Recurro mucho a los temas de la soledad, el silencio y la muerte, no como símbolo nefasto, sino como elemento de transformación. Me gusta observar a las personas que caminan por la ciudad porque de alguna manera puedo trasladar a la hoja en blanco a esos seres humanos con todos sus conflictos
Texto y foto: Rafael Ortega
Acerca de su infancia, la narradora Moraima Rodríguez (Maracay, 1967) dice que fue muy especial. Aún mantiene viva la imagen de su padre leyendo todas las noches La madre, de Máximo Gorki, lo cual despertó su curiosidad por abordar aquella obra, y a su abuela enseñándole las primeras letras con el diario Últimas Noticias. Luego, a los ocho o nueve años, la atraparon Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; Memorias de Mamá Blanca, de Teresa de la Parra, y los Cuentos grotescos, de José Rafael Pocaterra. Años más tarde, tras el divorcio de sus padres, el hábito de la lectura ya formaba parte de su desenvolvimiento cotidiano.
—¿Has participado en talleres literarios? ¿Piensas que podrían ser fábricas de escritores?
—Mis primeros trazos en el papel los di en el taller de Laura Antillano, de quien aprendí que la disciplina es importante, pues la escritura es un acto de vida. Después seguí con Orlando Chirinos y Oswaldo Trejo, entre otros. En cuanto a la otra pregunta, creo que más que fábricas de escritores, los talleres literarios son lugares de encuentro de muchas voces que vivimos para la escritura y se da la oportunidad de intercambiar lecturas que nos guiarán hacia el género que pensemos desarrollar.
—¿Cuáles son los temas que te motivan a escribir?
—Siempre he dicho que estamos habitados de muchos fantasmas y a veces tenemos que exorcizarnos. Recurro mucho a los temas de la soledad, el silencio y la muerte, no como símbolo nefasto, sino como elemento de transformación. Me gusta observar a las personas que caminan por la ciudad porque de alguna manera puedo trasladar a la hoja en blanco a esos seres humanos con todos sus conflictos.
—Aparte de la lectura, ¿de cuáles fuentes te nutres?
—Sobre todo, la plástica. Recuerdo que en una exposición a la que asistí en la Casa de la Cultura me atrapó un desnudo que estaba allí y escribí un relato, que si lo lees ahora te darás cuenta de que no tiene nada que ver con aquella obra, pero sí me nutrió mucho para escribir. Soy más visual que auditiva.
—A tu criterio, ¿cuáles escritores venezolanos son fundamentales?
—Hay muchos, pero haciendo una lista muy específica, le tengo fe a la escritura de Orlando Araujo, pues he conseguido unos textos no solamente poéticos, sino con una convicción, una militancia a la vida, al ser humano, y de él aprendí que escribir es ser como un río, como un dios, por lo cual pienso que los escritores somos unos pequeños dioses porque a través de la palabra qué vida no damos. También podría mencionar a Laura Antillano, Francisco Massiani, Orlando Chirinos, Alberto Hernández, sobre quien hice mi tesis de grado; Luis Alberto Crespo, Eugenio Montejo, Stefania Mosca, entre otros.
—¿Has participado en talleres literarios? ¿Piensas que podrían ser fábricas de escritores?
—Mis primeros trazos en el papel los di en el taller de Laura Antillano, de quien aprendí que la disciplina es importante, pues la escritura es un acto de vida. Después seguí con Orlando Chirinos y Oswaldo Trejo, entre otros. En cuanto a la otra pregunta, creo que más que fábricas de escritores, los talleres literarios son lugares de encuentro de muchas voces que vivimos para la escritura y se da la oportunidad de intercambiar lecturas que nos guiarán hacia el género que pensemos desarrollar.
—¿Cuáles son los temas que te motivan a escribir?
—Siempre he dicho que estamos habitados de muchos fantasmas y a veces tenemos que exorcizarnos. Recurro mucho a los temas de la soledad, el silencio y la muerte, no como símbolo nefasto, sino como elemento de transformación. Me gusta observar a las personas que caminan por la ciudad porque de alguna manera puedo trasladar a la hoja en blanco a esos seres humanos con todos sus conflictos.
—Aparte de la lectura, ¿de cuáles fuentes te nutres?
—Sobre todo, la plástica. Recuerdo que en una exposición a la que asistí en la Casa de la Cultura me atrapó un desnudo que estaba allí y escribí un relato, que si lo lees ahora te darás cuenta de que no tiene nada que ver con aquella obra, pero sí me nutrió mucho para escribir. Soy más visual que auditiva.
—A tu criterio, ¿cuáles escritores venezolanos son fundamentales?
—Hay muchos, pero haciendo una lista muy específica, le tengo fe a la escritura de Orlando Araujo, pues he conseguido unos textos no solamente poéticos, sino con una convicción, una militancia a la vida, al ser humano, y de él aprendí que escribir es ser como un río, como un dios, por lo cual pienso que los escritores somos unos pequeños dioses porque a través de la palabra qué vida no damos. También podría mencionar a Laura Antillano, Francisco Massiani, Orlando Chirinos, Alberto Hernández, sobre quien hice mi tesis de grado; Luis Alberto Crespo, Eugenio Montejo, Stefania Mosca, entre otros.
—¿A qué atribuyes que los escritores venezolanos no sean tan conocidos en el exterior?
—Lamentablemente, no existe una divulgación de las obras de los escritores nacionales como debe ser. No tengo nada en contra de que los escritores reconocidos sigan llenando las páginas de las revistas culturales y de los suplementos de los periódicos, pero pienso que también se le debe dar cabida a la extensa variedad de creadores que existimos y aún no nos conocen.
—¿Cómo percibes el panorama regional actual?
—Me parece que estamos las mismas voces. No sé si me equivoco. Creo que debería haber un taller permanente para sacar a la luz a las voces emergentes y revisar el trabajo literario en las comunidades. De repente hay voces escondidas por allí que no saben dónde acudir porque ven la Casa de la Cultura como un gran monstruo sagrado. Y si seguimos siendo los mismos, debemos entender que no somos eternos, por lo que debe prestarse mayor atención a lo que viene siendo el discurso literario como tal, llámese ensayo, narrativa o poesía.
—¿Cómo percibes la presencia de la mujer en la literatura?
—La presencia de la mujer en la literatura es notoria. Allí tenemos a Yolanda Pantin, Laura Antillano, Milagros Mata Gil, entre otras, pero pienso que no debe confundirse, porque a veces caemos en el cliché de la poesía o la narrativa “feminista”. Creo más en un discurso femenino, inclusive, a veces hay cierta transmutación, yo pienso como hombre para asumir un texto escrito por una mujer. No me considero una escritora feminista ni tampoco manejo un discurso totalmente femenino, presento muchos rasgos que los defiendo hasta desde una voz masculina, pero la femineidad en la escritura sí es un discurso arraigado.
—¿Cuáles obras o autores de la literatura universal recomendarías leer a las nuevas generaciones?
—Sin lugar a dudas, Walt Whitman, Oscar Wilde, Virginia Woolf, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Mario Benedetti, son autores necesarios para quienes quieran incursionar en el mundo de la literatura.
—¿Cuál es la función del escritor?
—Pienso que el escritor es un trashumante, que puede tener varios roles: transformar la sociedad o coadyuvar a que ésta sea menos egoísta y más transparente. El escritor es un habitante más de esta realidad por la cual uno subyace cada día y a través de la palabra, nos convoca a estar dentro de ella para que nos toque, mas no nos hiera. Es decir, su función es despertar el afecto por las cosas más sencillas y protegernos del olvido.
—¿Piensas que las nuevas tecnologías son herramientas útiles para promocionar la obra de un escritor?
—Es otra manera de promocionar la lectura y la escritura, pues ya no seríamos voces aragüeñas ni venezolanas, sino latinoamericanas y hasta mundiales. De alguna manera, la Internet sí funciona.
—¿Crees que los libros virtuales suplantarán la imprenta?
—Un no rotundo. De verdad que no pienso que eso suceda porque el libro es como un ser humano de quien no podemos cambiar ese contacto que nos ofrece. Un libro eres tú y soy yo.
—Lamentablemente, no existe una divulgación de las obras de los escritores nacionales como debe ser. No tengo nada en contra de que los escritores reconocidos sigan llenando las páginas de las revistas culturales y de los suplementos de los periódicos, pero pienso que también se le debe dar cabida a la extensa variedad de creadores que existimos y aún no nos conocen.
—¿Cómo percibes el panorama regional actual?
—Me parece que estamos las mismas voces. No sé si me equivoco. Creo que debería haber un taller permanente para sacar a la luz a las voces emergentes y revisar el trabajo literario en las comunidades. De repente hay voces escondidas por allí que no saben dónde acudir porque ven la Casa de la Cultura como un gran monstruo sagrado. Y si seguimos siendo los mismos, debemos entender que no somos eternos, por lo que debe prestarse mayor atención a lo que viene siendo el discurso literario como tal, llámese ensayo, narrativa o poesía.
—¿Cómo percibes la presencia de la mujer en la literatura?
—La presencia de la mujer en la literatura es notoria. Allí tenemos a Yolanda Pantin, Laura Antillano, Milagros Mata Gil, entre otras, pero pienso que no debe confundirse, porque a veces caemos en el cliché de la poesía o la narrativa “feminista”. Creo más en un discurso femenino, inclusive, a veces hay cierta transmutación, yo pienso como hombre para asumir un texto escrito por una mujer. No me considero una escritora feminista ni tampoco manejo un discurso totalmente femenino, presento muchos rasgos que los defiendo hasta desde una voz masculina, pero la femineidad en la escritura sí es un discurso arraigado.
—¿Cuáles obras o autores de la literatura universal recomendarías leer a las nuevas generaciones?
—Sin lugar a dudas, Walt Whitman, Oscar Wilde, Virginia Woolf, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Mario Benedetti, son autores necesarios para quienes quieran incursionar en el mundo de la literatura.
—¿Cuál es la función del escritor?
—Pienso que el escritor es un trashumante, que puede tener varios roles: transformar la sociedad o coadyuvar a que ésta sea menos egoísta y más transparente. El escritor es un habitante más de esta realidad por la cual uno subyace cada día y a través de la palabra, nos convoca a estar dentro de ella para que nos toque, mas no nos hiera. Es decir, su función es despertar el afecto por las cosas más sencillas y protegernos del olvido.
—¿Piensas que las nuevas tecnologías son herramientas útiles para promocionar la obra de un escritor?
—Es otra manera de promocionar la lectura y la escritura, pues ya no seríamos voces aragüeñas ni venezolanas, sino latinoamericanas y hasta mundiales. De alguna manera, la Internet sí funciona.
—¿Crees que los libros virtuales suplantarán la imprenta?
—Un no rotundo. De verdad que no pienso que eso suceda porque el libro es como un ser humano de quien no podemos cambiar ese contacto que nos ofrece. Un libro eres tú y soy yo.
Vivir en la literatura
En esa página en blanco desnuda, cuando comienzo a escribir, he conseguido muchas respuestas a mis incertidumbres y trato de mostrar el retrato de otros seres humanos igual que yo. Desde que asumí la literatura como vida, pienso que de ella no se debe vivir, sino vivir en ella
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Rafael Ortega