-María Luisa Angarita-
Me enamoré de Viggo Mortensen cuando apareció por primera vez como Aragorn en el filme El Señor de los Anillos, no imaginé jamás que también escribiera poesía. Ahora, luego de deleitarme con su libro “Ramas para un nido”, puedo decir con toda sinceridad que mi enamoramiento de antes era una quimera, una ilusión por un personaje ficticio, porque ahora sí que me enamoré de Viggo, de su poesía, su sensibilidad, su forma de ver el mundo.
Que Viggo escriba en español es toda una belleza, y haberlo escuchado en vivo leer sus textos antes de leerlos personalmente generó un efecto mágico en mi lectura: su voz grabada en mi memoria me recitaba los versos a medida que me sumergía en sus escritos.
En “Ramas para un nido” hay una voz que le habla al pasado, a los recuerdos de una vida que quizás no fue mejor, pero sí más sencilla y cercana. Los recuerdos no de películas, fama y Hollywood, sino de la casa, la ternura, el amor, la intimidad de una vida que nadie imagina frente a la pantalla.
Desde la intimidad la voz poética se abre, libera al son de la tinta lo que aqueja a toda alma humana: el desamor, el hastío (sí, también es posible en hombres así), la duda, la esperanza de un amor que se vuelve desesperanza en el camino de la vida, la reflexión por el oficio escritural, la dicha y desdicha de ser poeta y tener que sufrir doblemente lo que a las almas simples les aqueja solo una vez.
En “Ramas para un nido” hay un mundo interno que brota con ímpetu, que se derrama como lava ardiente en medio de un volcán que ruge. Pero es una voz que no grita, que se planta en medio de su verbo para expresar con una cadencia única y un tono medio porteño que está allí sintiendo, viviendo, sufriendo, amando, siendo simplemente un ser que existe, que se desgasta la vida tratando de vivir.
De la vida misma y el amor la voz poética nos dice: “Te doy / lo que puedo/ lo que sé/ lo que espero/ que veas/ lo que temo/ que veas/ sepas/ siento / rezo/ te doy/ lo que me queda…” y continúa con una entrega de la vida sincera, no la promesa vana de los enamorados, de esos amores adolescentes que regalan la luna cuando nadie puede obtenerla.
No, en estos versos la voz poética se devela tan común que atemoriza (nadie imagina que lo común sea una característica de las estrellas de Hollywood) y por eso la promesa es más real, más sincera. Entrega lo que tiene como persona no lo que carece, y allí se centra el resto de su poesía, de allí mana con una voz que enamora: “te doy/ mi resignación/ pena/ debilidad/ deseo/ el vidrio que limpio/ te lo doy/ para que nunca/ te sientas/ completamente/ sola.” (pp. 33-35)
Poema tras poema la voz poética se abre, rosa abierta a la voluntad de quien lee, un poema es una casa, también una quimera, un río que fluye, el recuerdo de una madre, un par de borrachos en la vereda, una disputa entre hermanos, un vuelo, dos o tres, para volver, siempre volver al hogar, al único espacio donde es posible ser ya sea unido a la piel del amor que se anhela, o a los ecos de un pasado que no deja de ser presente.
La poesía de Viggo Mortensen es morada, una suerte de refugio que le acoge luego de cada día y le brinda consuelo en medio de los vuelos, las presentaciones entre desconocidos y las interminables crisis familiares propias de la vida misma. Este poemario es esto: una casa, las ramas que sostienen el nido que le cobija, el nido al que siempre se vuelve, aunque no se quiera porque es tan necesario volver al origen, como necesario es respirar o escribir.
Sobre la poesía hay también reflexión en este libro y la voz poética ahonda en la complejidad de la palabra, de su misterio siempre abierto a las posibilidades, de esa especie de influjo que es la poesía. No en vano nos dice en su poema el “Pelo de María”:
“Después de intentar escribir poesía durante casi cincuenta años, concluyo que un poema es la flor de la mentira que son las palabras. Nunca alcanzan, no representan fielmente el corazón de lo que pienso o siento.” (pág. 43)
Y continúa con un juego de versos, de alternar versos en el espacio de un poema para cambiar el sentido, el orden, el mensaje. Para demostrar que la poesía es siempre juego y algo más, que nunca termina, que siempre es el inicio de un nuevo camino, un camino tenebroso que también puede tener mucho de mentira. Por eso nos dice:
“…el poema parte de un deseo imposible, el querer de alguna manera meter, aunque sea mínimamente o de forma inconsciente, la experiencia individual, personal en un contexto universal. […] Ya ven, los poemas son una mentira, el registro de un fracaso y una bomba que podría estallar. En fin, creo que hay que proteger a la poesía de los poemas. Y de los poetas, sobre todo.” (pp. 44-46)
Pero más allá de lo que expresa sobre la poesía, esta voz poética nos muestra su progreso. Hay una clara distinción entre los poemas con fecha del 2021 o más atrás, desde 1995, hasta los más recientes. Se nota en la construcción, en el corte del verso, en el cambio radical que hay de versos completos a solo una palabra por verso, poemas que se leen con la misma calma que se construyen y que dejan sentir también el silencio y la ansiedad que genera sentirse al borde del abismo que son las palabras.
“Ramas para un nido” es justo eso, el proceso de construir una casa y hacer de ella una vida, ramita a ramita. Si un solo verso se retira o se obvia, la casa se cae, la vida que está sujeta a ella. Porque hay en este poemario más que lo revelado. Hay una historia, la vida misma de un hombre, de una voz poética que se revela rama a rama, verso a verso, en lo que es la construcción de una vida que depende de las palabras, aun bajo el riesgo de que nunca revelen lo que se espera.
Mortensen, Viggo (2023) Ramas para un nido. Vox/luz. Bahía Blanca. Argentina.



Desmontar la frialdad que puede surgir de la industria del cine a través de la sensible voz que la poesía puede otorgar, evocando humanidad es una significativa huella en el ser humano en estos momentos donde la sociedad se encuentra en una pose de inmediatez. Ysbel Mejías
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