El escritor sirve para mostrar las cosas desde su óptica personal y alguna gente coincide con él y lo celebra, mientras que otra lo detesta. Tampoco hay que olvidar que el creador vive en una sociedad, va al mercado y usa el servicio de transporte público; entonces, no puede vivir aislado en una torre de marfil
Texto y foto: Rafael Ortega
En la biblioteca pública de su pueblo natal, José Gregorio Correa (San Sebastián de los Reyes, 1961) comenzó a leer a Pablo Neruda y a Andrés Eloy Blanco. A partir de esas lecturas, se abrió paso entre las obras de Oscar Wilde, así como las de sus coterráneos: Luis Álvarez León y Dimas Parra, entre otros. “Luego vine a Maracay a estudiar en la Escuela de Arte Dramático, a través del contacto con Esteban de Jesús Liendo, quien me prestó Las flores del mal de Charles Baudelaire y los poemas de Arthur Rimbaud”.
Durante su participación en el taller de literatura, que coordinaba Harry Almela en los años ochenta, tuvo contacto con la poesía de Víctor Valera Mora: Amanecí de bala, y se dio cuenta de que venía haciendo algo parecido en cuanto al estilo conversacional, “salvando las distancias, por lo cual tuve que dedicarle al ‘Chino’ mi primer libro: Poemas de Dios y de tu nombre (1988) por cuestión de honestidad y para no dar pie a suspicacias, pues esos textos ya estaban hechos”.
—Ya que participaste en un taller de literatura, ¿piensas que éstos podrían ser fábricas de escritores?
—No, más bien los veo como una motivación. Sirven también para compartir los textos que producimos y cruzar una que otra información. Ese acercamiento a los libros y a otros autores te va fortaleciendo. Cuando se está dentro de un grupo, elite, cofradía o pandilla, se genera ese sentimiento de pertenencia a una tendencia y hace que el individuo busque su propia voz.
—¿Cuáles temas te motivan a escribir?
—No termino de escapar de los temas de corte amoroso, del paisaje humano, no sólo del paisaje natural. Como vivo en San Sebastián de los Reyes, el paisaje siempre está presente y cuando vengo a la ciudad, también la percibo de la misma manera. También me motivan las historias cotidianas; inclusive, hay grandes poemas en las noticias de los periódicos, allí hay drama, hay tragedia... existen diversas fuentes de inspiración. He comprobado, a través de mi experiencia en la dramaturgia, que en la realidad sucede lo mismo que en la ficción, pero a veces la ficción se adelanta a la realidad.
—Entre la poesía y la dramaturgia, ¿en cuál género te sientes más a gusto?
—La dramaturgia es un género bastante difícil, pues requiere de mucha investigación para crear los personajes. También hago cuentos, gracias al contacto con el narrador Daniel Aquino, con quien he compartido historias para desarrollar, pero me siento mejor en la poesía, pues me parece que llega de manera más luminosa y trascendental, aunque aprecio mucho los demás géneros.
—Aparte de la lectura, ¿de cuáles fuentes te nutres para escribir?
—Aparte de la música, que también es parte del asunto, cumplo a medio tiempo el oficio de pintar, pues tengo unos amigos que son artistas plásticos en San Sebastián, con quienes he participado en concursos a cielo abierto, lo cual me ha ayudado a desarrollar una poesía descriptiva, donde prácticamente se pinta un momento, una situación. También me han nutrido las conversaciones con la gente y las situaciones cotidianas. Por ejemplo, una vez estaba en un centro comercial en Cagua y observé a un vigilante con la camisa raída, un pantalón desgastado y los zapatos viejos, que ahuyentaba con un cartón —como si fuese una gallina o un perro— a una señora indigente que pedía dinero para comer. Aunque tal vez ambos estaban en la misma condición económica, eran tan iguales que terminaron despreciándose. Entonces, pensé que el final de esa historia sería que el vigilante, cuando llegara a su casa cansado de la jornada, le dijera a su hermana: “Te he dicho varias veces que no dejes ir a mi mamá adonde estoy trabajando”.
—A tu criterio, ¿cuáles escritores venezolanos son fundamentales?
—Juan Sánchez Peláez, José Antonio Ramos Sucre, Víctor Valera Mora y Miguel Ramón Utrera, quien ha sido muy nombrado pero muy poco conocido, a pesar de habernos legado una obra consistente.
Durante su participación en el taller de literatura, que coordinaba Harry Almela en los años ochenta, tuvo contacto con la poesía de Víctor Valera Mora: Amanecí de bala, y se dio cuenta de que venía haciendo algo parecido en cuanto al estilo conversacional, “salvando las distancias, por lo cual tuve que dedicarle al ‘Chino’ mi primer libro: Poemas de Dios y de tu nombre (1988) por cuestión de honestidad y para no dar pie a suspicacias, pues esos textos ya estaban hechos”.
—Ya que participaste en un taller de literatura, ¿piensas que éstos podrían ser fábricas de escritores?
—No, más bien los veo como una motivación. Sirven también para compartir los textos que producimos y cruzar una que otra información. Ese acercamiento a los libros y a otros autores te va fortaleciendo. Cuando se está dentro de un grupo, elite, cofradía o pandilla, se genera ese sentimiento de pertenencia a una tendencia y hace que el individuo busque su propia voz.
—¿Cuáles temas te motivan a escribir?
—No termino de escapar de los temas de corte amoroso, del paisaje humano, no sólo del paisaje natural. Como vivo en San Sebastián de los Reyes, el paisaje siempre está presente y cuando vengo a la ciudad, también la percibo de la misma manera. También me motivan las historias cotidianas; inclusive, hay grandes poemas en las noticias de los periódicos, allí hay drama, hay tragedia... existen diversas fuentes de inspiración. He comprobado, a través de mi experiencia en la dramaturgia, que en la realidad sucede lo mismo que en la ficción, pero a veces la ficción se adelanta a la realidad.
—Entre la poesía y la dramaturgia, ¿en cuál género te sientes más a gusto?
—La dramaturgia es un género bastante difícil, pues requiere de mucha investigación para crear los personajes. También hago cuentos, gracias al contacto con el narrador Daniel Aquino, con quien he compartido historias para desarrollar, pero me siento mejor en la poesía, pues me parece que llega de manera más luminosa y trascendental, aunque aprecio mucho los demás géneros.
—Aparte de la lectura, ¿de cuáles fuentes te nutres para escribir?
—Aparte de la música, que también es parte del asunto, cumplo a medio tiempo el oficio de pintar, pues tengo unos amigos que son artistas plásticos en San Sebastián, con quienes he participado en concursos a cielo abierto, lo cual me ha ayudado a desarrollar una poesía descriptiva, donde prácticamente se pinta un momento, una situación. También me han nutrido las conversaciones con la gente y las situaciones cotidianas. Por ejemplo, una vez estaba en un centro comercial en Cagua y observé a un vigilante con la camisa raída, un pantalón desgastado y los zapatos viejos, que ahuyentaba con un cartón —como si fuese una gallina o un perro— a una señora indigente que pedía dinero para comer. Aunque tal vez ambos estaban en la misma condición económica, eran tan iguales que terminaron despreciándose. Entonces, pensé que el final de esa historia sería que el vigilante, cuando llegara a su casa cansado de la jornada, le dijera a su hermana: “Te he dicho varias veces que no dejes ir a mi mamá adonde estoy trabajando”.
—A tu criterio, ¿cuáles escritores venezolanos son fundamentales?
—Juan Sánchez Peláez, José Antonio Ramos Sucre, Víctor Valera Mora y Miguel Ramón Utrera, quien ha sido muy nombrado pero muy poco conocido, a pesar de habernos legado una obra consistente.
—¿A qué atribuyes el hecho de que los escritores venezolanos no sean tan conocidos en el exterior?
—Tiene que ver con las políticas editoriales del Estado, aunque editoriales como Monte Ávila y la Biblioteca Ayacucho han hecho esfuerzos, no sé si será culpa de los embajadores, que miran al libro como un objeto y no lo hacen llegar. La literatura venezolana es tan buena como la de cualquier otro país. Allí tenemos el ejemplo de Gustavo Ott, Rodolfo Santana, Ana Enriqueta Terán, quienes han sido reconocidos internacionalmente.
—¿Cómo percibes la presencia de la mujer en el mundo de la literatura?
—Una osadía hacia aquellos que piensan que la mujer siempre ha estado confinada a otros oficios, como ama de casa, secretaria, institutriz, no más de ahí. Recuerdo que en mi pueblo hubo una poetisa llamada Elina Cabrera Sosa, quien dejó algunos versos interesantes. Aún en estos tiempos, resulta difícil para algunos ver a una mujer escribiendo, diciendo cosas, pues éste ha sido un campo donde han predominado los hombres. Por eso lo veo como una osadía, pues las mujeres han demostrado no sólo su femineidad sino las debilidades de lo masculino y han dado a conocer su forma de mirar el mundo.
—¿Cómo percibes el panorama literario regional?
—En otros tiempos, tanto en Maracay como en La Victoria, había posibilidades de publicar, a pesar de que siempre han permanecido las roscas, bien sea por afinidad, por contacto, por amistad... Las imprentas regionales en cada estado y los concursos literarios pueden servir de motivación al escritor, pero creo que se está publicando mucho y no sé si estas obras están llegando al público lector.
—¿Las instituciones del Estado ofrecen apoyo al escritor?
—Yo creo que las cosas van por buen camino, al menos existe una posibilidad más cercana de publicar, pero la idea es que se le dé chance a los escritores de otras poblaciones, no sólo a los de Maracay. Pero, claro, el escritor no debe esperar que las políticas del Estado le den todo porque si no se convierte en una especie de manco. Ahí está el ejemplo de Miguel Ramón Utrera, quien publicó su obra poco antes de morir, gracias a que era amigo de José Ramón Medina, que laboraba en la Contraloría General de la República. A pesar de que Utrera había obtenido el Premio Nacional de Literatura en los años ochenta, su obra era conocida por los pocos que la leyeron, pues él nunca estuvo detrás del Concejo Municipal para que le publicaran su obra, a pesar de haber sido diputado de la antigua Asamblea Legislativa del estado Aragua y fue presidente del Concejo de Sebastián, nunca se aprovechó de eso, sino que publicó sus cuadernos por sus propios medios.
—Sabemos que los niveles de lectura en Venezuela son muy bajos, ¿resulta difícil ser escritor en un país de pocos lectores?
—Si lo que se escribe tiene sentido para uno mismo y para los pocos que lo leen, no creo que sea necesario medir un ranking de cuántas personas leen nuestro trabajo porque al final, si el libro queda, siempre habrá un par de ojos solitarios a los que no sé sabe en qué tiempo ni en qué época podrá servirle de esparcimiento o compañía.
—A tu criterio, ¿cuál es la función de un escritor?
—La función del escritor tiene que ser la de describir lo que siente, lo que ve en el mundo que le rodea. Esa discusión acerca de la función del escritor ha sido planteada en distintas épocas, como por ejemplo en el libro de Denise Levertov. Particularmente, creo que el escritor sirve para mostrar las cosas desde su óptica personal y alguna gente coincide con él y lo celebra, mientras que otra lo detesta. Tampoco hay que olvidar que el creador vive en una sociedad, va al mercado y usa el servicio de transporte público; entonces, no puede vivir aislado en una torre de marfil.
—¿Cuáles obras o escritores de la literatura universal recomendarías?
—Las obras de Mario Benedetti, Charles Dickens, Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Pablo Neruda. No puedo decir “lean La Iliada” de Homero porque sé que ahorita no lo va a leer nadie. Hay que definir que los tiempos están cambiando y la literatura también y existen obras contemporáneas, que tal vez se hayan nutrido de la literatura antigua, pero son más referenciales para nosotros.
—¿Piensas que las nuevas tecnologías son herramientas útiles para promocionar la obra del escritor contemporáneo?
—Me he dado cuenta de que sí, la gente se acerca cada día más a la Internet y puede consultar la obra de cualquier autor de manera rápida y con comodidad, pero esto no va a sustituir la facilidad de ir en un carrito y llevar un libro en las manos.
—Tiene que ver con las políticas editoriales del Estado, aunque editoriales como Monte Ávila y la Biblioteca Ayacucho han hecho esfuerzos, no sé si será culpa de los embajadores, que miran al libro como un objeto y no lo hacen llegar. La literatura venezolana es tan buena como la de cualquier otro país. Allí tenemos el ejemplo de Gustavo Ott, Rodolfo Santana, Ana Enriqueta Terán, quienes han sido reconocidos internacionalmente.
—¿Cómo percibes la presencia de la mujer en el mundo de la literatura?
—Una osadía hacia aquellos que piensan que la mujer siempre ha estado confinada a otros oficios, como ama de casa, secretaria, institutriz, no más de ahí. Recuerdo que en mi pueblo hubo una poetisa llamada Elina Cabrera Sosa, quien dejó algunos versos interesantes. Aún en estos tiempos, resulta difícil para algunos ver a una mujer escribiendo, diciendo cosas, pues éste ha sido un campo donde han predominado los hombres. Por eso lo veo como una osadía, pues las mujeres han demostrado no sólo su femineidad sino las debilidades de lo masculino y han dado a conocer su forma de mirar el mundo.
—¿Cómo percibes el panorama literario regional?
—En otros tiempos, tanto en Maracay como en La Victoria, había posibilidades de publicar, a pesar de que siempre han permanecido las roscas, bien sea por afinidad, por contacto, por amistad... Las imprentas regionales en cada estado y los concursos literarios pueden servir de motivación al escritor, pero creo que se está publicando mucho y no sé si estas obras están llegando al público lector.
—¿Las instituciones del Estado ofrecen apoyo al escritor?
—Yo creo que las cosas van por buen camino, al menos existe una posibilidad más cercana de publicar, pero la idea es que se le dé chance a los escritores de otras poblaciones, no sólo a los de Maracay. Pero, claro, el escritor no debe esperar que las políticas del Estado le den todo porque si no se convierte en una especie de manco. Ahí está el ejemplo de Miguel Ramón Utrera, quien publicó su obra poco antes de morir, gracias a que era amigo de José Ramón Medina, que laboraba en la Contraloría General de la República. A pesar de que Utrera había obtenido el Premio Nacional de Literatura en los años ochenta, su obra era conocida por los pocos que la leyeron, pues él nunca estuvo detrás del Concejo Municipal para que le publicaran su obra, a pesar de haber sido diputado de la antigua Asamblea Legislativa del estado Aragua y fue presidente del Concejo de Sebastián, nunca se aprovechó de eso, sino que publicó sus cuadernos por sus propios medios.
—Sabemos que los niveles de lectura en Venezuela son muy bajos, ¿resulta difícil ser escritor en un país de pocos lectores?
—Si lo que se escribe tiene sentido para uno mismo y para los pocos que lo leen, no creo que sea necesario medir un ranking de cuántas personas leen nuestro trabajo porque al final, si el libro queda, siempre habrá un par de ojos solitarios a los que no sé sabe en qué tiempo ni en qué época podrá servirle de esparcimiento o compañía.
—A tu criterio, ¿cuál es la función de un escritor?
—La función del escritor tiene que ser la de describir lo que siente, lo que ve en el mundo que le rodea. Esa discusión acerca de la función del escritor ha sido planteada en distintas épocas, como por ejemplo en el libro de Denise Levertov. Particularmente, creo que el escritor sirve para mostrar las cosas desde su óptica personal y alguna gente coincide con él y lo celebra, mientras que otra lo detesta. Tampoco hay que olvidar que el creador vive en una sociedad, va al mercado y usa el servicio de transporte público; entonces, no puede vivir aislado en una torre de marfil.
—¿Cuáles obras o escritores de la literatura universal recomendarías?
—Las obras de Mario Benedetti, Charles Dickens, Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Pablo Neruda. No puedo decir “lean La Iliada” de Homero porque sé que ahorita no lo va a leer nadie. Hay que definir que los tiempos están cambiando y la literatura también y existen obras contemporáneas, que tal vez se hayan nutrido de la literatura antigua, pero son más referenciales para nosotros.
—¿Piensas que las nuevas tecnologías son herramientas útiles para promocionar la obra del escritor contemporáneo?
—Me he dado cuenta de que sí, la gente se acerca cada día más a la Internet y puede consultar la obra de cualquier autor de manera rápida y con comodidad, pero esto no va a sustituir la facilidad de ir en un carrito y llevar un libro en las manos.
La percepción de la palabra
Las palabras siempre me interesaron, me parece que dicen algo más de lo que usualmente quieren decir. A través de ellas percibimos los colores, los olores y los brillos, y nos permiten, además, comunicar las cosas que sentimos
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Rafael Ortega