Rondalla: Conjunto musical de instrumentos de cuerda; Cuento, conseja, romance; Conjunto de personas que van tocando y cantando por la calle.
Edición y nota: Manuel Cabesa
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Ya cerca del Año Nuevo, nos damos cuenta de que la Navidad es también un reencuentro con aquella presencia que siempre nos acompaña aunque no esté cerca...
(mcabesa)
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La sonrisa de la madre
-Fernando Savater-
(San Sebastián/España)
Pasados los 50 años, solo hay ya dos tipos de personas: los que recuerdan con emoción las Navidades de antaño y siguen celebrando la fiesta y los que han tenido que inventarse algo para consolarse de no tener Navidades. Estos últimos, pobrecitos, arguyen que no son creyentes o que son festejos consumistas en los que se niegan a participar. Por supuesto, no hace falta ser creyente para sentir y celebrar la Navidad: en todo caso, no se trata de creer en Dios, sino de creer en la Navidad. Y para eso no es necesario gastarse todos los ahorros ni montar una gran fiesta con todos los parientes imaginables. Basta con recordar, pero recordar de veras —con lágrimas en los ojos, si tenemos ese «don de lágrimas» del que habló San Agustín—, la sonrisa de nuestra madre.
Si ella vive aún y tenemos la enorme suerte de poder disfrutarla todavía, no será necesario que vayamos a ninguna tienda para gozar la Navidad: aunque estemos solos, aunque no podamos pagarnos una opípara cena, lo más invencible de la Navidad nos acompaña, sin que nadie pueda borrárnosla del alma. Pero si ella ha muerto, tampoco importa tanto, porque quien ha tenido madre la tiene para siempre: las madres son eternas, indestructibles, están hechas de la misma fibra imperecedera y leve que nuestros sueños. Un verso de Virgilio canta que aquel a quien nunca ha sonreído su madre jamás conocerá tampoco la sonrisa de los dioses. Esa sonrisa, la tan recordada de la madre, la divina, vuelve a nosotros al menos una vez al año, por cada Navidad.
Si alguien no sabe de lo que estoy hablando, solo me queda compadecerlo, pero no tratar de consolarle: en estas cuestiones amorosas en que nos va la vida hay que ser saludablemente egoístas. Lo único que puedo hacer en su favor es recomendarle para estas Pascuas que le resultarán tan aburridas la lectura de un libro, por ejemplo.

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Rafael Ortega