Rondalla: Conjunto musical de instrumentos de cuerda; Cuento, conseja, romance; Conjunto de personas que van tocando y cantando por la calle.
Edición y nota: Manuel Cabesa
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No hay ilusión más grande durante la infancia que la llegada del Niño Jesús, la expectativa del regalo, la sorpresa al recibirlo y, a veces, los fiascos al ver que no llegó el juguete esperado forman parte del anecdotario de cualquier adulto que rememora la noche del 24 luego que han pasado los años. Esta nueva rondalla, como la de ayer, también está dedicada a ese momento.
(mcabesa)
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El Niño Jesús
-Juan Francisco Lara-
(San Mateo/estado Aragua)
Allá por el 69, vivíamos en el barrio Casablanca, allá por Caracas, mis padres y mis cuatro hermanos; tenía yo 9 años, se acercaba diciembre y como todos los años nos preguntábamos ¿qué nos traería el Niño Jesús de regalo este año? Casi siempre eran juguetes, carritos, pistolas o rifles de vaquero y también juegos de mesa.
En la misma calle donde vivíamos a unas dos casas, había una cancha de bolas criollas que pertenecía a la señora Dolores Villamizar. Ella tenía un marido que era chofer de autobús de la ruta Gramovén-Chacaíto que se llamaba Jesús Rodríguez.
Por esos días se me ocurrió sentarme en la acera frente a la cancha de bolas. Mamá nos había prohibido acercarnos a la cancha pues ahí bebían cerveza y decían groserías, mala cosa para nosotros que éramos unos niños "serios". Veía yo desde la calle el juego y escuchaba las cosas que decían.
Un jugador destacaba por encima de todos. Bochaba "clavao", arrimaba con exactitud y también era el mejor con las marranas; el que conoce el juego de bolas sabe de lo que estoy hablando. Este jugador, un zambo alto y ágil, vestía como Daniel Santos en un disco que papá tenía; zapatos blancos, pantalón ajustado y por nombre le decían Niño Jesús: "el Niño Jesús no pela un boche", "Apuesto cuatro tercios a que el Niño Jesús gana esta partida", decían.
En ese momento quedé en shock. Este tipo alto y flaco era el niño Jesús, el mismo que traía regalos el 24 por la noche cuando ya dormíamos. En mi mente de niño volaban las preguntas sin respuesta, decidí guardar el secreto y no decir nada a mis hermanitos, mucho menos a papá o a mamá. Además no podía conciliar la imagen del autobusero campeón de bolas criollas con el pequeño bebé del pesebre en medio de las luces de navidad, de verdad fue algo traumático para mí.
Al fin llegó el esperado 24. A mis hermanos el Niño les trajo carritos y pistolas como siempre y a mí como era el más grande me trajo un radiecito marca Sanyo de color rojo, una sola banda y una antenita cromada: el mejor regalo del mundo para mí, la alegría no cabía en mi pequeño cuerpo.
Desde entonces el Niño Jesús autobusero fue mi primer ídolo. Después fuimos creciendo y como niño que descubre su propia realidad, también descubrí lo del Niño Jesús. Los regalos eran de papá y mamá con todo el sacrificio y todo el amor del mundo.
Así aprendí que aquel hombre del pueblo que manejaba autobús y jugaba bolas criollas, no tenía nada que ver con el milagro hermoso de la navidad que como todos los años estamos a punto de celebrar.
Años más tarde, cuando crecí y entraba en la vieja cancha de bolas a tomarme unas cervezas, llegué a compartir con el Niño Jesús autobusero quien además era buen contador de historias. Todo un milagro también, echarse palos con el Niño Jesús.
Ya de aquel año 69 han pasado 56 años, pero yo todavía creo en el Niño Jesús, en los dos.


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Rafael Ortega