martes, 23 de diciembre de 2025

Rock progresivo (y esas cosas)... VII

 


-Roberto Santana- 


La catedral del conflicto: Una autopsia de la nostalgia en Hybris


En los ámbitos impregnados de cinismo del rock de los noventa –cinismo del que debo confesar que disfruté, al menos en formas musicales como el grunge y el shoegaze–, la aparición de Änglagård fue sin dudas una anomalía temporal; una grieta en la realidad por donde se filtró un pasado que se negaba a morir. Mientras el mundo abrazaba la distorsión sónica y la apatía estética de Seattle, seis jóvenes suecos decidieron construir una catedral de sonido orgánico en medio de un páramo digital.


El páramo de los ídolos caídos (1979-1992)


Para comprender la magnitud de Hybris, es imperativo situarse en las coordenadas temporales de su gestación. El punk, la música disco y la new wave habían firmado el certificado de defunción del rock progresivo hacia 1979. Durante la década siguiente, la orfandad de los aficionados fue tal que, en su desesperación, incluso dieron la bienvenida a Asia —a menudo percibida como una banda pop diseñada para el mínimo común denominador— mientras gigantes como Yes y Genesis se lanzaban sin paracaídas al mercado del pop radiofónico con unos mínimos elementos progresivos para salvar la cara.

Surgió entonces la escena neoprogresiva (encabezada por Marillion), que, si bien ofreció refugio a muchos, fue ridiculizada por el ala más purista como una actualización diluida del sonido Genesis en los años de Peter Gabriel. Para 1991-1992, la situación era desastrosa: Yes entregaba el caótico Union, y Emerson, Lake & Palmer presentaban Black Moon, obras que para muchos sellaron la decadencia del género. En este contexto de tierra quemada, donde la esperanza parecía una reliquia, la irrupción de Änglagård fue el incendio necesario.


Estocolmo y la insolencia nórdica


En Suecia, sin embargo, algo se agitaba bajo el hielo. El país atravesaba su crisis existencial más profunda desde la posguerra; el modelo del Folkhemmet (la "Casa del Pueblo", el estado de bienestar socialdemócrata idealizado) se agrietaba bajo una recesión bancaria brutal. No era tiempo de celebraciones, sino de introspección severa.

En este clima de austeridad, nació la "Tercera Ola" del progresivo sueco. Änglagård —formada por Tord Lindman (guitarra/voz), Johan Högberg (bajo), Thomas Johnson (teclados), Jonas Engdegård (guitarra), Mattias Olsson (batería) y Anna Holmgren (flauta)— encarnaba una suerte de insolencia nórdica. Eran jóvenes músicos talentosos y taciturnos que rechazaban la asepsia digital de los 90 en favor de la suciedad cálida de lo analógico, exudando un entusiasmo fosforescente, como si un lejano espectáculo de fuegos artificiales hubiera sido convocado para sacudir el silencio de los bosques escandinavos.


Entramados de la disonancia


Al abordar Hybris como totalidad, nos encontramos ante una obra que rechaza la estructura convencional. Ciertamente, el sonido recuerda a Genesis y al King Crimson de Larks' Tongues in Aspic, pero la estética se asemeja más a la densidad del Rock Progresivo Italiano o al preciosismo de Harmonium.

Sin embargo, donde Änglagård supera a sus influencias —incluso al propio King Crimson— es en su dominio excepcional de la disonancia. (Aclaremos esta última observación: el King Crimson de Lark's Tongues in Aspic utilizaba la disonancia como textura o ruptura; Änglagård la usa como motor armónico que impulsa amplios cambios de humor.

No la usan como adorno, sino como elemento narrativo). Es música armónicamente difícil; abunda en polirritmos y densas junglas sónicas que se estremecen en todas las escalas. Para quienes necesitan estructuras estándar, este álbum es un laberinto sin salida; pero para quienes buscan grandes dosis de tensión y liberación, es una revelación.

El álbum opera mediante contrastes violentos: pasajes de oscuridad austera y brumas humeantes que flotan sobre un lago helado son interrumpidos por explosiones de furia instrumental. Las secciones pastorales se sitúan en un punto medio entre la delicadeza de Harmonium y la melancolía de Opeth en Damnation, mientras que las secciones pesadas golpean con una contundencia física abrumadora.


La olla de los seis cocineros fanáticos


El desempeño instrumental en Hybris es de una precisión quirúrgica, pero ejecutada con entrañas, validando las palabras que la propia banda inscribió en el libreto del álbum: "Esta música se construye sobre una base muy humana: el conflicto. Se crea pensando en los sentimientos momentáneos de cada persona, con muchas variaciones como punto de partida. Los sentimientos personales y la impulsividad han sido el mayor adversario en nuestra lucha por crear las melodías. No buscamos una totalidad equilibrada ni predecible. Esta olla está cocinada por seis cocineros fanáticos, cada uno víctima de la hybris".


La base sísmica: El bajista Johan Högberg es una figura tremenda; su tono es tan agresivo que a menudo suena como si estuviera tratando de golpear el instrumento hasta dejarlo sin vida. Junto a él, la batería de Mattias Olsson –clara heredera de Bill Brufford (Yes, King Crimson) – rivaliza con las improvisaciones extremas del jazz fusion, creando un combo poderoso que golpea con la misma autoridad que sus compatriotas de Anekdoten y Landberk.


El tejido melódico: Las guitarras tejen tapices serios, explorando territorios melódicos lejos de las notas esperadas, con una distorsión ligera pero completa. Thomas Johnson colorea la paleta con carreras relámpago en el Hammond B3 y el Mellotron, mientras la flauta de Anna Holmgren aporta el aroma inconfundible de la herencia de Focus y el aire folk.

La voz como textura:  Predominantemente instrumental, las voces ocasionales en sueco sirven más como una textura adicional que como una melodía principal. Para el oyente no escandinavo, esta barrera lingüística añade una capa de hermetismo y autenticidad; es un instrumento más en la mezcla.


De la soberbia al epílogo


Comparar Hybris (1992) con su sucesor, Epilog (1994), revela el arco evolutivo de la banda. Mientras Hybris es la energía cinética, la melancolía demente hasta el punto de la paranoia y la demostración técnica desafiante (la hybris griega), Epilog prescinde totalmente de la voz y se sumerge en aguas más estáticas y cinematográficas. Si Hybris es la tormenta, Epilog es el paisaje devastado y silencioso que queda tras ella. Ambos discos demuestran que la banda no buscaba una totalidad equilibrada ni predecible, sino la honestidad del conflicto.


El fénix en la era del grunge


La trascendencia de Hybris es absoluta. Änglagård merece ser elogiado por reavivar la llama del fénix en 1992, una época sombría para el aficionado al progresivo. No solo crearon algo muy personal y único utilizando sonidos clásicos, sino que animaron con su ejemplo a miles de músicos desconocidos a incorporar complejidad en su música. Demostraron que se podía hacer rock sinfónico en los 90 sin caer en la parodia, restaurando la dignidad de la ambición musical.


Veredicto


Ante la evidencia de una obra que exige paciencia, que vive en el filo de la incertidumbre constante y que logra ser, paradójicamente, desesperada y pacífica a la vez, la clasificación es inevitable: •Esencial. Hybris no es un disco fácil de escuchar, ni mucho menos. Pero es un monumento indispensable. La banda logró lo imposible: crear una obra maestra que suena como si hubiera sido compuesta para ser tocada en vivo, donde las sobregrabaciones son mínimas y la honestidad es brutal. Es la piedra angular del renacimiento progresivo escandinavo y uno de los mejores álbumes jamás hechos en el género sinfónico. Posee esa cualidad rara de los discos que no envejecen, porque nunca pertenecieron realmente a su tiempo.

Änglagård Hybris (1992)


•Suecia


•Symphonic Prog con fuertes elementos de •Progressive Folk


•Esencial


Músicos


•Tord Lindman: guitarras acústicas eléctricas y de nylon y acero, voz

•Jonas Engdegård: guitarras acústicas eléctricas y de nylon y acero

•Thomas Johnson: mellotron, Hammond (B-3 y L-100), sintetizadores (Solina, Korg), clavinet, pianet, piano, órgano electrónico de iglesia

•Anna Holmgren: flauta

•Johan Högberg: bajo, pedales de bajo, mellotron (efectos)

•Mattias Olsson: batería, bombo de concierto, pandereta, vibraslap, po-chung, gong, glockenspiel, campanas tubulares, bongos, platillos tibetanos, campanas de viento, a-gogo, cabasa, tambores africanos, flauta de efectos, campanas variadas y percusiones

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Rafael Ortega