Año IX. Número 263
¿Y qué haremos ahora/ al final del camino?/ En nuestros viajes por distintas
miserias/ a cada uno le ha tocado su
ración de dolor/ Buscamos. No estuvo
a nuestro alcance/ la tierra prometida/
Ni en los versos. Ni en los palacios.
Tomado del libro Instrucciones
para armar el meccano. Harry Almela.
***
Te convido/ a la diáspora bermeja/
al horizonte azul/ de mis entrañas/ mírame de frente/ y aparecerá tu culpa. Tomado del libro Contrapastoral. Harry Almela
***
a nadie
puedes/ pedir auxilio/ ni existe meta/ alguna
que alcanzar/ si no aspiras/ a la total desilusión/ habrás perdido tu tiempo/ lo demás/ es perversión/
alambres/con los que te encadena tu
marcha. Tomado del Libro Contrapastoral. Harry Almela
***
-Ángel Gustavo Cabrera-
Allá, bajo árboles frondosos de la UCV, donde se respira una paz bucólica me encontré al poeta y escritor Harry Almela, quien después de un saludo rápido, me dijo: -“tengo una hora para esta conversa, debo trabajar con una cátedra de lenguaje y comunicación”. Yo pensaba que tendría más tiempo, por lo que decidí ir al grano.
AGC.- ¿Qué opinas de la crisis venezolana?
HA.- Te recuerdas aquella conversa que tuvimos en
un café frente a la plaza de toros de Maracay hace una década. Te dije que
vendría la crisis más espantosa con la hiperinflación, el desempleo, las colas
y una hambruna generalizada. Que los precios del petróleo venían en caída libre
y que no se iban a recuperar, que ya estábamos en la era pos-petrolera y que
teníamos que acostumbrarnos a los bajos
precios del petróleo, y aquí cuando se debía aumentar la producción petrolera
no se hizo. Y ahora Arabia Saudita y Kuwait nos informan que tenemos que
acostumbrarnos a los precios bajos porque de esa manera retardan la migración
de inversiones a combustibles no fósiles. La situación es muy semejante a la
canción de Joan Manuel Serrat titulada “Disculpe el señor” en la que una
muchedumbre de pobres insisten en ver a Dios para que les den comida, y Dios
les dice que le diga que no está, que salió, que Carlos Marx está muerto y
enterrado. El derrumbe estrepitoso de una modernidad criolla, mal entendida
por demás, dilapidando la renta petrolera. Ya la época de las vacas
gordas pasó y lo peor es que no hay vacas.
AGC.- ¿Y la tesis de Arturo Uslar Pietri ya no tiene vigencia?
HA.- Esa frase de sembrar el
petróleo ya no tiene ningún sentido, el país ha cambiado y parece que los
venezolanos y la clase política no se dan cuenta. Lo mismo que el país de
Cabrujas ya no existe, ese de país
campamento minero convertido en un hotel y en cuyas puerta cuelga un letrero
que dice: “Bienvenido”. La tesis de país rico ya no existe aunque el gobierno
diga lo contrario y la población siga con ese mito por el Arco Minero que solo
está beneficiando a China y otras potencias extranjeras.
AGC.- ¿Y el futuro inmediato?
HA.- Eso si es más
preocupante, me parece que vamos a la dimensión desconocida. Será necesario
construir un relato que va a reclamarnos una actitud, no diferente, sino nueva,
lo que resulta más complicado. Y allí en vez de reclamar derechos, tendremos
que atender los deberes. Pongo por ejemplo los deberes ciudadanos, aquí comerse
una luz, botar la basura en la calle es un acto normal llegando a niveles de
anarquía absoluta donde cada quien hace lo que le dé la gana. Por otra parte el
paisaje esta devastado, como si hubiésemos atravesado por una guerra. Muchas veces cuando camino sobre el basurero
de las calles de Mariara, me pregunto qué pensaban los berlineses a comienzos
de mayo de 1945. Estamos exactamente en el mismo sitio, caminando sobre
escombros, velando el cadáver de un país.
AGC.- ¿Y esta reflexión del país te ha conducido a nuevas propuestas
poéticas?
HA.- Si, me interesa por ahora una poesía
sustantiva que de testimonio de mi infierno y de mi paraíso en estas
circunstancias latinoamericanas cuya dicción no se separe en demasía del habla
y que me recuerde mi membrecía a la historia del español. Conocer el devenir del
país donde procedo, por saber que nos había pasado, en que sitio y como se
rompió el hilo del papagayo. Continuar
mirándose el ombligo mientras el mundo se cae a pedazos es irresponsable. Mi
poemario LA PATRIA FORAJIDA es una
queja a esa camisa de fuerza que puede significar seguir viviendo en el mismo
país. Mis larga conversaciones con Eugenio Montejo me sirvieron para mirar el
país desde otro ángulo, a buscarlo en su historia, con el aprendí a leer a
Mario Briceño Iragorry, a Rafael María Baralt y a César Zumeta. Y más acá hay
que reivindicar la poética de Andrés Eloy Blanco, que tiene un acento en la
oralidad más que en la escritura. Esas búsquedas en la historia, son reciente
preocupaciones en los escritores.
AGC.- ¿La poesía siempre es un hecho político Harry?
HA.- La poesía, a pesar de lo que
desean ciertos profesores de literatura y ciertos poetas, es siempre un hecho
político, no por el hecho que se refiera a la partidización o a los seres
humanos. No. La poesía es un acto eminentemente político porque es de la polis,
además expresa en la lengua de la polis los conflictos de la polis. Cuando
Aristóteles escribe la poética, muy mal leída por los profesores de literatura
y sus pobres alumnos, lo que esta es echando el cuento de como el mito se convierte
en catarsis en un colectivo y como el receptor de la polis griega se siente
identificado como polis en el drama y en la tragedia. Lo que hace precisamente
es una propuesta de hecho estético como un producto eminentemente político.
AGC.- La
escritora Ana Teresa Torres, en una entrevista que le hace EL NACIONAL en 2013
señala que los intelectuales deben tener mucho cuidado en involucrarse con el
poder, sobre todo si no es democrático y segundo no ocultar su posición política. ¿Estás de
acuerdo con ese planteamiento?
HA.- Yo leí esa entrevista de
Ana Teresa Torres es una escritora muy calificada y acuciosa. Por supuesto que
estoy de acuerdo con ella, sobre todo cuando dice que si ese poder no es
democrático y tiene una vocación hegemónica, puede quedar atrapado por eso y su
voz termina siendo la misma del que manda. La historia griega dice que el pobre
Platón terminó siendo asesor filosófico de los tiranos del Mediterráneo. Por supuesto un poeta
libre, dentro de la casa o dentro de la ciudad les molestaba muchísimo. Los que
han regresado a la ciudad platónica son los poetas que apoyan a este gobierno
porque al fin el Rey filosofo los ha reconocido en su ciudad. Nosotros debemos
sentirnos orgullosos de no estar en esa ciudad.
Creo que debemos recorrer nuevos senderos poéticos que superen esa
poesía intimista que se ha escrito en el siglo XX y lo que va del XXI, una manera de evitar la
tragedia anteriormente descrita y sus consecuencias. La escritura como acto político.
Cada quien llega a la Isla con los remos que tiene.
AGC.- ¿Que
poética debe estar en consonancia con esa búsqueda en los actuales momentos?
HA.- En los últimos diez
años hay tres cosas que me interesan actualmente de la poesía en general. La
poesía que se escribe al margen. La poesía que se escribe en lo provinciano. La
poesía que se escribe fuera del centro, es la poesía costumbrista. Caso de Baudelaire.
Pinta el perfil de los ciudadanos, sus mañas, su cultura, sus vicios. Los
retrata como cualquier poeta de América Latina, sobre los cuales se ha hablado,
además, muy mal. Hay que leer a Yolanda Pantin y a otros. La buena poesía que
se está escribiendo en este país es esa poesía costumbrista que se está
escribiendo al margen del centro, sobre las costumbres de la familia, sobre las
costumbres de la ciudad, las costumbres del país. El costumbrista no es sino un
flaneur, un paseante que camina por
la ciudad para observar y disfrutar de la ciudad. El costumbrista no es otra
cosa que un coleccionista que colecciona imágenes de la ciudad para convertirlas
en literatura, un costumbrista no es otra cosa que un trapero que recoge los
desechos que deja el capitalismo para convertirlo en literatura.
AGC.-
COSTRAPASTORAL, tu último libro, está considerado como una obra poco usual en
la poética venezolana. El escritor Antonio López Ortega señala que ese libro es
de un arrojo sin concesiones, que quiere indagar en nuestra crudeza, en nuestra
carencia, pues de superficialidades ya tenemos un bulto que nadie sabe esconder.
Estás de acuerdo, que agregas tú como autor.
HA.- Primero agradezco los
conceptos en la lectura de CONTRAPASTORAL que hace el amigo Antonio López
Ortega. Ese libro es testimonio de una terapia, del complicado ejercicio de
constelar una incubación, como dice Rafael López Pedraza, que en fin de cuenta
eso es la poesía. Se venía incubando una visión de paisaje en decadencia. Se
venía incubando la fisura, la grieta. También está allí mi reciente cercanía
con la poesía Sefardí contemporánea, particularmente en los poemas de Margalit
Matitiahu, cuyo vocablo me sitúa a veces en la niñez, cuando oía palabras
semejantes en boca de los campesinos de Mariara. También estaba incubándose,
aunque a primera vista no lo parezca, Franz Kafka, que llevó a los extremos el
arte de la autobiografía. Y en el fondo, el país, esa patria forajida de la que
hablamos al principio.
AGC.-
¿Poeta, que queda al final de todo esto?
HA.- Al final, la muerte es quien tiene allí algo que decir.
¿Quedaremos en la memoria como testimonio de nuestro tiempo?, ¿Quedaremos en la
memoria como testimonio del ser?, ¿Quedaría alguna huella de esta
discontinuidad que somos? Ni idea. La palabras, nos recuerda Cadenas, no es el sitio del
resplandor. Pero insistimos, insistimos, nadie sabe porqué
AGC.- Gracias poeta por su
tiempo.
HA.- Espero que le des un buen uso. Me voy a matar
el tiempo como lo que no soy, profesor de lenguaje y comunicación.
Lo vi retirarse en el paisaje de la
tierra de nadie y se me vino a la mente
el epígrafe que colocó en CONTRAPASTORAL
de Paul Auster: “Lo
que realmente me asombra/ no es que todo se esté derrumbando/ sino la gran
cantidad de cosas/ que todavía siguen de pie”
CONSULTA: Grabaciones propias,
entrevistas de Alberto Hernández y de Alexis Romero.
Hasta aquí llegó nuestro espacio.
Recuerden que pueden contactarnos a través del correo electrónico:
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zonadetolerancia69.blogspot.com, donde encontrarán todas las ediciones de esta
columna.
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Un abrazo,
Rafael Ortega