lunes, 27 de enero de 2025

El fantasma del ocio

 


"Un fantasma recorre el mundo..."

Marx & Engels Jazz Duet:

keyboards and drums.

 

-Manuel Cabesa-

 

Entreabierta está la herida

 

En medio de la noche me pregunto,

¿qué pasará con Chile?

¿Qué será de mi pobre patria oscura?

Pablo Neruda

 

A lo largo de la década de los setenta del siglo pasado la violencia política transformada en dictaduras asoló a los países del sur latinoamericano de forma inusitada. Mientras en otros países de la América Latina las frágiles democracias padecían de altos grados de corrupción y desidia administrativa, en Chile, Argentina y Uruguay la autocracia militar propiciaba desapariciones, tortura, asesinato político, y la diáspora de aquellos que de alguna manera tuvieron la oportunidad de escapar tratando de resguardar su integridad física e intelectual.

Como sucedió varias décadas antes con los emigrados de la Guerra Civil española, una caterva de sureños buscó cobijo y apoyo en distintos países del orbe huyendo del maremágnum fascista que ensangrentaba el cono sur. En aquella época argentinos, chilenos y uruguayos, con sus experiencias personales y sociales realimentaron el espacio cultural venezolano, tan necesitado de voces nuevas y nuevas perspectivas. Cómo olvidar la presencia de escritores, cineastas, artistas plásticos, teatreros que hicieron de Venezuela su segunda patria y dieron a nuestro país lo mejor de sus talentos.

Uno de ellos, el maestro Juan Carlos Gené, escribió: “…los años setenta y ochenta, que sacudieron con ferocidad sin precedentes a los países del sur, terminaron de colocar cantidades también sin precedentes de intelectuales y artistas en otras latitudes latinoamericanas, obligándolos a vivir cotidianamente los alcances reales de esta posibilidad y necesidad de integración. Exilio, destierro, emigración, sea cual fuere el caso, la experiencia ha sido de una riqueza impresionante”. (Prólogo a Golpes a mi puerta. Caracas: Ediciones Centro Gumilla, 1984).

Con el tiempo muchos regresaron a su lugar de origen, otros han buscado nuevos horizontes para sus vidas y varios (y no pocos) continúan aquí, trabajando por el país, tan venezolanos como nosotros. Me parece que aún falta por escribir ese ensayo sociológico donde se estudie los aportes que los sureños han hecho a Venezuela. Estoy seguro que sin ellos muchos de nuestros logros y avances en materia cultural no serían los mismos.

De entre los chilenos en diáspora, la obra de Ariel Dorfman y Pablo de la Barra son el motivo de estas reflexiones. Ariel Dorfman era conocido por los lectores venezolanos a principios de los setenta gracias a dos ensayos emblemáticos: Imaginación y violencia en América (1970) donde reúne una serie de trabajos acerca de varios novelistas hispanoamericanos partiendo del tema de la violencia como elemento común en sus distintas obras y Para leer al Pato Donald (1971), escrito en colaboración con Armand Matterlant, ensayo interdisciplinario de investigación literaria y sociológica en el que analiza la propuesta ideológica subyacente en el mundo ficticio creado por Walt Disney.


 

Autor de varias novelas entre las que destacan Moros en la costa (1973), Viudas (1981), La última canción de Manuel Sendero (1982) y Máscaras (1988), Dorfman nos entrega en 1995 una obra teatral: La muerte y la doncella. Se trata de una pieza para tres personajes ubicados en un ambiente aislado, como sucede en el teatro de su maestro Harold Pinter, a quien por cierto le está dedicado el texto. Al comienzo el autor nos advierte: “El tiempo es el presente; y el lugar un país que probablemente es Chile, aunque puede tratarse de cualquier país que acaba de salir de una dictadura”.

He aquí el argumento: Paulina Salas es una mujer de cuarenta años que sufre desequilibrios emocionales luego que fuera torturada por la dictadura quince años antes. Una noche espera la llegada de su marido, Gerardo Escobar abogado recién integrado a la Comisión Investigadora de los crímenes de la dictadura, en su casa de la playa. Al fin éste llega después de que su automóvil sufriera una avería, traído por un buen samaritano llamado Roberto Miranda. Mientras su marido obsequia con un trago a su benefactor, Paulina los oye desde la penumbra donde se ha apartado, es entonces cuando escucha la voz y la risa del visitante; son sonidos familiares asociados a una pesadilla: ese hombre presidió su tortura. La violó innumerables veces mientras escuchaban “La muerte y la doncella” de Franz Schubert. 

Gerardo solicita a Roberto que pase la noche con ellos ya que es tarde y la ciudad queda un poco lejos. Paulina aprovecha la oportunidad para ejecutar su venganza: mientras duermen entra en el cuarto de huéspedes, lo golpea y luego lo ata a una silla y se dispone a conducirlo al infierno que ella padeció en sus manos. Su marido interviene tratando de ayudar a Roberto y los tres se involucran en un terrible juego de confesiones, culpas y terrores que estremecen al lector.

El escritor rumano Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz 1986, escribió a propósito del estreno de la obra en Nueva York: “La encontré enormemente estimulante. Ni por un instante dejé de atender a la acción, que se desarrolla en más de un nivel y plantea más de una pregunta. Locura y recuerdo, venganza y amor, justicia y perdón: temas que dominan a nuestra generación, que ha convivido con ellos”. En tanto que Román Polanski dirigió una adaptación cinematográfica, con Sigourney Weaver y Ben Kingsley, que en su momento tuvo gran acogida de crítica y público.

Ahora bien, más allá de la acción dramática, la pieza obliga a una lectura reflexiva: aunque sepamos que el autor se refiere concretamente al caso chileno, debemos tener en cuenta que la historia de nuestra América siempre se ha visto amenazada por la posibilidad de regímenes sostenidos gracias a un aparato represivo que tortura y hace “desaparecer” físicamente a sus víctimas. El hecho de vivir en democracia no prescribe la posibilidad de que el fantasma de la violencia política haya desaparecido de nuestras naciones. Por eso resulta interesante encontrar obras, como la de Ariel Dorfman o Pablo de la Barra, que tengan como trasfondo una reflexión sobre nuestro pasado reciente y sus terrores, para no caer en la fácil tentación del olvido y sus consecuencias.

 Pablo de la Barra

 

En 1979, los venezolanos pudimos ver la primera película de Pablo de la Barra: Queridos compañeros; aquella película retrataba los primeros meses del gobierno de Salvador Allende. El film quería ser un testimonio del esfuerzo del pueblo chileno por conseguir, a través de la victoria de la Unidad Popular, un perfil de dignidad y libertad poco común en esos días de ignominia y vejación. Sin embargo, la historia dio un revés y a punto de terminar el rodaje sucedió el golpe de estado que le costó la vida, en principio al presidente Allende, y luego a miles de personas desaparecidas bajo cualquier circunstancia en los años siguientes.


 Los actores de esa película, Marcelo Romo y Hugo Medina, fueron apresados y torturados; su director escapó milagrosamente de las garras de la noche fascista, y sólo él y Dios saben lo que sufrió antes de poder anclar en nuestro país. La película fue parcialmente destruida, y lo poco salvado llegó a Venezuela camuflado en latas de conserva con el material de imagen, sin sonido ni edición. Luego de tres años, con un equipo técnico y actoral compuesto por venezolanos y chilenos, se pudo reconstruir el sonido y los diálogos de Queridos compañeros los cuales eran “traducidos” por una muchacha sorda a la que se le proyectaba una y otra vez el material de imagen para que leyera los labios de los intérpretes e ir reconstruyendo las palabras de cada uno.


 

Al final, luego que un relator comenta la suerte corrida por los personajes después del golpe militar, la película termina con algunas hermosas imágenes de Caracas. Sobre ellas el narrador dice: “Bueno, así fue. En Caracas es casi de noche, una brisa suave corre desde el Ávila. Nosotros volveremos, nosotros venceremos”. Lo cierto es que Pablo de la Barra se quedó entre nosotros, trabajando humildemente en publicidad y otros menesteres, y haciendo cine a la primera oportunidad. Ya instalado en nuestro país realizó uno de los films más interesantes de nuestra cinematografía: Aventurera (1988) sobre un guion escrito en colaboración con el maestro José Ignacio Cabrujas.

En 1998 dirige Antes de morir una película donde de la Barra se mueve dentro de las reglas del thriller policial: aquí tenemos a un asesino, antiguo agente de la CIA destacado en un país latinoamericano para coordinar las sesiones de tortura y asesinatos contra los opositores del régimen militar ahora sustituido por autoridades civiles, y que regresa a dicho país a ejecutar una venganza y eliminar los residuos del pasado; un joven policía cuyos padres murieron por orden del extinto gobierno militar y que busca desesperadamente la verdad oculta tras ese crimen; un policía veterano portador de un grave secreto y de un profundo sentimiento de culpa; un viejo oficial, militar retirado, que supo engancharse en el nuevo sistema y ocultar sus vejámenes bajo una apariencia honorable; un veterano periodista alcoholizado testigo de los horrores del régimen y que maneja las claves de la única verdad que ha revelarse en las ultimas secuencias del film; y una muchacha inocente y hermosa, cuya única culpa es ser hija del asesino que ha regresado después de tanto tiempo a perturbar la tranquilidad del resto de los personajes que habían buscado refugio en el olvido que ofrece la paz democrática.   

Sin el trasfondo que ubica la película dentro de la sangrienta etapa de las dictaduras que asolaron los países del sur latinoamericano, ésta no hubiera sido sino un divertimento más hecho al estilo hollywoodense para ver en televisión un domingo por la tarde. Lo que quiero decir es que utilizando los elementos comunes de cualquier thriller policial, Pablo de la Barra nos ha contado otra historia, una historia que quizás sólo él podía contarnos. Más que un film policial, Antes de morir es una reflexión sobre la memoria y nuestra responsabilidad ante las arbitrariedades de la historia. Milan Kundera ha escrito: “…la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”.

Pienso que trabajos como los de Ariel Dorfman y Pablo de la Barra son necesarios para mirar nuestro rostro por fin desnudo ante los fantasmas de la Historia, y son necesarios porque si bien nuestros países en apariencia han superado esa terrible oscuridad que se cernió sobre el cono sur durante los años setenta, también lo es que no tenemos la fórmula mágica para que la historia no se repita, para que lo que fue ya no sea más. Como reza el poema de T. S. Eliot:

Porque no tengo esperanza de volver otra vez 

que respondan estas palabras 

por lo que se ha hecho 

para que no se vuelva a hacer. 

Ojala el juicio sobre nosotros no sea demasiado gravoso.

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Rafael Ortega