Era el día y la hora. Busqué en la gaveta las que disimularan mi ancho trasero y no levantaran sospechas cuando la multitud clamara: “Y va a caer, y va a caer, este gobierno va a caer” y yo me acercaría con disimulo para descargar la cacerina de mi punto cincuenta en las humanidades de Carlos Ortega y Carlos Fernández. ¡Cómo los odio!
Me miré en el espejo y parecía cualquier mujer, un poco obesa pero con bastante gracia. No como esas, las que mi Presidente llama firifiritas.
Pero es que con este bendito paro, quién no se va a poner como un firifirito si no hay ni harina precocida ni gas para preparar las arepitas.
Es más, mi vecina me dijo que no es que no estén distribuyendo alimentos, sino que son los chinos y los portugueses los que están acaparándolos para venderlos al precio que les da la gana.
¿Y lo de la gasolina? ¡Ni hablar! Mi hermana tuvo que pasar doce horas en una cola para medio llenar el tanque de su carro. ¿La cerveza? ¡Qué va! Mi primo Gonzalo me contó que en diciembre consiguió un par de cajas a 25 mil bolívares cada una. ¡Qué sinvergüenzura! Pero como andaba con unos compañeros de trabajo que beben como unos cosacos no les quedó otra que rematar con guarapita y al siguiente día amanecieron toditos en el hospital y allí también les salieron con que tenían que esperar un buen rato porque estaban de paro. Ya no hay quien aguante esta situación. Lo único provechoso de todo esto es que los borrachos se están volviendo abstemios.
Para la Marcha de las Pantaletas, la Coordinadora Democrática convocó a las mujeres dizque de diferentes estratos sociales -cuando en verdad quienes van para esas vainas son puras pavitas sifrinas y viejas encopetadas- para que manifestaran su descontento contra el régimen y la supuesta actuación grosera y prepotente del general Acosta Carlez, quien debe sufrir de problemas digestivos, el pobre. ¿Que se bebió una malta caliente y eructó ante las cámaras de televisión? ¡No digo yo, ni que eso fuera un delito! ¡Todo el mundo eructa y se tira peos!
Es que estos oligarcas no saben ya qué hacer para sacar del poder al Comandante, pero se van a quedar con las ganas.
Por eso es que cuando iban a ser las once y los escuálidos empezaron a gritar: “Se va, se va, se va, se va” yo me iba a amarrar bien las pantaletas para acabar con esta guachafita golpista, pero cuando me alistaba a disparar, un policía metropolitano me apuntaba a la cabeza mientras me decía: “Quieto, ciudadano, a mí no me confunde; esas no son cosas de hombre”.
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Rafael Ortega