sábado, 17 de septiembre de 2016

Carmen Campos: Hija del sembradío y de la montaña



Año VI. Número 254



Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.

Romance de la pena negra. Federico García Lorca



Carmen Campos (Nirgua, estado Yaracuy, 1933) es narradora, ensayista, poeta y locutora. Profesora de Castellano y Literatura, Magister en Docencia Universitaria y jubilada de la Universidad Pedagógica Libertador.


En su destacada labor en el campo de la docencia y de las letras se destaca su trabajo en la coordinación general del Programa “El arte va a la escuela” y en la presidencia de entidades tan importantes como el Instituto de Integración Social Aragua (INISA) la Fundación Crecer en Bolívar y la Asociación de Escritores de Aragua (1989-1991).



Carmen Campos forma parte del grupo cultural “Los Cuatro del Solar”, de la Fundación Ludovico Silva, de la Agrupación Literaria Pie de Página, de la Red de Escritores de Venezuela y de la Agrupación “Entre voces y letras”, aparte de encargarse de la coordinación en Aragua del Festival Internacional de Poesía Palabra en el Mundo.


Ha publicado seis libros: Trópicos (1991), Signos en la piel (1992), La ciudad perdida (2002), La muerte del poeta (2005), Baraja de muerte (2004) y El último tiempo (2007), mientras que ocho títulos de su autoría aún permanecen inéditos.
  

Por su meritoria carrera, Carmen Campos ha recibido innumerables menciones honoríficas, tales como la Medalla 27 de Junio en su Primera Clase (1985), Orden Luisa Cáceres de Arismendi (1994), Orden Simón Rodríguez (2001), Reconocimiento de la Sociedad Bolivariana de Maracay (2008) e Hija Ilustre de Nirgua y del estado Yaracuy (2008).


En este sentido, nuestra entrevistada resaltó que en aquella oportunidad -cuando era condecorada por los representantes del Concejo Municipal de Nirgua y del Consejo Legislativo de Yaracuy- el cronista de la ciudad la bautizó como “Hija del sembradío y de la montaña”.    


También comentó que su progenitora, Justa Pino, era una lectora infatigable, por lo que deduce que su pasión por la literatura le fue transmitida desde la matriz. Aunado a esto, en la familia también había músicos, pintores, poetas y declamadores que fueron incrementando su interés por las artes.


De su tierra natal, quedaron grabados por siempre en su memoria los paisajes agrestes y las montañas, además de algunos recuerdos: “Todas las noches, mi madre leía a la luz de las velas y nos contaba historias que ella misma inventaba”.


Asimismo, Carmen Campos confesó que su primer poema lo escribió a los nueve años de edad. Se trataba de un acróstico; además, tenía un cuaderno con algunas canciones, por lo que participaba en todos los actos culturales del colegio donde estudiaba.



Siendo todavía muy joven, su familia se mudó por dos años a la ciudad de Valencia y posteriormente se asentó en Maracay, donde renació su interés por la literatura y -al ingresar al sistema de educación superior- la escritura se convirtió en un hábito.


Al revisar los títulos de sus obras, se percibe mucha versatilidad en cuanto a los temas y los géneros, pese a que la autora considera que se siente mejor en la narrativa al momento de expresar sus ideas.

“A través de la narrativa, he expresado mis sentimientos y mis emociones, entre la realidad y la fantasía”, aseveró.


Al tratar de indagar el porqué ha trabajado tanto con el tema de la muerte, Campos asomó su respuesta: “La muerte es poesía. La muerte es un estadio inexplicable y ambiguo.  No sabemos si es un principio o un final. Lo que nos lleva a pensar y a repensar sobre el más allá y el más acá”.

No obstante, lo primero que recomienda a los más jóvenes es que sientan amor por el oficio de escribir, “además, deben tener mucha constancia porque al momento de escribir un relato, un poema o una novela nos transportamos a otros escenarios, otros mundos y a otras vidas”.


De igual manera, Campos les dejó a manera de tarea la acción de transformar las anécdotas o las historias que escuchen en cualquier lugar para darles el final que mejor les parezca con la finalidad de encontrar su propia voz narrativa.


A su juicio, el aporte que el escritor le hace a la sociedad es infinito. “A través de nuestras historias describimos la realidad del momento que nos ha tocado vivir; es decir, somos cronistas de nuestro tiempo”.


Niega rotundamente que todo esté escrito en materia de literatura, pues cree que “la vida se va transformando y las cosas se tornan diferentes; además, cada hombre y cada mujer tienen su propia historia”.





Hasta aquí llegó nuestro espacio. Recuerden que pueden contactarnos a través del correo electrónico: rafedort@gmail.com, Twitter: @rafedort, Facebook: Rafedort y el blog: zonadetolerancia69.blogspot.com, donde encontrarán todas las ediciones de esta columna.

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Rafael Ortega