martes, 9 de diciembre de 2025

Iwasaki: Amor, humor y terror


-Ysbel Mejías-


¿Qué lector modelo quería yo mientras escribía? Un cómplice, sin duda, que entrase en mi juego…

Umberto Eco


Cuando inicio una lectura, me gusta además conocer al autor para jugar en ese mundo que voy descubriendo, es como entrar a la sala de las puertas de Alicia en el país de las maravillas y tomar el líquido de la botella que dice: “Bébeme”. Así conocí a Fernando Iwasaki, tomé de la botella y encontré la llave correspondiente a la puerta de ese submundo que él crea con la precisión de un cirujano y el humor de un gran sabio. Por eso escribo sobre el contraste fascinante y creativo que encuentro entre la novela Libro de mal amor y los inquietantes cuentos de terror de Ajuar funerario.

Iwasaki es un escritor peruano residenciado en Sevilla; es historiador, cronista y además de narrador puede considerarse como un detective cultural que toma referencias de la historia y la literatura clásica y el arte para mezclarlos con la cultura pop y un humor cargado de irreverencia. 

Juega con el lenguaje, desmonta clichés con inteligencia, por eso leerlo es como conversar con ese amigo culto, ocurrente que te lleva por senderos absurdos y a la vez brillantes de la condición humana. 

Es así como Libro de mal amor −donde el amor se escribe con mala leche− se nos presenta como la crónica descarnada, hilarante y en ocasiones cruel de los múltiples fracasos amorosos de un joven que se convierte en deportista, político, judío, bailarín entre otros para conquistar a la mujer de su vida. 

En este libro el amor se parece más a una obsesión tragicómica. Aquí no hay princesas, ni finales felices. Iwasaki desmitifica en este texto el amor romántico y lo muestra con la crudeza, deseo y hasta ridiculez con la que se presenta; por eso resulta un antídoto perfecto para contrarrestar historias edulcoradas sobre el amor.


Camille:


"-¿Por qué has hecho eso? – exclamó horrorizada.

-Porque te deseo – repliqué consciente de las consecuencias-. Y como sé que no puedo impedir que seas monja, por lo menos quiero que me recuerdes como un pecador más y no como un cucufato cualquiera.

-¡Nunca me acordaré de ti!, ¡has dejado de existir para mí!, ¡no eres nadie! 

-¡Cómo! ¿No ibas a rezar por los peores pecadores? -retruqué cínico."

Otro elemento importante dentro de esta novela es el humor como arma de supervivencia, pues el protagonista no es un galán, sino un antihéroe cuyos planes siempre salen mal. Es a través de los juegos de palabras como este autor construye una historia que se subdivide en varias mediante los nombres de las mujeres de las que se va enamorando desde la niñez; así aparecen Carmen, Alicia, Taís, Carolina para mostrarnos la “educación sentimental” del joven protagonista. Quien desde la pluma del narrador nos hace reír con él y de él. El humor es como un lente a través del cual se observa el dolor entre lo agudo y lo llevadero.

Y es que, en esto del juego de palabras, el título de esta novela es un guiño directo al Libro de buen amor del Arcipreste de Hita del siglo XIV. Iwasaki nos lleva por una versión contemporánea y descreída, diciendo al lector: "olvida aquello de la moralidad medieval y conversemos de forma real sobre lo desastroso que pueden resultar el amor y el deseo". 

A lo largo del Libro de mal amor nos vamos a encontrar con una genialidad humorística que establece la conexión con el amor y sus múltiples desencuentros; por tanto, este libro es ideal para quienes nos deleitamos con una manera de narrar desenfadada y cínica donde el amor, más que idealizado, es analizado.

Del análisis del amor y el deseo a través del humor Iwasaki también nos pasea por relatos de terror y fantasmas con el libro Ajuar funerario, conjugando la ironía, lo macabro y el terror en esta colección cuentos donde los miedos de la infancia nunca murieron. Es un conjunto de historias que entrelazan un terror inteligente y sicológico; son los miedos que se gestan en la niñez y resurgen en la memoria adulta.

En esta obra, el terror no se oculta debajo de la cama con monstruos, pues el terror aparece a través de una fotografía antigua, un recuerdo reprimido o en el silencio de una casa vacía acechando en los rincones de la memoria. Así lo describe por ejemplo en Día de difuntos:


"Cuando llegué al sanatorio, encontré a mi madre enlutada en las escaleras.

–Pero mamá, tú estás muerta.

–Tú también, mi niño.

Y nos abrazamos desconsolados".


De manera sencilla, elegante y acertada Iwasaki me conecta con mi niña aterrada ante la oscuridad, a las viejas leyendas del llano venezolano o urbanas. Pues con maestría logra colocar al lector frente a esas sensaciones de escalofríos. No es lo que se ve, es lo que se intuye a través de la lectura. Iwasaki propone una prosa elegantemente macabra con una atmósfera única en espera del susurro del miedo en tus oídos.


La casa de reposo:


"La madre superiora miró hacia el cielo como buscando una señal divina, y en sus ojos desvelados de oraciones reverberó cristalina una lágrima.

–¿Y dice usted que el viejo profesor se niega a ir a misa, hermana?

–Así es, reverenda. Y maldice y ofende a María Santísima.

–No importa, hermana. Llévelo entonces a dar un paseo por el huerto.

–Sí, reverenda.

–Hermana…

–¿Sí, reverenda?

–Que parezca un accidente."


Entonces para quienes disfrutamos del terror clásico y sicológico como el de Edgar Allan Poe y Maupassant o el terror cósmico de H. P. Lovecraft, de textos donde lo inquietante se filtra en la realidad de manera perturbadora, este autor es imprescindible y con estos dos libros puedes descubrir como yo a un escritor capaz de llevarte de viaje por una prosa irreverente, divertida, culta y macabra; con agudas críticas sociales.

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Rafael Ortega