martes, 7 de enero de 2025

El fantasma del ocio

 


(Cuarta etapa)

 

 

"Un fantasma recorre el mundo..."

Marx & Engels Jazz Duet:

keyboards and drums

 

 

-Manuel Cabesa-

 

***

 

El arte de mirar chicas

 

Mujeres que pasan y siembran

la revelación y el enigma…

 

Eduardo Mitre

 

 

 

El crítico de arte John Berger hace la siguiente afirmación: “La vista llega antes que las palabras. El niño mira y ve antes de hablar.” Partiendo de esta tesis podemos concluir que el mirar es un acto primigenio, el mundo comienza precisamente en la mirada.

Este alegato no pretende ser ortodoxo, ni se pretende descalificar a los otros sentidos; pero no hay que negar que la vista es la llave que a veces nos conduce a través de puertas inéditas. Por ejemplo, el buen gourmet sabe que el placer de la degustación comienza ante la mirada de un plato sabiamente adornado.

Por otro lado, la mayoría de las bellas artes, salvando quizás la música, están concebidas para agradar a la mirada: la escultura, la pintura, la arquitectura, el teatro, el cine y la literatura se manifiestan primeramente a través de la visión.

Este vínculo que existe entre nosotros y el mundo a través del acto de mirar es realmente uno de los mayores dones que posee el hombre: estar frente a una puesta de sol, disfrutar del color de las flores, descubrir el arco iris después de la lluvia es un verdadero privilegio, “los privilegios de la vista” como bien los llama Octavio Paz. A esta lista de privilegios quisiera agregar uno más: el placer de ver a las muchachas en la calle, ese ejército de ángeles que impúdicamente caminan por toda la ciudad.

Ahora pasemos a exponer de una vez la tesis de estas líneas: “el acto de mirar chicas debe ser considerado como una de las bellas artes”. Sobre este punto quiero poner a consideración de ustedes algunos aspectos. En primer término, ¿qué es lo que debemos ver cuando miramos una chica? En el poema Receta de mujer Vinicius de Moraes, nos propone algunas respuestas:

 Que me perdonen las muy feas

Pero la belleza es fundamental. Es preciso

Que haya algo de flor en todo eso, algo de danza,

Algo de alta costura en todo eso (o de lo contrario

Que la mujer se socialice elegantemente en azul, como en la

República Popular de China).

No hay término medio posible. Es preciso

Que todo sea bello. Es preciso que de pronto

Se tenga la impresión de ver una garza levemente posada

Y que un rostro adquiera ese color que sólo se halla

En el tercer minuto del alba. Es preciso que todo sea sin ser

Pero que se refleje y descubra en la mirada de los hombres.

Es preciso, absolutamente preciso que todo sea bello e inesperado.

Es preciso que unos párpados cerrados recuerden un verso de Eluard

Y que se acaricie en unos brazos cierta cosa más allá de la carne:

Que se los toque como el ámbar de la tarde. Ah! déjenme decirles

Que es preciso que la mujer que está allí como la corola ante el colibrí,

Sea bella o por lo menos tenga un rostro que recuerde un templo

Y sea leve como el paso de una nube, que sea una nube con ojos y nalgas.

Lo de las nalgas es importantísimo. De los ojos, ni hablar:

Que miren con una inocente maldad. Una boca fresca (nunca húmeda)

Es también de extrema necesidad. Es preciso que las extremidades

Sean delgadas: que algunos huesos sobresalgan, en primer lugar

La rótula al cruzar las piernas y el borde de la pelvis

Al enlazar una cintura danzarina. Gravísimo sin embargo es el problema

Que plantean las clavículas: una mujer sin ellas es como un río sin puentes.

Indispensable es que haya una hipótesis de barriguita y que enseguida

La mujer se alce en cáliz y que sus senos

Sean una expresión greco-romana antes que gótica o barroca.

Y puedan en la oscuridad iluminar con la capacidad de cinco velas.

Particularmente recomendable es que la columna vertebral

Se muestre levemente y que exista un gran latifundio dorsal.

Los miembros que terminen como astas y haya más bien cierto volumen

En los muslos, y que ellos sean lisos, lisos como pétalos y cubiertos de

Una suavísima pelusa, cuya superficie se estremezca bajo una caricia

A contrapelo. Es aconsejable en las axilas un dulce césped con aroma propio,

Apenas perceptible (¡un mínimo de productos farmacéuticos!).

Preferibles sin duda los cuellos largos

De forma que la cabeza dé la impresión de no tener nada que ver con el cuerpo

Y que la mujer nos recuerde las flores despojadas de misterio.

Los pies y las manos que contengan elementos góticos, discretos.

Y que la piel sea fresca en los brazos y las manos, en la espalda, en la cara

Pero que en los pliegues y las concavidades no haya nunca una temperatura

Inferior a los 37° centígrados, pudiendo eventualmente, producir

Quemaduras de primer grado. Los ojos, que sean en todo caso grandes

Y de una rotación tan lenta como la de la Tierra;

Que se dirijan siempre más allá de un muro de pasión

Que es necesario atravesar. Que la mujer sea en principio alta,

O si baja, que tenga la actitud mental de las altas montañas.

¡Ah! que la mujer dé siempre la impresión de que si cerramos los ojos

Al abrirlos, no estará presente con sus sonrisas y sus intrigas.

Que ella surja, no que venga; que parta, no que se vaya

Y que posea la capacidad de enmudecer súbitamente, haciéndonos beber

La hiel de la duda. ¡Oh! Sobre todo, que ella no pierda nunca,

No importa en qué mundo, no importa en qué circunstancia,

Su infinita volubilidad de pájaro; y que acariciada hasta el fondo de sí misma

Se transforme en una fiera sin perder su gracia de ave;

Y que siempre exhale el imposible perfume;

Y esté siempre destilando su embriagadora miel;

Y que cante siempre el canto inaudible de su combustión;

Y no deje jamás de ser la eterna danzarina de lo efímero;

Y que, en medio de su incalculable imperfección, constituya la cosa más bella

Y más perfecta de toda la creación.

 

Ahora bien, no pretendo quitarle la razón a Vinicius, pero debemos tomar en cuenta la certeza que guarda esta acotación de Luis Goytisolo tomada de su novela Teoría del conocimiento: “La belleza física reside en el cuerpo, pero sólo reside, ya que sólo hasta cierto punto su naturaleza es de verdad física. Junto a los rasgos propiamente físicos: una determinada armonía de líneas, cierta calidad de piel, del cabello, de los dientes, hay rasgos que, con todo y manifestarse en el cuerpo, sobrepuestos a los rasgos físicos, no son de naturaleza física. Su ámbito, más que el cuerpo, pertenece al espíritu.”

Son los que aquí llamaríamos encantos femeninos, que se manifiestan en una determinada forma de mirar, la espontaneidad de un gesto, cierta manera de sonreír, la forma de articular una frase y así hasta el infinito. Por eso hasta la menos agraciada posee un encanto y es misión del buen mirador de chicas descubrirlo y disfrutar de él.

Sin embargo, nada produce mayor placer que encontrar en un mismo cuerpo las maravillas de la belleza física en perfecta comunión con los encantos femeninos. He aquí, bajo el título de Reunión de intelectuales, unos versos de Kenneth White que ilustran lo extraordinario que pueden ser uno de estos encuentros:

He leído muchos textos hindús

en los últimos años

cien obras estudiadas a fondo

pero cuando me encontré esa noche

junto a la muchacha

de sari azul oscuro

y se esperaba de mí

una conversación brillante

sólo podía pensar

en el sari azul oscuro

y en la desnudez que cubría.

 

Si una mujer vestida con un sari azul oscuro pudo deslumbrar de esa manera al gran poeta de Glasgow, entonces ¿qué sería de él si caminara por cualquier centro comercial un sábado y se viera a sí mismo rodeado de bermudas, minifaldas, lycras, straples, tops, jeans súper apretados y demás maravillas que la progresiva industria de la moda ha inventado para deleite de nosotros, pobres mortales?

Esta extraordinaria industria se ha encargado de liberar los nudos que nos mantenían atados a un pasado lleno de falsos pudores. Desde hace varias décadas la minifalda (esa obra maestra inventada por Mary Quant) se ha mantenido constante dentro del atuendo femenino, a pesar de los maléficos intentos por desplazarla por parte de la maxifalda, y ese espantoso trapo que llaman falda pantalón. Gracias a Dios en apoyo de esta elocuente prenda han salido las bermudas con encantadora apariencia casual, los blue jeans han estrechado sus costuras y con aditamentos especiales realzan el volumen de las nalgas y por último, como fenómeno revolucionario que estigmatiza la llamada estética postmoderna, ha aparecido ante nuestros ojos encantados la ropa de lycra, que en todas sus variaciones: shorts, minifaldas, vestiditos, straples, monos, bikinis etc. etc. etc. agregan a los cuerpos más hermosos las virtudes más insospechadas.

Pienso dejar de lado cualquier observación que permita pensar que existe un modelo arquetípico de chica a la que hay que ver; esto sería vano y no conduciría a nada, pues entre gustos y colores hay tantos criterios como personas en un auditorio. Sin embargo, pensando que a partir de ahora algunos querrán iniciarse en el arte de mirar chicas, y que quizás existan otros que ya estaban iniciados, pero lo concebían como una respuesta inconsciente del macho que todos llevamos dentro, es justo que intercale aquí una serie de consejos que he venido desarrollando en mi larga y fructífera experiencia:

         1.- La única misión de los ojos es ver.

         2.- El objetivo principal del mirador de chicas es el de abarcar con la vista el mayor número de ellas que sea posible, por lo tanto, no debe entretener su mirada en otra cosa.

         3.- El mirador de chicas profesional debe tener las cualidades que André Bretón adjudicaba a Man Ray: “ese ojo de gran cazador, esa paciencia, ese sentido del momento patéticamente justo en el que se establece el equilibrio entre el ensueño y la acción”.

         4.- El mirador de chicas siempre encontrará un lugar estratégico donde ejercer su oficio.

         5.- Es de tanto valor para el espíritu mirar una obra de arte como mirar un hermoso cuerpo femenino.

         6.- Hay que entender que se trata de mirar chicas no de enamorarlas. Si por alguna razón el mirador de chicas entabla diálogo con alguna de ellas, pierde la oportunidad de mirar a las otras. Luego, no todas tienen la capacidad de comprensión para aceptar que su pareja se dedique a admirar otros cuerpos femeninos mientras está a su lado.

         7.- También debemos olvidar los piropos, la mayor parte de las veces son vulgares y tienden a ahuyentar a las chicas miradas. Si algún comentario debe hacerse es mejor intercambiarlo con algún compañero mirador de chicas que se encuentre presente, si casualmente no hay ninguno, entonces mejor el silencio.

         8.- Así como Ovidio en su Ars amandi recomendaba los mejores lugares de Roma para encontrar el amor, los miradores de chicas contemporáneos tienen infinidad de sitios dependiendo siempre de su destreza e imaginación. De todas maneras, podemos estar seguros que entre los de mayor afluencia están los centros comerciales, bulevares, cafés al aire libre, bares de ambiente juvenil, ferias de comida rápida, evidentemente la playa de la cual sobra cualquier comentario, entre tantos otros sitios públicos donde ejercer nuestro oficio. Incluso en cualquier esquina podemos ser traspasados por esas presencias amorosas que van pasando, como bien lo señala este hermoso texto de Ludovic Janvier:

Mujeres que pasan no significa

que ellas pasan a mi lado

sino que pasan a través de mí

con sus miradas presencias y perfumes

dejándome múltiples indicios

de pronto envanecidas como un plumaje

que tarda en recogerse

 

Finalmente es bueno recordar que el mirar chicas es un arte para el cual tenemos que educarnos, es necesario el ejercicio constante para alcanzar la destreza requerida; nuestros desvelos y sacrificios siempre serán pocos si pensamos en la recompensa que nos aguarda; hay que seguir adelante más allá de los tropiezos, tener fuerza y fe, recordemos que las chicas que nazcan hoy, mañana serán miradas por nosotros.

 Así que alcemos nuestros ojos y corazones hacia las chicas, hermosas como las flores y como las flores siempre efímeras.

         ¡Miradores del mundo, uníos!

         ¡Juntos miraremos el cielo por asalto!

         ¡Mirar o morir!

         ¡Miraremos!

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Rafael Ortega