viernes, 27 de diciembre de 2024

Memoria y elegía

 


En memoria de Mariángel Outten,

Julia Elena Rial y Ángel Malavé,

quienes partieron este año

al hondo país de los ausentes

 

-Manuel Cabesa-

 

Estos días de diciembre me han puesto a pensar en los amigos que por distintas circunstancias no he visto en mucho tiempo, en aquellos que están en el extranjero, en los que partieron hacia el hondo país de los ausentes y, obviamente, en los que aún se encuentran cercanos. Si algo me ha regalado la vida ha sido tener una gran cantidad de amigos con los cuales he compartido en distintas épocas de mi vida. Como en el poema de Horacio Salas:

 

Me desbordo de amigos casi siempre:

ya tengo tantos que nunca alcanza el tiempo

a descifrar sus nombres

 

 

En el prólogo de La máxima felicidad, Isaac Chocrón hablaba de dos tipos de familia: una heredada y otra escogida; en la primera aparecen nuestros padres, hermanos, tíos, primos y demás fauna. En la otra se sitúan los amigos y esas personas con quienes decidimos compartir el pan y el sol de cada día. “Aunque en ambos núcleos está presente el amor –escribe el dramaturgo-, en el primero el sentimiento es automático y a veces obligatorio, mientras que el amor no consanguíneo da sin necesariamente recibir nada a cambio y debe mantenerse tan prensado como una cuerda floja, porque si se pierde la tensión desaparece el equilibrio. En otras palabras, la relación con la familia heredada es inevitable y natural; la relación que uno escoge es revocable y llena de tensiones”.

A lo largo del tiempo vamos juntando amigos y ellos forman parte de esa familia que uno elige. La amistad es un sentimiento profundo y complejo. Por eso a veces resulta incómodo escuchar a alguien que apenas ha cruzado un par de palabras con un fulano, ya quiere vendérselo a uno como un “amigo”. Es conveniente saber que no toda persona que te ofrece un cigarrillo, o que nos saluda cuando estamos esperando el bus, puede ser considerada un amigo (aunque entiendo que hay amistades que nacen a primera vista como algunos amores). Decir amigo, es decir responsabilidades.

Muchos recuerdan la escena entre el zorro y el Principito, donde el animal le pide al niño que lo domestique; el Principito que desconoce el significado de la palabra domesticar le pide al zorro que le explique qué es eso, entonces el zorro (que por eso era zorro) le contesta que es “crear lazos”, e insiste en que lo domestique:

“-Quisiera hacerlo –respondió el Principito-; pero no dispongo de tiempo. Además, he de buscarme amigos y conocer muchas cosas.

-Sólo se conocen bien aquellas cosas que se domestican –dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo para conocer a las personas y las cosas; compran las cosas a los comerciantes, pero como no existe ningún comerciante de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si tú quieres tener un amigo domestícame”.

La amistad se funda en coincidencias. Somos amigos de aquellos que como nosotros buscan crear un tejido de relaciones donde sobran los intereses y donde la palabra compartir aparece constantemente: “y ayer y siempre lo tuyo nuestro, y lo mío de los dos” dice una canción de Serrat.

Ahora bien, el Tiempo, ese destructor implacable, muchas veces nos separa de los amigos y a veces estas separaciones suelen ser definitivas y dolorosas. Sin embargo, llega la navidad y con ella el recuerdo de los amigos más queridos. Esto es lo importante: los verdaderos amigos, aunque ausentes, permanecen allí junto a nosotros, pues como dice Juan Salvador Gaviota: “Si nuestra amistad depende de cosas como el tiempo y el espacio, habremos destruido nuestra propia hermandad. Pero supera el tiempo y nos quedará un Ahora. Supera el espacio y nos quedará un Aquí. Y entre el Aquí y el Ahora, ¿no crees que podremos vernos un par de veces?”.

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Rafael Ortega