“Por eso dije que no es tanto, o no sólo, una novela sobre el franquismo.
Creo que tiene una clara lectura en este continente,
entre los países latinoamericanos”.
Isaac Rosa.
Durante años se ha atribuido a los vencedores la potestad de manipular la historia. Millones de páginas han sido y seguirán siendo escritas para transmitir a las generaciones siguientes los hechos más resaltantes y significativos de cualquier época que nos ha tocado y tocará vivir.
Ese provechoso derecho a réplica que nos confiere el libre albedrío nos da pie para reconstruir a nuestra preferencia la trama de la novela El vano ayer (Monte Ávila Editores, 2005), recientemente ganadora de la XIV Edición del Premio Internacional Rómulo Gallegos, del joven y talentoso escritor español Isaac Rosa (Sevilla, 1974), quien anteriormente ha incursionado en distintos estilos literarios: el teatro, con Adiós muchachos (1998); el ensayo, con Kosovo: la coartada humanitaria (2001); y, por supuesto, la narrativa, con La mala memoria (2000).
En cuanto a los elementos de la narración que intervienen en la novela galardonada, podemos decir que la figura del autor juega un interesante papel, pues no se trata de un narrador omnisciente, que lo sabe todo; más bien es lo contrario, se trata de un narrador testigo que desconoce tanto de los acontecimientos como sus personajes, que invita al lector a ayudarle a reconstruir la historia, a partir de un estudio bibliográfico y alguna que otra entrevista a quienes vivieron aquella cruenta dictadura franquista.
Durante una visita a la biblioteca pública, el narrador se encuentra en un libro de historia del franquismo, casi al azar, el nombre del profesor Julio Denis (como el seudónimo que Cortázar empleó en su primer libro de poemas, en su juventud), detenido y luego expatriado a Francia durante la agitación universitaria que sacudió a España a fines de los sesenta. Denis aparece mencionado un par de veces en otros libros; a partir de ahí, su rastro se pierde.
La historia cede paso a la ficción: ¿qué pasó con Denis? Un personaje de vida gris que escribía novelitas de detectives que eran vendidas en los quioscos durante la época de Franco bajo un seudónimo, de las cuales se llegó a decir que entre sus páginas se encerraban mensajes ocultos y fechas de reuniones dirigidas a una supuesta célula subversiva, aunque la realidad tal vez fuera otra: la mera necesidad de ganar un sueldo extra para redondear su escueto salario de profesor.
La reconstrucción del caso desempolva la inexplicada desaparición del estudiante André Sánchez, quien fue visto por última vez reunirse a puerta cerrada con Denis durante aproximadamente unas dos horas en una oficina de la universidad; cuestión que despertó suspicacias entre quienes les vieron salir de allí, pues Sánchez no era alumno de Denis.
Es allí cuando se plantea: “Un error policial, una delación encubierta o un activista clandestino desenmascarado al fin. Las tres posibilidades están abiertas en el affaire Denis” (p. 23).
Se nos hace imprescindible “meternos” en los personajes y en la época para seguir paso a paso las diferentes hipótesis de la trama que el autor ofrece al lector. El narrador conversa con lectores hipotéticos y les otorga la potestad de tomar sus propias decisiones: “¿Se me permite opinar? Debo discrepar” (p. 20), y del diálogo nace la averiguación.
No pasa desapercibida la profunda admiración de Isaac Rosa por Julio Cortázar, maestro de los ejercicios lúdicos, sobre todo cuando transforma la tragedia en comedia:
“Marta tenía ya los ojos hinchados de apretarlos en risotada, los labios ensangrentados de mordérselos para contener el estallido festivo, pasó varias horas en un despacho con varios policías que le pedían que repitiese los mismos chistes que se contaban entre ellos (...) y ella se resistió a contar (...) entonces hicieron el simulacro circense de la bofetada, un policía simulaba que le daba un cachete y ella daba palmas con las manos en la espalda imitando el sonido de la bofetada, ese truco lo aprendió muy bien la mayor parte de detenidos durante aquellos años...” (p. 141).
Las respuestas a los misterios revelados, a la final, terminarán siendo encontradas por cada lector, al adentrarse en la corriente de la manipulación y disponer de su propia noción de observar el mundo, allí donde se sienta más cómodo, más a gusto: “De acuerdo en que el vano ayer pueda engendrar un mañana vacío, pero nada indica que el brutal ayer tenga continuidad en un mañana brutal” (p. 181).
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Rafael Ortega