"Pintura especulativa,
pintura espejeante:
no el mundo al revés,
el revés del mundo".
Octavio Paz
Edición y nota: Manuel Cabesa
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Para entrar al infierno
No es común, en nuestra narrativa, el acercamiento al subgénero del terror o el misterio, siendo más prolífica la literatura fantástica que aunque a veces se rozan también poseen muchas diferencias.
Hará una década aproximadamente el investigador Carlos Sandoval con la antología "Días de espanto", pero ella estaba concentrada en autores del siglo XIX y principios del novecientos, así que resulta una grata sorpresa encontrar un texto de una autora aragüeña de las recientes promociones, Ysbel Mejías, que asume con destreza las claves básicas del género.
Ecos de Lovecraf se pueden percibir en este Infierno, lo cual no desmerece para nada el resultado.
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-Ysbel Mejías-
Infierno
Estamos tomando café en la pastelería del City Garden, es agosto y llueve como aquel día, en el que visitamos hace unos años atrás esa sala maldita de la galería Jardín Nostálgico en la calle Miranda, dónde nos encontrábamos; nuevamente jugamos scrabble con el guía que nos acompañó. Él sigue usando el mismo traje con la horrible etiqueta; yo, no he podido borrar de mi mente aquellos pasillos deplorables sumergidos en el más perverso olor a mierda. Y hoy, como aquella, tarde Luisa ha vuelto a ganar la partida, con la palabra _Infierno_… agosto es el mes más cruel en esta ciudad: llueve permanentemente.
Era un día perfecto para jugar scrabble mientras esperabamos que el cielo se despejara y las aguas bajaran frente a la puerta de la galería donde nos encontrabamos varadas Luisa y yo, luego de la visita que hiciéramos el domingo por la tarde, así que me dispuse a sacar de mi morral el juego para instalarnos a jugar en el suelo durante nuestra espera.
Sentado en una silla cómodamente se encontraba el guía de turno de la galería, leía un folleto turístico con cara de aburrimiento, por no poder cerrar e irse a casa. Cuando se percató del juego, también se entusiasmó a jugar con nosotras. Nos dijo que si alguna de las dos ganaba la partida nos llevaría a recorrer una exposición de pinturas y fotografías en una sala secreta de la galería.
Esa sala secreta estaba ubicada en el sótano y había que hacer el recorrido con linternas o candelabros; según nos dijo el guía era la mejor forma de apreciar la exposición de ese artista lúgubre, dedicado a desarrollar grandes piezas que fascinaban a los amantes del misterio. La partida la ganó Luisa con la palabra _Infierno_; entonces el guía se dispuso a llevarnos hasta la sala prometida y con cara de susto nos preguntó: "¿Están preparadas para una caminata de terror?". Luisa me miró fijamente y mi rostro se iluminó, "Sí" respondí con la emoción de una niña de cinco años y el corazón acelerado. Luisa me miró de soslayo algo nerviosa, pues, ella siempre evitaba los lugares oscuros.
Tomamos las linternas y empezamos a caminar hacia la dichosa sala, durante el trayecto el guía nos dijo: "La sala a la que vamos es un lugar donde el arte es infernal y se muestran los parentescos de seres impuros con nuestros antepasados, los que construyeron la ciudad".
La lluvia nos acompañaba en la caminata con el sonido de grandes gotas cayendo sobre el techo de madera. Luisa llevaba la angustia en sus ojos, sus manos sudaban. Yo sentía la respiración y el corazón acelerados; quería llegar cuanto antes para entrar y saber si realmente esta exposición oculta me traería miedo o angustia frente a esas obras supuestamente terroríficas de las que nos hablaba el guía durante el camino.
La puerta se abrió y emitió un gemido ensordecedor, que silenció hasta la lluvia y, apenas entramos, se cerró de golpe.
Me paralicé al observar las primeras imágenes de los cuadros que iniciaban la exposición, con la linterna fija sobre éstos vi aquellos rostros del averno rasgando la supremacía de los demonios divinos, gozosos entre vinos y sexos infieles. Mi corazón pulsaba cada vez más rápido y Luisa gritó despavorida, al escuchar el chillido temeroso de ratas entre las paredes, el pobre guía palideció bruscamente: eran monstruos halagando nuestra estancia en ese pequeño salón con sensaciones de asco en el rostro de los tres.
Un cuadro mostraba fragmentos horrorosos de esta ciu dad, era una especie de fruta podrida, era tan asquerosa la imagen que se podía sentir el olor a la peor podredumbre de gusanos nadando en heces fecales: estas imágenes eran la vista inicial a la antesala del infierno.
La lluvia no paraba y la noche se acercaba, la sala se hacía más oscura mientras continuábamos el recorrido con las linternas encendidas que por momentos titilaban, eso nos generaba una sensación de angustia y hasta dolor de estómago. Respiré y pregunté al guía por el nombre del artista capaz de mostrar tanto horror en cada pieza expuesta; su respuesta con voz temblorosa aseguraba que el nombre era tan escalofriante que había preferido olvidarlo ya que los museógrafos de la galería decidieron ocultar su identificación detrás de unas rocas en la parte de atrás del edificio.
Apunté con la linterna titilante hacia otro cuadro; ese era aún peor que el anterior, la escena eran unas manos sanguinolentas saliendo de entre las grietas del piso del famoso centro comercial City Garden.
De esas manos brotaban brujas, espantos y engendros con ojos desorbitados observando con sus lenguas afanosas por alimento las figuras lánguidas de niñas corriendo a gritos por el parque; era el pavor tocando las puertas de nuestra vida cotidiana.
Mis manos sudaban más y casi no podía sostener la linterna, Luisa se abrazaba al cuello del guía tan fuerte, que por poco lo deja sin aliento. Mientras el repiqueteo de las patas de cucarachas en el suelo llenaba de asco nuestros oídos.
Esta era una galería llena de pinturas y fotografías con escenas de seres abominables saliendo de entre rieles del metro, subiendo escaleras mecánicas, rompiendo vidrieras de tiendas, esperando en las paradas de buses engullir a los fatídicos choferes de las rutas que prestan el peor servicio de transporte a transeúntes aterrados arrastrando sus tripas por las calles de la ciudad derramada en la exposición sangrienta de aquel museo sombrío lleno de grietas infernales.
El miedo se apoderó de mis piernas cuando vi la fotografía de una retreta de antaño rodeada por un cementerio de toros bañando la arena de sangre, luego de la estocada final en el corazón, mientras sus lamentos de muerte, acompañaban el sonido de los instrumentos durante un concierto expeliendo el desagradable olor a azufre.
Se abrieron pasadizos entre las paredes que nos llevaron hacia otros sótanos donde nos recibían monstruos deslizándose en patinetas sobre rampas de filosas dagas que cortaban cabezas, al tiempo que se escuchaba la voz poderosa del Príncipe de las Tinieblas cantando _Paranoide_.
Luisa lloraba en silencio, se había tragado el grito frente a las muecas de las carabelas que viajaban en carros fúnebres jugando con gusanos colgantes de sus huesos y sirviendo como cuerdas para apretar violentamente el cuello, hasta quebrarlos, de señoras encopetadas jugando solitario en los grandes salones de casinos escondidos en la tiniebla de dióxido de carbono.
El terror nos recorría por todo el cuerpo: era nauseabunda cada escena retratada en las pinturas y fotografías. La última de éstas nos dejó petrificados, sentí que un hilo frío recorría mi espalda; la escena consistía en unas figuras fantasmales que, organizadas a manera de un coro polifónico, cantaban con voces provenientes de la ultratumba frente a la catedral de la ciudad. En nuestros oídos resonaban las frases: “Tu alma perdida no extraña el cuerpo”, “Corres desesperada detrás de una mente huidiza absorta en el miedo”.
Las frases se repetían hasta el cansancio sentí que brotaba sangre de mis oídos mientras unos colmillos filosos se clavaban en la cadena de huesecillos, cada gota se fundía en mi cerebro a la vez que escuchaba lejanamente risas y me llegaba el olor a café y, despertando poco a poco de aquella pesadilla con tufo a mierda, mis ojos avistaron la imagen del ventanal de la pastelería del City Garden con la lluvia rozando el vidrio y Luisa riéndose a carcajadas de los sustos pasados y el guía de la galería preguntando entusiasta: "¿Jugamos otra partida?".
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Rafael Ortega