinal donde los meridianos y los paralelos, lejos de oponerse, señalan el centro vital en la poesía del caminante poeta: “Estos alrededores, este mirar pegándome/ su estrofa en la cara./ Paraje donde bregó mi infancia./ Qué iba yo a saber de textos/ (poesía)/ artificios, o literatura”.

Este libro exhibe, como una exquisita vitrina la cruda realidad social, los sueños e imposibles de Erasmo Fernández, del hombre mismo, de la Maracay que palpita  y muere en cada esquina. Toda ciudad se merece el color con que la designa el ciudadano de a pie: el demente, el drogadicto, la prostituta de la plaza, el borracho lúcido que alza la voz para anunciar el fin del mundo, el malandro, el enamorado... Ensalada de imágenes y sentimientos ambiguos que encarna el alma de esta ciudad que vive, muere y gime con el acento agreste de una maldición clavada en plena calle: “Unos muchachos se pelean una fumada,/ salen perseguidos por el centinela./Selladores de cuadros de caballos/ en fila india, miran el procedimiento/ avanzando despacio./ (...)/ A lo lejos, un borracho dormita,/ un demente discute con un poste/ golpeándolo con su suéter negro en plena cara.”.

La poesía de Erasmo Fernández representa un valioso aporte a la literatura venezolana. Como ya hemos dicho, su obra  se inscribe dentro de esa tradición “maldita” en la que la ciudad es un cosmos en continua creación, un mosaico en la que se superponen todos los vicios, y las virtudes, de quienes la habitamos. Con Esperas y la ausencia (1992), Fernández inicia este recorrido. El enfrentamiento con la cotidianidad y la ciudad que es cruz y cara de su aventura –o desventura-. Enfrentamiento o “resistencia” que se hace más frontal, más directa y más humana en su segundo poemario, Caminatas. Libro que, como acertadamente señala Harry Almela en el prólogo:

Su poesía se mueve en el registro de los desencantados. La puta y el mendigo, el amor y la calle (en su más puro sentido), el banco de la plaza y el árbol, son la materia de este libro. (...). Hay aquí un riesgo que pocos poetas en el país han asumido a cabalidad: el de hacer del borde del abismo una escritura y mostrarnos, sin pudor, el rostro de una ciudad que nos destroza.

 

De modo pues que Caminatas recoge el sentir de un poeta que deambula por las cicatrices de una ciudad que asoma el día y la noche con el alma rota de quien ama, odia, llora, ríe... muere. En tal sentido, la poesía de Erasmo Fernández, escrita y vivida para la ciudad que acoge y exorciza sus demonios, representa un testimonio crudo y humano de la Maracay de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Es, y esto es bien importante señalarlo, uno de los pocos poetas que escriben, con autoridad y valentía, acerca de las existencias –o subsistencias- humanas y divinas que deambulan por estas selvas de asfalto y concreto.

Es una poesía que nombra, que deja huella; una poesía de olvidos y recuerdos, y que va reconstruyendo, a pedazos y con arte y paciencia de orfebre, esta Maracay que no tiene partida de nacimiento, pueblo grande que nació de la nada, punto de encuentros, cruce de caminos. Erasmo Fernández, a partir de su visión de mundo y de su propia experiencia, en cierto modo refunda Maracay a través del parto mágico y crucial de sus poemas:  

 

En pleno corazón de la ciudad,

frente al colmenar donde es silencioso 

el sufrimiento,

al pie de una colina en la 19 de Abril,

hay un patio fragancioso a guayabas.

 

Siempre que paso por allí siento el día

menos agrio, la mente se me descarrila

hacia un recuerdo vivido en la infancia

 

Después de vivir tal fantasía,

una vez del trance liberado, inhalo

con fuerzas, zumos del reguero sangrante.

 

Véase, pues, como en estos versos el poeta, mago creador, refunda la ciudad, reinventa un espacio. En Caminatas, el autor nombra lugares comunes que son el alma y los ojos de Maracay.

La poesía de este poeta “maldito” aún no ha sido medida ni pesada en su justa dimensión. Sin embargo, con la publicación de su segundo libro, Caminatas, Fernández irrumpe de nuevo, con redobladas energías, en la escena literaria del país. Esto no quiere decir que el arco temporal que media entre las fechas de publicación de sus dos libros (10 años), el poeta haya dejado de escribir. En definitiva, y quizá suene exagerado afirmarlo, con Caminatas Erasmo Fernández se consolida como una de las voces más importantes de esta comarca llamada Venezuela. El tiempo habla a través de la poesía. Y su veredicto es irrefutable.

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Rafael Ortega