-César León-
Haciendo memoria, detecté el momento en que por primera vez vi de cerca a Rafael Ortega. Los pasillos del Complejo Cultural Santos Michelena se abrían ante sus pasos lentos y sigilosos, su estampa de camisita negra rockero a morir, una melena que se peleaba con su propia rebeldía y el inefable morral en el que, imagino yo, llevaba libros y apuntes en un cuaderno con una foto de alguna banda que rinde culto al Heavy Metal.
Rafael miraba al piso, con una carga de timidez que no impedía para nada sus ganas de relacionarse con lo que la ciudad ofrecía. Silencioso, cabizbajo y sin embargo sonriente, el chico con aspecto de Boy Blue entregado al sonido metálico y a un riff de guitarra inolvidable, ya hacía de la palabra un eco despierto, ansioso, urgente, Pero eso sí, hasta ese momento desde una bien labrada discreción.
Comenzó a hacerse frecuente junto a otros personajes con lo que de seguro identificó gustos, pasiones, carencias y deseos.
Rafael poquito a poco se hizo presencia en cada evento cultural, en cada templete artístico, en cada tarde bañada por los colores de las escultura de Marisol Escobar y la grama del complejo cultural y la sombra de la pérgola que hizo casa y hogar. Se nos hizo familiar su hablar pausado y que entre risitas algo nerviosas, dejaba claro seres y pareceres adornando el paisaje con sus lentes gruesos y sus franelas de Megadeth u Ozzy Osbourne o Jethro Tull y alguna de esos sonidos que son gritos paridos por la rebeldía y el derecho de vivir en un mundo diferente a la mierda que nos heredaron.
Con el tiempo llega la seguridad en el caminar y el conocimiento reconocido tras el estudio académico y el título de un comunicador que organiza, reúne, convoca, invita y participa, teniendo en la palabra y sus infinitas implicaciones metafóricas y empeñosamente literaria, para encontrar en la poesía y todo recurso propios de los literatos, un brazo con el que abraza al mundo.
Huellas en Concreto es uno de sus hijos, y Zona de Tolerancia y otros recovecos para juntarnos desde las páginas de muchos libros.
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Hoy son camisas a cuadros y las botas militares fueron cambiadas por zapatos de goma o de vestir, el cabello a veces reducido a la mínima expresión, unos lentes más delgados, pero eso sí, aún habla y se ríe al mismo tiempo y eso, se agradece.
Feliz cumpleaños querido Rafael.
Te cambio este abrazo por aquel poema que hace un ratico me escribiste.
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Un abrazo,
Rafael Ortega