-Manuel Cabesa-
En una frase lapidaria, Arturo Uslar Braun nos dice: “La historia es siempre sobre el pasado y el pasado es la estación de los sepulcros”. Estamos tentados a reaccionar contra la posible certeza que guarda esta sentencia y, sin embargo, cuando pensamos en el manto de olvido ha cubierto la vida y la obra de una personalidad tan relevante como Augusto Mijares (1897-1979), nos sentimos casi obligados a suscribirla.
Desde el 19 de abril de 2010 exactamente, Venezuela viene celebrando los primeros doscientos años de su independencia. Recordamos a nuestros héroes, sus momentos más gloriosos, nos ensalzamos como un pueblo batallador que supo conquistar con esfuerzo su ansiada libertad. Pero en medio del jolgorio olvidamos el trabajo de otros héroes silenciosos que dedicaron también un esfuerzo digno de admiración para que el fruto de la independencia se convirtiera en una toma de conciencia de nuestra venezolanidad. Tal es el caso de Mijares.
Su opus magnum, El Libertador (1967), es una forma personal de acercarse a ese pasado desde la figura máxima de los acontecimientos pero creando una perspectiva distinta en la interpretación, Arturo Uslar Pietri en el prólogo a la edición de 1983, resume así el aporte de esta magnífica investigación: “La biografía de Bolívar de Mijares está inscrita dentro de su fundamental empresa de rescatar a la Venezuela esencial y hacerla visible para todas sus gentes. Para él nada se podía hacer en este país sino partiendo de la verdadera condición del venezolano, de sus características y posibilidades, y esas características están presentes de modo egregio en la inagotable figura del Libertador. Se han escrito muchas biografías de Bolívar. Algunas de ellas excepcionalmente lúcidas y penetrantes, pero ninguna de ellas pudo darnos, con el equilibrio y la ponderación del libro de Mijares, al venezolano que fue Bolívar. Lo hizo sin proponérselo deliberadamente. Lo que él se proponía era hacer una vida comprensible y completa de Bolívar y lo logra de modo admirable, pero al hacerlo, tal vez sin él advertirlo, lo miraba con ojos de venezolano y con una comprensión casi instintiva de lo que esa fundamental circunstancia significó en el carácter del hombre y en el sentido de su obra”. (Arturo Uslar Pietri: prólogo a El Libertador en Obras completas de Augusto Mijares, tomo I. Caracas: Monte Ávila Editores, 2da. Edición, 2007).
Ahora bien, para este “humanista doblado en historiador” como lo define Juan Liscano, la verdadera meta de su trabajo es precisamente educar al venezolano en el sentido de pertenencia a través de la historia. Mijares como tantos héroes anónimos que aún pululan por nuestras aulas de clase, fue antes que nada un docente, y un docente convencido de que sólo la buena educación crea los valores con los cuales enfrentar las adversidades históricas y políticas que sufre cada nación en su devenir, de allí que la siguiente reflexión, digna de un Andrés Bello a quien Mijares también dedicara una profusa meditación, podamos considerarla como un acto de fe acerca de la educación en el destino de la patria: “…la finalidad específicamente educativa de nuestra enseñanza la entiendo en el sentido de que, antes de formar competentes profesionales, nos interesa formar ciudadanos, y sobre todo, ciudadanos venezolanos, esto es, capaces de actuar en Venezuela y para Venezuela. Además para una Venezuela nueva y no para la Venezuela deprimida y calumniada –desconocida también- que hemos heredado después de un siglo de infortunios políticos, de ruina administrativa, de desengaños colectivos e individuales y de una ausencia total de propósito nacionalista en la educación”. (Augusto Mijares: Educación y temas afines, en Obras completas, tomo III. Caracas: Monte Ávila Editores, 1998)
Y la educación sobre la historia y para la historia es el primordial norte que nuestro maestro quiere destacar con mayor ahínco. En 1938, en su primer libro importante, La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana, Mijares nos dice: “Para muchas personas, la Historia no deja de ser nunca lo que fue en la Escuela Primaria: una simple narración de sucesos materiales, sobre todo de sucesos pasados. Esas personas desdeñan, naturalmente, los estudios históricos, y hasta los señalan con ojeriza, porque les parece que usurpan la atención que el público debería dedicar a cosas más prácticas. Pero la Historia es algo muy diferente de lo que imagina aquel criterio estrechamente utilitario: es la manifestación más viva y directa del carácter de un pueblo, una vasta experiencia política y un conjunto de problemas sociológicos. Por eso, estudiar un problema histórico es, casi siempre, estudiar un problema de actualidad permanente; y en América, sobre todo, muchos de nuestros problemas morales, políticos y sociales han sido estudiados bajo la forma de problemas históricos”. (Augusto Mijares: La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana. En Obras completas, tomo II. Caracas: Monte Ávila Editores, 1998).
Oscar Rodríguez Ortiz nos informa que a través del ensayo que acabo de citar, Mijares reacciona contra la visión positivista según la cual: “…dictadores o gendarmes son algo natural e inevitable, producto del caos republicano (…) Una fatalidad que volverá a confrontar posteriormente con la metáfora de lo afirmativo, en plena correspondencia con las modificaciones surgidas en el país a partir de 1935”.
De allí que en un artículo titulado “El valor moral de nuestros grandes hombres”, Mijares ponga de manifiesto su desacuerdo con el punto de vista encomiástico de nuestra historia: “En Venezuela no sabemos bien todavía lo que debemos admirar en nuestros grandes hombres. Historiadores y periodistas demasiado apegados a lo pintoresco y a lo más simple desorientan con frecuencia a la opinión pública en ese punto. En nuestra guerra de Independencia, por ejemplo, insisten demasiado en considerarla una aventura militar prodigiosa y les parece que engrandecen al Libertador presentándolo como un genio dotado por la naturaleza de poderes irresistibles que ejercía sin preocupaciones ni sufrimientos. Es tiempo ya de advertir que resultaría mucho más acertado y glorioso ver aquella empresa de la emancipación como lo que realmente fue: una gran tarea colectiva a la que todos contribuyeron con desinterés, entusiasmo, privaciones y altas pruebas de valor moral. Así como destacar sobre todo en el Libertador la constancia con que una vez y otra tuvo que recomenzar la lucha, el trabajo y los cuidados que lo consagró, la capacidad de organización con que preparaba sus campañas y la previsión con que, en el orden político, quiso adelantar la reorganización social y moral que debía venir después de la guerra”. (Augusto Mijares: Coordenadas para nuestra historia. En Obras completas, tomo VI. Caracas: Monte Ávila Editores, 2000)
Vemos entonces que el pensamiento de Mijares se empeña en desarrollar una visión de la historia basada en los valores civiles que nacen más allá de las estruendosas batallas. Una visión que no sólo sirve para entender el pasado, sino también para asumir el presente y crear nuestro futuro. Una visión donde los docentes y los intelectuales tenemos un papel importantísimo a la hora de librar las batallas cotidianas que han de resolverse en el debate de las ideas de una manera libre y responsable.
Quisiera cerrar con una analogía un poco paradójica que puede molestar a quienes piensan que asuntos tan serios como los que acabamos de tocar no pueden mezclarse con elementos de la cultura de masas; y sin embargo sigo: en Duro de matar 4.0 el teniente McClane le salva la vida a un joven hacker; éste al verlo tan maltratado, al saber que la vida de McClane es un desastre le pregunta por qué, aun así, se levanta cada mañana a salvar al mundo y la respuesta del teniente no puede ser más contundente: “porque alguien tiene que hacerlo”.
Esta es la imagen que tengo de Augusto Mijares en tanto que docente y escritor, la imagen de un señor que construye una obra porque alguien tenía que hacerla. Eso lo convierte también en un héroe, un héroe del pensamiento, referente moral de todos sus conciudadanos. Tengo para mí que la personalidad de Mijares puede ser definida con esta frase de Fernando Savater: “No cabe duda de que es un caso realmente insólito el de este hombre que pretendió ser justamente un héroe y estudioso del heroísmo”.
Muy bueno, muchas gracias por compartirlo con nosotros.
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