domingo, 28 de diciembre de 2025

Rondalla decembrina (décimo sexta salida...)

Rondalla: Conjunto musical de instrumentos de cuerda; Cuento, conseja, romance; Vonjunto de personas que van tocando y cantando por la calle.


Edición y nota: Manuel Cabesa


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No hay ilusión más grande durante la infancia que la llegada del Niño Jesús, pero a veces, contra lo esperado se devela el misterio mucho antes de lo previsto y todavía siendo niños perdemos la inocencia, de golpe entramos en la edad adulta mientras un pedacito de nosotros se quiebra para siempre...


(mcabesa)



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Pérdida de la inocencia


 -Julio César Pérez-

(Santa Cruz / estado Aragua)


Bueno, sería de manera general, porque creo que uno tiene como varias inocencias que va perdiendo a lo largo de la vida, hasta que pierde la última: la que no era inmortal. Lo que sí creo que es como la primera gran inocencia.

Un cinco de enero, víspera de Reyes, estaba ya acostado para dormir, pero sentadas en mi cama estaba mi mamá, mi tía Josefina, y mi prima Tere, ya mayor, parada cerca de la cama. Conversaban animadamente. Yo extrañado, no era normal la presencia de ellas allí, a menos que estuviera enfermo, pero no era el caso. 

Oyéndolas, me acurruqué de lado y cerré mis ojos; no por sueño, era lo agradable de la compañía y la conversación. De pronto guardaron silencio. Mi madre apagó la luz y salieron sin hacer ruido. Me quedé en la misma posición buscando el sueño. Casi en seguida, se vuelve a abrir la puerta y, sin moverme, abro los ojos para ver quién era. 

Entraba un rayo de luz del comedor, lo que me permitió ver a mi madre, mi tía y mi prima, en fila india, recorrer primero por el lado de la cama de mi hermano mayor, que ya tenía rato durmiendo, y luego por la mía.

Este recuerdo ha permanecido en mi memoria desde ese instante, al igual que muchos otros. Lo curioso es que tendría unos siete u ocho años y aún hoy lo rememoro nítidamente.

Años después fue que comprendí lo que estaban haciendo. Si me hubiese movido o dicho algo; o, después que salieron, me hubiese asomado para ver porqué mi madre se había inclinado un poco, tanto en la cama de mi hermano como en la mía, mi inocencia la habría perdido como un año antes, en una situación muy diferente.

Entonces cursaba mi segundo tercer grado (me habían aplazado en el primero). Estábamos por iniciar las vacaciones de diciembre y entre condiscipulos, comentábamos la traída de regalos del Niño Jesús. 

La maestra (fue una maestra), oyéndonos dijo: “Les voy a decir algo, pero no digan que yo se los dije. El Niño Jesús son los papás de uno”. 

Todos nos miramos, eramos niños de más o menos ocho años. Nadie dijo nada. Supongo que ninguno de los niños que estábamos en el salón sabíamos esa gran verdad, todavía estábamos en "la edad de la inocencia". Luego la maestra siguió dando su clase como si nada. 

Lo cierto es que perdí mi primera gran inocencia de manera muy simple, la maestra de tercer grado lo hizo. Pero de esto estuve claro años después. En ese momento me sentía poseedor de un secreto importante, de gran valor.

Tan importante que, ufanándome de tener un secreto que él no tenía, se lo dije a mi hermano mayor con previo juramento que no diría nada, pero como era muy chismoso, fue raudo a decirle a nuestra madre el gran secreto develado por mi maestra.

“¿Así es la cosa? Bueno, se acabó el Niño Jesús para ustedes, si le dicen algo a sus hermanos menores, los agarro con la correa”.

Esa navidad no hubo regalo para nosotros, ni ninguna otra. De manera que no sólo perdí la inocencia, también el Niño Jesús.

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Rafael Ortega