Una de las cosas que debe tener presente el creador es que es tan efímero y pasajero como cualquier otro ser humano. Esa debe ser parte de la percepción: saber que no somos eternos y no estamos aquí para imponernos por encima de los demás
Texto y foto: Rafael Ortega
Tras haber publicado su primer libro de narrativa, titulado Vencedores (La Liebre Libre, 1993), Marcos Veroes (Barquisimeto, 1965) sintió la necesidad existencial de expresarse a través de la poesía. “El cuento ya no tenía el asidero lo suficientemente sólido como para sostenerse en su construcción”, comentó. Fue así como inició un recorrido que lo llevó desde los relatos extensos, con pretensiones de convertirse en capítulos de alguna novela, pasando por los cuentos breves hasta que “por cuestiones de vida y por la dinámica citadina” desembocó en la poesía “porque la palabra tiene una contundencia, mientras que en el cuento la contundencia de la palabra no es tan profunda. En un poema, el ritmo es más pausado, pues la palabra lo exige”.
—¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?
—Las primeras lecturas fueron caóticas, pero las que vienen a mi memoria son principalmente con las cuales tuve contacto en el liceo y, por supuesto, esas cosas que también llegan a través de la familia. Para mí es inolvidable la imagen de Sherlock Holmes, gracias a mi mamá, pues a ella le gustaba mucho ese género policiaco hasta el punto de devorar con saña las novelas de Ágatha Christie. De allí pasé a leer los inevitables poemas de amor de Pablo Neruda y más adelante me fui topando con otros autores por casualidad, como sucedió con Julio Cortázar. Resulta que mientras ayudaba a un tío en una mudanza, me puse a revisar unos libros de los que pensaba deshacerse y entre ellos estaba Bestiario. Yo ni siquiera sabía quién era Cortázar y al encontrar ese libro empecé a leerlo para ver cuáles eran las razones para botarlo y finalmente opté por guardarlo para mi biblioteca personal.
—¿Participaste en algún taller literario?
—En varios, en talleres de narrativa y de dramaturgia. Participé en un taller de narrativa dictado por Orlando Chirinos y de esa experiencia quedó una gran amistad con él y con el resto de los talleristas, y en dramaturgia estuve con Néstor Caballero, aunque este taller se truncó por problemas de tipo administrativo, pero más tarde continuó en Caracas, en otra institución.
—¿Consideras que los talleres son fábricas de escritores?
—No, yo creo que los escritores caen por sí solos en esa forma de vida. Al final, la escritura tanto para los autores no publicados como los publicados o “consagrados”, como quiera llamárseles, es eso: una forma de vida. Hay gente que pasa por un taller literario y al culminarlo más nunca tiene que ver con la escritura porque eso no forma parte de su vida. No es una necesidad orgánica como para otras personas.
—¿Cuáles temas te motivan a escribir?
—Los temas pueden ser muchos, como el del ineludible amor, el tema de la muerte, el tema de la vejez, pero el mejor tema es la lectura; es decir, los autores que me agradan son los que me impulsan a escribir. Autores con los que uno consigue una frase, un verso, una oración que nos dispara ideas, que nos hace pensar en otras posibilidades, y te hace arrancar con ese sufrimiento que es la escritura de algo que tenga forma y sentido, que tenga algún soporte del cual uno pueda decir: “Mira, estoy escribiendo esto”.
—Aparte de lectura, ¿de qué otras fuentes te nutres para escribir?
—Se me hace difícil relacionarme con otras artes para efectos de la creación. Yo parto de un momento de inspiración en medio de la lectura. Claro, hay circunstancias, hay hechos, hay palabras que se escuchan en la calle y uno dice: “Esto es poesía”. Los personajes se encuentran en la ciudad, en cualquier calle, en un autobús, quienes sin proponérselo hablan un lenguaje poético.
—A tu criterio, ¿cuáles escritores venezolanos son fundamentales?
—Fundamentales hay muchos, pero entra en juego el asunto de la discusión. Allí tenemos a Ana Enriqueta Terán, Vicente Gerbasi, Juan Sánchez Peláez, Eugenio Montejo, Yolanda Pantin, Edda Armas... la lista de escritores venezolanos en el área de la poesía es larga; y en el área del cuento están Ednodio Quintero, Oscar Guaramato, Antonio Márquez Salas, Guillermo Meneses...
—¿A qué atribuyes que los escritores venezolanos no sean tan conocidos en el exterior?
—Es escabroso este tema porque es algo que puede analizarse desde distintos puntos de vista: el de los padres y representantes, de los maestros de las escuelas, de los profesores de los liceos y las universidades, de los titulares de los organismos del Estado, de los medios de comunicación, porque si los escritores venezolanos no son personajes reconocidos ni tienen representatividad dentro de la sociedad es porque esa figura es disminuida al 99,99 por ciento. Resulta difícil aceptar que en un país como el nuestro, que posee una variedad de medios de comunicación, la figura del escritor no tiene el peso ni la espesura que debería tener en cualquier otra congregación de seres humanos. Creo que eso parte de allí, fíjate que nuestras escuelas tienen un gran defecto: todavía se estudia con el texto de Hurtado, y no es que tenga algo en contra del autor, sino que no es posible que veinte años después de haberme graduado todavía se siga hablando de Doña Bárbara como la novela más representativa, más actual y más moderna de nuestro país. Tal vez, eso pudo haber sido cierto, pero después de Rómulo Gallegos han nacido y han publicado otros autores. Entonces, el asunto debe ser analizado desde varios ámbitos, desde la promoción, pasando por la escuela, por el hogar, por las editoriales y por el Estado.
—¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?
—Las primeras lecturas fueron caóticas, pero las que vienen a mi memoria son principalmente con las cuales tuve contacto en el liceo y, por supuesto, esas cosas que también llegan a través de la familia. Para mí es inolvidable la imagen de Sherlock Holmes, gracias a mi mamá, pues a ella le gustaba mucho ese género policiaco hasta el punto de devorar con saña las novelas de Ágatha Christie. De allí pasé a leer los inevitables poemas de amor de Pablo Neruda y más adelante me fui topando con otros autores por casualidad, como sucedió con Julio Cortázar. Resulta que mientras ayudaba a un tío en una mudanza, me puse a revisar unos libros de los que pensaba deshacerse y entre ellos estaba Bestiario. Yo ni siquiera sabía quién era Cortázar y al encontrar ese libro empecé a leerlo para ver cuáles eran las razones para botarlo y finalmente opté por guardarlo para mi biblioteca personal.
—¿Participaste en algún taller literario?
—En varios, en talleres de narrativa y de dramaturgia. Participé en un taller de narrativa dictado por Orlando Chirinos y de esa experiencia quedó una gran amistad con él y con el resto de los talleristas, y en dramaturgia estuve con Néstor Caballero, aunque este taller se truncó por problemas de tipo administrativo, pero más tarde continuó en Caracas, en otra institución.
—¿Consideras que los talleres son fábricas de escritores?
—No, yo creo que los escritores caen por sí solos en esa forma de vida. Al final, la escritura tanto para los autores no publicados como los publicados o “consagrados”, como quiera llamárseles, es eso: una forma de vida. Hay gente que pasa por un taller literario y al culminarlo más nunca tiene que ver con la escritura porque eso no forma parte de su vida. No es una necesidad orgánica como para otras personas.
—¿Cuáles temas te motivan a escribir?
—Los temas pueden ser muchos, como el del ineludible amor, el tema de la muerte, el tema de la vejez, pero el mejor tema es la lectura; es decir, los autores que me agradan son los que me impulsan a escribir. Autores con los que uno consigue una frase, un verso, una oración que nos dispara ideas, que nos hace pensar en otras posibilidades, y te hace arrancar con ese sufrimiento que es la escritura de algo que tenga forma y sentido, que tenga algún soporte del cual uno pueda decir: “Mira, estoy escribiendo esto”.
—Aparte de lectura, ¿de qué otras fuentes te nutres para escribir?
—Se me hace difícil relacionarme con otras artes para efectos de la creación. Yo parto de un momento de inspiración en medio de la lectura. Claro, hay circunstancias, hay hechos, hay palabras que se escuchan en la calle y uno dice: “Esto es poesía”. Los personajes se encuentran en la ciudad, en cualquier calle, en un autobús, quienes sin proponérselo hablan un lenguaje poético.
—A tu criterio, ¿cuáles escritores venezolanos son fundamentales?
—Fundamentales hay muchos, pero entra en juego el asunto de la discusión. Allí tenemos a Ana Enriqueta Terán, Vicente Gerbasi, Juan Sánchez Peláez, Eugenio Montejo, Yolanda Pantin, Edda Armas... la lista de escritores venezolanos en el área de la poesía es larga; y en el área del cuento están Ednodio Quintero, Oscar Guaramato, Antonio Márquez Salas, Guillermo Meneses...
—¿A qué atribuyes que los escritores venezolanos no sean tan conocidos en el exterior?
—Es escabroso este tema porque es algo que puede analizarse desde distintos puntos de vista: el de los padres y representantes, de los maestros de las escuelas, de los profesores de los liceos y las universidades, de los titulares de los organismos del Estado, de los medios de comunicación, porque si los escritores venezolanos no son personajes reconocidos ni tienen representatividad dentro de la sociedad es porque esa figura es disminuida al 99,99 por ciento. Resulta difícil aceptar que en un país como el nuestro, que posee una variedad de medios de comunicación, la figura del escritor no tiene el peso ni la espesura que debería tener en cualquier otra congregación de seres humanos. Creo que eso parte de allí, fíjate que nuestras escuelas tienen un gran defecto: todavía se estudia con el texto de Hurtado, y no es que tenga algo en contra del autor, sino que no es posible que veinte años después de haberme graduado todavía se siga hablando de Doña Bárbara como la novela más representativa, más actual y más moderna de nuestro país. Tal vez, eso pudo haber sido cierto, pero después de Rómulo Gallegos han nacido y han publicado otros autores. Entonces, el asunto debe ser analizado desde varios ámbitos, desde la promoción, pasando por la escuela, por el hogar, por las editoriales y por el Estado.
—¿Es difícil ser escritor en un país de pocos lectores?
—Bueno, sí. Es casi utópico. Una de las cosas que nos proponemos a través de los talleres de literatura es básicamente la formación de lectores. Y cuando hablamos de formación de lectores no queremos decir “lectores profesionales”, sino personas que le dediquen un tiempo al ejercicio de la lectura, desde el punto de vista de la distracción. Porque como bien lo dice Ernesto Sábato en uno de sus libros: “La lectura es como el sueño” y eso nos brinda tanto una sanidad mental como un equilibrio psicológico para poder soportar la realidad, que muchas veces supera a la ficción, pero que nos ayuda a entender.
—¿Las instituciones del Estado ofrecen ayuda al escritor?
—Últimamente, se ha querido dar un impulso a la literatura contemporánea. En Guatire se inauguró una imprenta que produce cinco mil libros por hora y ahora en cada estado hay una, a través de la Red de Escritores y otras asociaciones que se han ido creando. Me parece que ése es el primer paso. El Estado está sufriendo transformaciones y una de ellas es que la educación y la cultura vayan más allá de un salón de clases o una biblioteca.
—¿Cómo percibes la presencia de la mujer en el mundo de la literatura?
—Sin caer en el tema del machismo y el feminismo, la presencia de la mujer en la literatura es positiva porque es una manera distinta de ver el mundo, de apreciar la dinámica humana. Te lo digo porque, por ejemplo, la visión erótica del hombre, en algunos puntos, es distinta a la visión erótica de la mujer. Eso si hablamos desde el punto de vista del común, pero si hablamos de los escritores, hay más puntos de encuentro que puntos divergentes. Entonces, claro está, cuando leemos a Luz Machado, decimos: “Diablos, ¿por qué esto no lo escribió un hombre?”. No, porque es una sensibilidad, que estaba dispuesta para eso en ese mismo momento. Todos sabemos que Luz Machado no fue una escritora prolífica, pero todo lo que escribió lo hizo con un buen ojo poético. Lo mismo pasa con Blanca Strepponi, Yolanda Pantin y con cualquiera de nuestras escritoras que abordan tanto puntos de encuentro como divergentes.
—¿Cuáles obras de la literatura universal recomendarías?
—Sandokan, de Emilio Salgari;Robinson Crusoe, de Daniel Defoe; Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne... hay que disfrutar de esas lecturas que de una u otra forma nos van construyendo como seres humanos. También los novelistas rusos son ineludibles, Crimen y castigo, de Dostoievski, una obra que nos confronta con lo que debe ser la moral y la ética; Emile Zolá; en fin, serían tantos que tal vez cometa el más típico acto de injusticia al olvidar alguno de ellos.
—¿Cómo ves el panorama literario actual en la región?
—Lo veo lleno de prepotencia y carente de humildad a la hora de asumir el trabajo de la escritura porque hay autores en el estado Aragua que creen que porque les publicaron en una revista literaria o porque les editaron un libro aquí o en cualquier otro lugar tienen “derecho a” y pienso que no debe haber persona más humilde que los creadores, porque una de las cosas que debe tener presente el creador es que es tan efímero y pasajero como cualquier otro ser humano. Esa debe ser parte de la percepción: saber que no somos eternos y no estamos aquí para imponernos por encima de los demás. A pesar de todo, creo que el panorama regional luce optimista, no diría positivo porque obviamente debe haber un esfuerzo que vaya dirigido a conseguir bienes comunes, pero yo entiendo que la escritura es un trabajo solitario y al escritor le cuesta sentarse con otros para hacer un proyecto común.
—¿Qué opinas de las nuevas tecnologías?
—Es como una Torre de Babel, todo el mundo se encuentra allí, en el mismo lugar. En Internet desarrollamos una conversación con alguien que está al otro lado del mundo, pero es tan irreal que después de que uno se levanta de la silla surge la interrogante: ¿en verdad era un ser viviente el que estaba del otro lado? Entonces, las nuevas tecnologías te ayudan, pero también te crean ese sentimiento de ser un personaje ficticio tanto para el otro como para el computador mismo, porque la palabra virtual es muy rica en su significado: ahora tenemos una realidad virtual y una realidad real. Por eso las nuevas tecnologías son como un cuchillo de doble filo.
—¿Piensas que la Internet suplantará la imprenta?
—Me parece imposible. Cuando uno está trabajando un texto se necesita del papel impreso para la revisión, la corrección o para darle el sí definitivo y eso no se cumple frente a la pantalla. El computador no te ofrece esa calidez que te da la hoja de papel.
—Bueno, sí. Es casi utópico. Una de las cosas que nos proponemos a través de los talleres de literatura es básicamente la formación de lectores. Y cuando hablamos de formación de lectores no queremos decir “lectores profesionales”, sino personas que le dediquen un tiempo al ejercicio de la lectura, desde el punto de vista de la distracción. Porque como bien lo dice Ernesto Sábato en uno de sus libros: “La lectura es como el sueño” y eso nos brinda tanto una sanidad mental como un equilibrio psicológico para poder soportar la realidad, que muchas veces supera a la ficción, pero que nos ayuda a entender.
—¿Las instituciones del Estado ofrecen ayuda al escritor?
—Últimamente, se ha querido dar un impulso a la literatura contemporánea. En Guatire se inauguró una imprenta que produce cinco mil libros por hora y ahora en cada estado hay una, a través de la Red de Escritores y otras asociaciones que se han ido creando. Me parece que ése es el primer paso. El Estado está sufriendo transformaciones y una de ellas es que la educación y la cultura vayan más allá de un salón de clases o una biblioteca.
—¿Cómo percibes la presencia de la mujer en el mundo de la literatura?
—Sin caer en el tema del machismo y el feminismo, la presencia de la mujer en la literatura es positiva porque es una manera distinta de ver el mundo, de apreciar la dinámica humana. Te lo digo porque, por ejemplo, la visión erótica del hombre, en algunos puntos, es distinta a la visión erótica de la mujer. Eso si hablamos desde el punto de vista del común, pero si hablamos de los escritores, hay más puntos de encuentro que puntos divergentes. Entonces, claro está, cuando leemos a Luz Machado, decimos: “Diablos, ¿por qué esto no lo escribió un hombre?”. No, porque es una sensibilidad, que estaba dispuesta para eso en ese mismo momento. Todos sabemos que Luz Machado no fue una escritora prolífica, pero todo lo que escribió lo hizo con un buen ojo poético. Lo mismo pasa con Blanca Strepponi, Yolanda Pantin y con cualquiera de nuestras escritoras que abordan tanto puntos de encuentro como divergentes.
—¿Cuáles obras de la literatura universal recomendarías?
—Sandokan, de Emilio Salgari;Robinson Crusoe, de Daniel Defoe; Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne... hay que disfrutar de esas lecturas que de una u otra forma nos van construyendo como seres humanos. También los novelistas rusos son ineludibles, Crimen y castigo, de Dostoievski, una obra que nos confronta con lo que debe ser la moral y la ética; Emile Zolá; en fin, serían tantos que tal vez cometa el más típico acto de injusticia al olvidar alguno de ellos.
—¿Cómo ves el panorama literario actual en la región?
—Lo veo lleno de prepotencia y carente de humildad a la hora de asumir el trabajo de la escritura porque hay autores en el estado Aragua que creen que porque les publicaron en una revista literaria o porque les editaron un libro aquí o en cualquier otro lugar tienen “derecho a” y pienso que no debe haber persona más humilde que los creadores, porque una de las cosas que debe tener presente el creador es que es tan efímero y pasajero como cualquier otro ser humano. Esa debe ser parte de la percepción: saber que no somos eternos y no estamos aquí para imponernos por encima de los demás. A pesar de todo, creo que el panorama regional luce optimista, no diría positivo porque obviamente debe haber un esfuerzo que vaya dirigido a conseguir bienes comunes, pero yo entiendo que la escritura es un trabajo solitario y al escritor le cuesta sentarse con otros para hacer un proyecto común.
—¿Qué opinas de las nuevas tecnologías?
—Es como una Torre de Babel, todo el mundo se encuentra allí, en el mismo lugar. En Internet desarrollamos una conversación con alguien que está al otro lado del mundo, pero es tan irreal que después de que uno se levanta de la silla surge la interrogante: ¿en verdad era un ser viviente el que estaba del otro lado? Entonces, las nuevas tecnologías te ayudan, pero también te crean ese sentimiento de ser un personaje ficticio tanto para el otro como para el computador mismo, porque la palabra virtual es muy rica en su significado: ahora tenemos una realidad virtual y una realidad real. Por eso las nuevas tecnologías son como un cuchillo de doble filo.
—¿Piensas que la Internet suplantará la imprenta?
—Me parece imposible. Cuando uno está trabajando un texto se necesita del papel impreso para la revisión, la corrección o para darle el sí definitivo y eso no se cumple frente a la pantalla. El computador no te ofrece esa calidez que te da la hoja de papel.
Pluma y libreta
Ya no concibo pasar mucho tiempo sin escribir una línea. Mis compañeras son una pluma y una libreta. Agradezco a todas las fuerzas divinas de la creación por permitirme usar el don de la palabra y pienso que es una ayuda para vivir. En medio de un dolor, me siento a escribir y cuando me levanto del asiento lo hago con un peso menos
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los blogs se alimentan de palabras, gracias por dejar sus comentarios en el mío.
Un abrazo,
Rafael Ortega