Rondalla: Conjunto musical de instrumentos de cuerda; Cuento, conseja, romance; Conjunto de personas que van tocando y cantando por la calle.
Edición y nota: Manuel Cabesa
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Llega este año el 24 de diciembre viviendo en la frontera de dos edades: la que aún conserva restos de las navidades tradicionales y la que se abre al futuro donde todo está condicionado por la tecnología; ¿cómo serán las navidades del futuro? En esta rondalla nuestra amiga Ysbel Mejías arriesga una hipótesis fantástica pero probable... escrita al mejor estilo de Ray Bradbury.
(mcabesa)
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Error 404: Espíritu Navideño no encontrado
-Ysbel Mejías-
La humanidad era mi negocio. El bienestar común era mi negocio; la caridad, la misericordia, la tolerancia, la benevolencia, todo era mi negocio.
Charles Dickens
Hoy en víspera de navidad, quiero recorrer la ciudad para colectar imágenes y palabras en una libreta y cámara en mano. Decido caminar hacia las zonas en las que el espíritu navideño anida entre la gente. En el camino me he encontrado con reliquias que quizás son prohibidas otras no tanto; al final inventariar la ciudad se vuelve divertido.
Salir e identificar espacios con detalles que llamen la atención es un poco ilógico, aunque recorro con todos los sentidos cada calle de la urbe; así puedo identificar olores como de árboles, flores, ríos y el plástico de las ramas verdes extendidas de los pinos o entorchadas en formas de guirnaldas mezclado con oxido de carbono y circuitos eléctricos recalentados de tantas bombillas encendidas las 24 horas del día. He llegado a la Plazoleta del Algoritmo Sagrado veo el reloj con detenimiento son las 10:00 AM; es la primera parada.
Ajusto la mascarilla con filtros de partículas, posee un diseño navideño con colores rojo y verde y bordes blancos de nieve sintética. Observo la plaza, descubro que el araguaney fue cortado, y ahora luce en todo su esplendor un árbol lumínico modelo X-24, de este se desprenden ramas diseñadas a partir de tubos de neón y las luces de este gran árbol titilan al ritmo de las ofertas relámpago del último viernes de noviembre conectadas con el inicio de la temporada decembrina. Cada destello de luz se sincroniza con brazaletes de transeúntes que vibran con pequeños y suaves ¡Ding! Para ser detectados en un radio de 50 metros y la pregunta del día: "¿Desea adquirir la oferta de felicidad?"
De mi bolsillo saco la libreta y anoto "Día 24: Ritual de Consumo", las miradas entre los trashumantes se pierden ante los códigos QR de descuentos relámpagos dibujados en la frente de los vendedores y maniquíes que vocean en las afueras de las tiendas. Algunos utilizan lentes de realidad aumentada, dicen que así se logra mirar con más detalle la mercancía (adornos, ropa, calzados, electrodomésticos) y el infaltable ajuar navideño. Pero también, los más osados observan a través de la ropa femenina de las vendedoras y compradoras dentro de las tiendas.
Sigo el camino, mientras escucho los villancicos convertidos ahora en los jingles de nuevas marcas comerciales como la afamada “Noche de Paz” interpretada por la coral de la Corporación New Year. Al final del canto las voces de la coral anuncian el precio de la paz con un 30% de descuento solo por hoy víspera de navidad.
Me detengo a observar una escena que me recuerda películas como Brazil o el Grinch, del bolsillo del lado izquierdo saco mi cámara para realizar el disparo fotográfico: un niño señalando una rama de un árbol réplica del X-24, pide a llantos y gritos un juguete que brilla; mientras su padre con cara de angustia festiva, frota el brazalete de su muñeca derecha contra el sensor de la rama. Se escucha un clic seco y aparece una luz verde, pero el juguete no cae, hay más llanto en el niño hasta que la sorpresa llega a través de una entrega programada en un santiamén por un dron. Se desvanece la sorpresa en menos de un segundo.
Voy hacia la segunda parada de este recorrido, se llama el "Rincón de la Nostalgia" una tienda autorizada de recuerdos Pre-ley de Eficiencia, miro en el reloj sus agujas me indican 12:30 pm, el lugar es un pequeño cubículo ubicado entre dos megatiendas; se localización es estratégica pues posee el permiso de zona de terapia sentimental controlada. Se venden reliquias como: esferas de cristal con nieve falsa, muérdagos de plástico, figuras de Santa Claus de resina, figuras de muñecos de nieves, osos polares, estrellas de belén. Todos los objetos son envejecidos y llenos de polvo, son vintage, su precio es alto, la clientela que entra en este local, al tocar una esfera o alguna de las otras figuras llenas de polvo activa sus biosensores emitiendo una curva de melancolía aprobada en el panel de la tienda, entonces se les cobra un descuento por experiencia emocional registrada.
Para comprar la experiencia me decido por un hilo de luces fundido así me permiten fotografiar el acto de vender el polvo de los recuerdos. La nostalgia es el producto más lucrativo y peligroso por estos días.
La vendedora y cajera de la pequeña tienda posee una sonrisa entrenada y junto a sus ojos cansados de temporada navideña me ofrece un paquete de memoria olfativa, un spray donde se mezcla el olor de madera quemada y canela, le indico con el dedo mi mascarilla navideña para explicar que no puedo respirar olores fuertes y de forma discreta apunto con mi cámara a las manos arrugadas de la vendedora cuando está colocando una pequeña figura en una de las estanterías del local. Esas manos quizás amasaron una masa real alguna vez para luego disfrutar el pan con café mañanero.
Salgo de la tienda, me despido de la vendedora y me dirijo hacia el nuevo Centro Comercial Belén es mi tercera parada de esta deriva urbana navideña, nuevamente veo el reloj marca las 3:00 pm. Al llegar a este lugar, todo trashumante queda admirado por la arquitectura, es una catedral muestra una bóveda de pantallas con paisajes idílicos y falsos: la nieve perpetua de un mundo que la perdió hace décadas, la nieve de hoy día es el polvillo químico que genera alergia en pieles desnudas. En el centro se ubica un pesebre interactivo en el que María, José, los Reyes Magos, la burra y el buey son androides de silicón hiperrealistas.
Puedes pagar para que el niño te sonría o para que los Reyes Magos androides lean tu perfil de compras, te ofrezcan incienso, mirra y oro en forma de criptomonedas.
Me siento frente al pesebre, veo a una mujer arrodillarse frente a él tomo notas en mi libreta describo lo que ocurre:
Una mujer reza en susurros y un sensor escanea su voz mientras se activa un artefacto angelical. Oración detectada: nivel de fe 8.
Un paquete de bendiciones digitales y una vela virtual -por 15 créditos- sobreviene la pregunta: "¿Autorizas el pago?"
La mujer entre sollozos responde: "Sí"
La tarjeta ya no posee más créditos.
Disparo la cámara y al mismo tiempo siento un nudo en el estómago y la garganta. Se ha mecanizado la gracia del Dios de sus creencias, se monetiza el misterio lo sagrado es una suscripción. Yo, archivo el pecado de esta transacción.
De este centro comercial, me voy con un sabor amargo en los labios y en la lengua sigo el recorrido hacia la cuarta y última parada: La Azotea del Antiguo Edificio de Correos en mi reloj se marca las 6:00 pm, es la hora de la saturación navideña. La gente inicia la carrera en todo tipo de vehículos hacia los lugares donde van a estar llamando, haciendo fotos de las comidas, regalos, brindis, entre otras para llenar sus perfiles en las redes sociales, el algoritmo navideño es el lema del de este día. Subo por las escaleras de servicio para evitar los ascensores con sus ojos electrónicos al pisar el último escalón abro la puerta que da hacia la azotea doy unos pasos para mirar la ciudad como un organismo luminoso y pulsante; desde aquí los trashumantes son como diminutos puntos negros moviéndose con rapidez.
Miro al cielo y los drones lo surcan simulando ser las estrellas fugaces de esta noche buena, están programados para destellar luces azules que forman logotipos de marcas comerciales que ofrecen regalos de último minuto con descuentos del 50%; la noche ya no es silenciosa su atmósfera está condensada en zumbidos extenuantes de motores y miles de pantallas.
Vuelvo la mirada hacia abajo entre los grandes edificios iluminados con luces led, recuerdo que traigo unos binoculares de alta resolución en el morral, los saco para observar con mayor detalle. Logro distinguir la ventana de un edificio pequeño, no tiene publicidad hay una mesa con velas verdaderas y una familia sentada compartiendo bebidas y alimentos notablemente realizados en casa, intercambian objetos pequeños envueltos en papel real, en ese pequeño espacio no hay hologramas.
Estos actos son clandestinos y peligrosos es una navidad subversiva, entonces saco mi libreta por última vez escribo otras notas sobre este recorrido, comienzo a sentir el frío real. Ellos tienen el poder, el ruido, las grandes luces led, la realidad aumentada, la ilusión de las ofertas. Pero en las grietas el rito persiste: Un pan compartido se suma al abrazo sin registro biosensorial. Una canción cantada en voz baja es un solo aliento.
Escribo la historia fuera de las catedrales del consumo, aparece entre sombras negadas a disolverse. Entre palabras y fotografías las guardo, las grietas de las calles esconden un hondo respiro.
-disparo-.
El sonido del obturador es el único canto navideño que me queda.

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Un abrazo,
Rafael Ortega