Año VI. Número 245
“La presencia
de la mujer debe ir en la búsqueda de la igualdad, seguir luchando los espacios
que se han ganado; no se trata de menospreciar ni excluir, pero a veces hay que
ser un poco radicales: aquí, nosotras”.
Texto y foto: Rafael Ortega
Conocemos a Mariozzi Carmona (Maracay, 1963) como
una trabajadora incansable del mundo de las tablas. Su labor como dramaturga y
directora teatral ha sido notoria en nuestra región desde hace varios años.
También se ha desempeñado como docente en el área de técnica vocal y ha sido
facilitadora en distintos talleres relacionados con cine, dirección, producción
teatral y maquillaje artístico. Como reconocimiento a su trabajo literario recibió
Mención Especial en el VI Concurso “Orígenes” organizado por el diario El
Aragüeño y el premio Ramón Palomares de Poesía en la II Bienal de
Escritura del Ateneo de Escuque.
—Coméntanos sobre aquellas lecturas iniciales que
te atrajeron al mundo de la literatura...
—Entré a literatura a través del teatro, cuando
tenía como unos diez años, lo primero que vi fue Romeo y Julieta, con
la William Shakespeare Company, y me quedé tan impresionada que empecé a tratar
de escribir así. Quería imitar a Shakespeare. En una oportunidad vi una obra de
Federico García Lorca que me impresionó muchísimo. Y más tarde entré a la
poesía por medio de García Lorca también. Mi padre tenía una buena biblioteca,
donde había libros de literatura universal, desde Safo hasta poetas más
contemporáneos como Paul Eluard. Era una niña medio ácida en mis lecturas. Más
tarde, mi tía materna, Virginia, quien era una mujer muy leída, me habló de Memorias
de Mamá Blanca, de Teresa de la Parra, y me llamó la atención. Después de
haber leído a esta autora comenzó una profunda revisión en mí, empecé a
preocuparme más por el lenguaje, por la manera de escribir las palabras, por el
tono de conversación...
—Participaste en un taller de dramaturgia en el
Celarg y de esa experiencia surgió un libro, ¿qué opinas de los talleres
literarios? ¿Los consideras fábricas de escritores?
—No, absolutamente no. Allí coincido con muchos
escritores y escritoras que dicen que es algo que se trae, es un don, por
decirlo románticamente; pero los talleres pueden ayudar, ¿en qué sentido? En
que te escuchan, tienes la oportunidad de conversar con otras personas,
escuchar sus pareceres, oír otras voces, lo que es muy importante para evitar
que se termine escribiendo como el facilitador cuando finalice el taller. Creo
que sí son útiles los talleres, aunque Shakespeare ni García Lorca nunca
hicieron talleres, pero, salvando las distancias, creo que sí ayudan.
—También has incursionado en la música y te
desempeñas como profesora de canto. Entre la literatura y la música, ¿en cuál
área te sientes más a gusto?, ¿o piensas que ambas te complementan?
—Me complementan siempre. No creo en las
limitaciones, salvo aquellas en que tu integridad humana esté expuesta. Creo
que hay que nutrirse de todo. Pasé por la música, por el canto, teoría y
solfeo, por las artes plásticas, a través de mis estudios en la Universidad
Central de Venezuela; el ballet me fascina, también estudié medicina, me gustan
las ciencias, me fascinan, sobre todo por la parte de la psicología, de la
investigación de las células.
—¿Cómo nacen tus obras?
—En el caso de la poesía, el teatro y la
narrativa, a veces, mis trabajos parten de un sonido, una imagen, la palabra
dicha por alguien, o de repente me viene en abstracto una idea, pero el sonido
y las imágenes disparan mi inspiración.
—¿Cuál es la función de un escritor?
—Yo siento que eso sigue siendo un mote que nos
endilgaron, de que los escritores debemos tener una función social. Yo digo que
no. Es demasiado que nos recarguen esa piedra angular a nosotros, pues no.
También está la comodidad de las demás artes. Tú no le preguntas a un pintor
qué aporte social está haciendo. Claro, lo que pasa es que la cultura se
vincula con la palabra y por eso nos dan esa carga, que es como un deber.
Muchos escritores de la literatura universal que pretendieron transmitir un
mensaje a la sociedad, la historia se ha encargado de revelar que en vida
fueron otra cosa contraria a lo que ellos dijeron y no hay nada más terrible
que eso. Ese contrasentido le pasó a Borges muchas veces y recientemente le
sucedió a Günter Grass, con su vínculo con los nazis; al igual que el
dramaturgo Heiner Müller, autor de La máquina Hamlet, quien fue
delator de los nazis; lo que le pasó con el maccarthismo al cineasta Elia
Kazán, y no se les quitan sus méritos como grandes artistas, pero cometieron
sus errores; entonces, es mejor no tener una visión política ni social, aunque
yo la tengo, con el feminismo particularmente, y tengo mi visión política
también, pero debe entenderse como una visión ciudadana, no como que tengo un
deber moral que me obliga a cambiar el mundo.
—Y entonces, ¿por qué escribes?
—Eso sería bueno saberlo, pero también me alegra
no saberlo, como dice mi amiga Lali (Armengol) en un texto suyo: “No tengo la
seguridad de nada”. A veces pienso que soy pesimista, sobre todo cuando veo que
viene muy poca gente al teatro. Eso me hace recordar una frase de José
Saramago: “No es que soy pesimista, sino que el mundo es pésimo”, pero hay que
seguir quijotescamente en el arte.
—¿Cuáles escritores venezolanos son
fundamentales?
—Siempre mencionamos a Ramos Sucre, pero también
quisiera referirme a unas escritoras que han sido nuestras maestras, con una
estupenda postura artística y social, por ejemplo, Teresa de la Parra, Ana
Enriqueta Terán... la historia universal es de escritores, desde Anacreonte
hasta la actualidad han sido hombres las grandes figuras del arte y de la
ciencia, por eso mi función es recuperar a esas escritoras y es fundamental
nombrarlas.
—¿Cómo percibes la presencia de la mujer en la
literatura?
—Me gustaría decir que es definitiva y total,
pero no lo es. Sobre todo si partimos del hecho de que muchas mujeres se
consideran a sí mismas poetas, mas no poetisas y como lo que no se nombra no existe,
si no te reconoces a ti misma como una mujer que escribe, sino como un hombre
que escribe pero eres mujer, entonces tú me dirás, ¿qué travestismo es ese?
Como dice Sabrina Hermann: “Yo era un travesti en la escritura” (risas). Por
eso es fundamental nombrarse y reconocerse, valorarse, muchas veces somos muy
exigentes con nosotras mismas, no nos vemos. La presencia de la mujer debe ir
en la búsqueda de la igualdad, seguir luchando los espacios que se han ganado;
no se trata de menospreciar ni excluir, pero a veces hay que ser un poco
radicales: aquí, nosotras. Cuando Karajan hacía audiciones para ingresar a la
Filarmónica de Berlín sólo recibía hombres y nadie decía nada, pero si uno
conforma una orquesta de mujeres ya saldrá quien diga: “¿Pero no hay ni un solo
hombre?”.
—¿A qué atribuyes el hecho de que los escritores
venezolanos no sean tan conocidos como los de otros países?
—Porque no existe una política de interés por
parte del Estado, no solamente regional sino nacional; nunca la ha habido, no
sé si ahora esto esté mejorando, ojalá. Hay algunos atisbos de distribuir estas
publicaciones cuando las hay, de creer en los escritores y escritoras del país.
—¿Cómo ves el panorama literario en la región?
—Podemos encontrar buenos escritores como Miriam
Kasén, Guillermo Cadrazco, Kristel Guirado e Isabel Rivas, pero no hay quien
difunda y preste apoyo a esas maravillosas voces.
—¿Los escritores reciben apoyo por parte de las
instituciones del Estado?
—La literatura y el teatro son los huerfanillos,
a pesar de ser tan importantes para el bien humano. ¿Qué queda de la
civilización griega? El Partenón, las obras culturales que hicieron. Y
entonces, ¿qué vamos a dejar nosotros? ¿El Metro nada más? Si se está hablando
de integración y pluralismo, se debe aceptar al escritor y a la escritora sin
importar su tendencia política o social.
—¿Es difícil ser un escritor en un país de pocos
lectores?
—Hace años leí un artículo sobre ese tema, que
decía que en Venezuela sólo tres mil personas leen, pero eso fue hace unos cuantos
años. No quiero ni pensar que eso se mantenga. Espero que eso haya cambiado,
ojalá lleguemos a cinco mil (risas). Esto no es muy estimulante para el
escritor, quien se pregunta para quién escribo, quién va a leer esto. A veces
vamos por la calle y vemos una valla con la fotografía de un deportista o de
una reina de belleza con una leyenda que dice: “Orgullo de Aragua”, y nunca
vemos la cara de un escritor allí. Entonces, ¿qué cambio de conciencia, qué
humanismo vamos a dar si la cultura está en un cero coma cero tres por ciento,
cuando es un acuerdo universal que el mínimo sea dos por ciento? Corea tiene el
seis por ciento y Japón, el ocho. Estamos menospreciando nuestros valores.
—¿De qué manera influenció el boom
latinoamericano a nuestros escritores?
—Considero que este boom influenció mucho a
nuestros escritores José Balza, Victoria Di Stéfano, Alicia Torres, pero me
hubiese gustado verlos trascender de ese realismo mágico que no sólo se dio en
la narrativa, sino en el teatro también. Por ejemplo, César Rengifo fue un
extraordinario exponente de muchas obras que fueron consideradas dentro del
realismo mágico y tal vez García Márquez tomó algunos elementos de allí durante
su estadía en Venezuela. Pero nuestros escritores siempre han tenido una buena
voz, una continua búsqueda, porque nos ha gustado ser extranjerizantes. La
élite venezolana siempre ha estado a la vanguardia, muy pendiente de lo que
sucede en el mundo, y eso no lo digo yo, lo dice Alba Lía Barrios, una
investigadora del teatro venezolano. Siempre el escritor venezolano ha estado
muy al día. Pero me gustaría que nos viéramos más nosotros mismos antes de
buscar fuera, no importa si repetimos, pues ya todo está dicho. Hace tres mil
años, los griegos lo dijeron todo. Tú buscas en el teatro griego y encuentras
que todas las pasiones humanas están allí. La función del escritor es contar
las historias “de una manera novísima”, como decía Rodolfo Santana. Hay que
buscar otras formas de contarlas.
—¿Qué opinas de las nuevas tecnologías?
—Todo proceso que acerque a la gente es sumamente
positivo. Puedes comunicarte vía e-mail con un amigo que está en otro país,
pero también es una falsa ilusión, no sé qué tan globalizados estemos nosotros
los que integramos el tercer mundo, pues cuando salimos de la comodidad del
cyber volvemos a nuestra realidad: huecos en las calles, falta de alumbrado
público, delincuencia; en fin, ¿es una globalización para quién? Será para los
países que tienen alto target de vida.
—¿Cuáles autores de la literatura universal
recomendarías?
—La primera que hay que leer es a Sor Juana Inés
de la Cruz porque hay una ruptura ahí para hombres y mujeres, que es cuando
comienzan los ritmos en la poesía, lo que hay que adjudicárselo a ella por su
alto sentido científico. Ella era una sabia. Podía estar ante un jurado
conformado por cuarenta personas que le preguntaban sobre matemáticas, sobre
música o cualquier otro tema y les contestaba a todos. También tuvo influencia
política, sacaba gente de la cárcel, tenía un piso para ella sola que ocupaba
todo un claustro. Yo he estuve en México en el claustro que ocupaba ella.
También es bueno leer todo lo que caiga en nuestras manos. No se trata de leer
sólo el Quijote o a Walt Whitman. Una vez nos dijo Isaac Chocrón en
una clase: “Si ustedes no han leído Hojas de hierba no han vivido”.
Pienso que el hábito de la lectura parte de una necesidad personal.
El duro oficio de escribir
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Sea la pantalla del ordenador o la
hoja que tienes al frente, cuando se escribe la primera línea, ésta nos
resulta muy ingrata, muy solitaria, pero encantadora y necesaria. El oficio
de escribir es duro y único, sea en el teclado del ordenador o con pluma de
ganso, pero no creo que esté tan feliz en mi vida como cuando escribo algún
texto.
Hasta aquí llegó nuestro espacio.
Recuerden que pueden contactarnos a través del correo electrónico: rafedort@gmail.com, Twitter: @rafedort,
Facebook: Rafedort y el blog: zonadetolerancia69.blogspot.com, donde
encontrarán todas las ediciones de esta columna.
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Un abrazo,
Rafael Ortega