jueves, 25 de febrero de 2016

Mariozzi Carmona, voz íntima y palabra certera: “El sonido y las imágenes disparan mi inspiración”

Año VI. Número 245



“La presencia de la mujer debe ir en la búsqueda de la igualdad, seguir luchando los espacios que se han ganado; no se trata de menospreciar ni excluir, pero a veces hay que ser un poco radicales: aquí, nosotras”.


Texto y foto: Rafael Ortega



Conocemos a Mariozzi Carmona (Maracay, 1963) como una trabajadora incansable del mundo de las tablas. Su labor como dramaturga y directora teatral ha sido notoria en nuestra región desde hace varios años. También se ha desempeñado como docente en el área de técnica vocal y ha sido facilitadora en distintos talleres relacionados con cine, dirección, producción teatral y maquillaje artístico. Como reconocimiento a su trabajo literario recibió Mención Especial en el VI Concurso “Orígenes” organizado por el diario El Aragüeño y el premio Ramón Palomares de Poesía en la II Bienal de Escritura del Ateneo de Escuque.
—Coméntanos sobre aquellas lecturas iniciales que te atrajeron al mundo de la literatura...
—Entré a literatura a través del teatro, cuando tenía como unos diez años, lo primero que vi fue Romeo y Julieta, con la William Shakespeare Company, y me quedé tan impresionada que empecé a tratar de escribir así. Quería imitar a Shakespeare. En una oportunidad vi una obra de Federico García Lorca que me impresionó muchísimo. Y más tarde entré a la poesía por medio de García Lorca también. Mi padre tenía una buena biblioteca, donde había libros de literatura universal, desde Safo hasta poetas más contemporáneos como Paul Eluard. Era una niña medio ácida en mis lecturas. Más tarde, mi tía materna, Virginia, quien era una mujer muy leída, me habló de Memorias de Mamá Blanca, de Teresa de la Parra, y me llamó la atención. Después de haber leído a esta autora comenzó una profunda revisión en mí, empecé a preocuparme más por el lenguaje, por la manera de escribir las palabras, por el tono de conversación...
—Participaste en un taller de dramaturgia en el Celarg y de esa experiencia surgió un libro, ¿qué opinas de los talleres literarios? ¿Los consideras fábricas de escritores?
—No, absolutamente no. Allí coincido con muchos escritores y escritoras que dicen que es algo que se trae, es un don, por decirlo románticamente; pero los talleres pueden ayudar, ¿en qué sentido? En que te escuchan, tienes la oportunidad de conversar con otras personas, escuchar sus pareceres, oír otras voces, lo que es muy importante para evitar que se termine escribiendo como el facilitador cuando finalice el taller. Creo que sí son útiles los talleres, aunque Shakespeare ni García Lorca nunca hicieron talleres, pero, salvando las distancias, creo que sí ayudan.
—También has incursionado en la música y te desempeñas como profesora de canto. Entre la literatura y la música, ¿en cuál área te sientes más a gusto?, ¿o piensas que ambas te complementan?
—Me complementan siempre. No creo en las limitaciones, salvo aquellas en que tu integridad humana esté expuesta. Creo que hay que nutrirse de todo. Pasé por la música, por el canto, teoría y solfeo, por las artes plásticas, a través de mis estudios en la Universidad Central de Venezuela; el ballet me fascina, también estudié medicina, me gustan las ciencias, me fascinan, sobre todo por la parte de la psicología, de la investigación de las células.
—¿Cómo nacen tus obras?
—En el caso de la poesía, el teatro y la narrativa, a veces, mis trabajos parten de un sonido, una imagen, la palabra dicha por alguien, o de repente me viene en abstracto una idea, pero el sonido y las imágenes disparan mi inspiración.
—¿Cuál es la función de un escritor?
—Yo siento que eso sigue siendo un mote que nos endilgaron, de que los escritores debemos tener una función social. Yo digo que no. Es demasiado que nos recarguen esa piedra angular a nosotros, pues no. También está la comodidad de las demás artes. Tú no le preguntas a un pintor qué aporte social está haciendo. Claro, lo que pasa es que la cultura se vincula con la palabra y por eso nos dan esa carga, que es como un deber. Muchos escritores de la literatura universal que pretendieron transmitir un mensaje a la sociedad, la historia se ha encargado de revelar que en vida fueron otra cosa contraria a lo que ellos dijeron y no hay nada más terrible que eso. Ese contrasentido le pasó a Borges muchas veces y recientemente le sucedió a Günter Grass, con su vínculo con los nazis; al igual que el dramaturgo Heiner Müller, autor de La máquina Hamlet, quien fue delator de los nazis; lo que le pasó con el maccarthismo al cineasta Elia Kazán, y no se les quitan sus méritos como grandes artistas, pero cometieron sus errores; entonces, es mejor no tener una visión política ni social, aunque yo la tengo, con el feminismo particularmente, y tengo mi visión política también, pero debe entenderse como una visión ciudadana, no como que tengo un deber moral que me obliga a cambiar el mundo.
—Y entonces, ¿por qué escribes?
—Eso sería bueno saberlo, pero también me alegra no saberlo, como dice mi amiga Lali (Armengol) en un texto suyo: “No tengo la seguridad de nada”. A veces pienso que soy pesimista, sobre todo cuando veo que viene muy poca gente al teatro. Eso me hace recordar una frase de José Saramago: “No es que soy pesimista, sino que el mundo es pésimo”, pero hay que seguir quijotescamente en el arte.
—¿Cuáles escritores venezolanos son fundamentales?
—Siempre mencionamos a Ramos Sucre, pero también quisiera referirme a unas escritoras que han sido nuestras maestras, con una estupenda postura artística y social, por ejemplo, Teresa de la Parra, Ana Enriqueta Terán... la historia universal es de escritores, desde Anacreonte hasta la actualidad han sido hombres las grandes figuras del arte y de la ciencia, por eso mi función es recuperar a esas escritoras y es fundamental nombrarlas.
—¿Cómo percibes la presencia de la mujer en la literatura?
—Me gustaría decir que es definitiva y total, pero no lo es. Sobre todo si partimos del hecho de que muchas mujeres se consideran a sí mismas poetas, mas no poetisas y como lo que no se nombra no existe, si no te reconoces a ti misma como una mujer que escribe, sino como un hombre que escribe pero eres mujer, entonces tú me dirás, ¿qué travestismo es ese? Como dice Sabrina Hermann: “Yo era un travesti en la escritura” (risas). Por eso es fundamental nombrarse y reconocerse, valorarse, muchas veces somos muy exigentes con nosotras mismas, no nos vemos. La presencia de la mujer debe ir en la búsqueda de la igualdad, seguir luchando los espacios que se han ganado; no se trata de menospreciar ni excluir, pero a veces hay que ser un poco radicales: aquí, nosotras. Cuando Karajan hacía audiciones para ingresar a la Filarmónica de Berlín sólo recibía hombres y nadie decía nada, pero si uno conforma una orquesta de mujeres ya saldrá quien diga: “¿Pero no hay ni un solo hombre?”.
—¿A qué atribuyes el hecho de que los escritores venezolanos no sean tan conocidos como los de otros países?
—Porque no existe una política de interés por parte del Estado, no solamente regional sino nacional; nunca la ha habido, no sé si ahora esto esté mejorando, ojalá. Hay algunos atisbos de distribuir estas publicaciones cuando las hay, de creer en los escritores y escritoras del país.
—¿Cómo ves el panorama literario en la región?
—Podemos encontrar buenos escritores como Miriam Kasén, Guillermo Cadrazco, Kristel Guirado e Isabel Rivas, pero no hay quien difunda y preste apoyo a esas maravillosas voces.
—¿Los escritores reciben apoyo por parte de las instituciones del Estado?
—La literatura y el teatro son los huerfanillos, a pesar de ser tan importantes para el bien humano. ¿Qué queda de la civilización griega? El Partenón, las obras culturales que hicieron. Y entonces, ¿qué vamos a dejar nosotros? ¿El Metro nada más? Si se está hablando de integración y pluralismo, se debe aceptar al escritor y a la escritora sin importar su tendencia política o social.
—¿Es difícil ser un escritor en un país de pocos lectores?
—Hace años leí un artículo sobre ese tema, que decía que en Venezuela sólo tres mil personas leen, pero eso fue hace unos cuantos años. No quiero ni pensar que eso se mantenga. Espero que eso haya cambiado, ojalá lleguemos a cinco mil (risas). Esto no es muy estimulante para el escritor, quien se pregunta para quién escribo, quién va a leer esto. A veces vamos por la calle y vemos una valla con la fotografía de un deportista o de una reina de belleza con una leyenda que dice: “Orgullo de Aragua”, y nunca vemos la cara de un escritor allí. Entonces, ¿qué cambio de conciencia, qué humanismo vamos a dar si la cultura está en un cero coma cero tres por ciento, cuando es un acuerdo universal que el mínimo sea dos por ciento? Corea tiene el seis por ciento y Japón, el ocho. Estamos menospreciando nuestros valores.
—¿De qué manera influenció el boom latinoamericano a nuestros escritores?
—Considero que este boom influenció mucho a nuestros escritores José Balza, Victoria Di Stéfano, Alicia Torres, pero me hubiese gustado verlos trascender de ese realismo mágico que no sólo se dio en la narrativa, sino en el teatro también. Por ejemplo, César Rengifo fue un extraordinario exponente de muchas obras que fueron consideradas dentro del realismo mágico y tal vez García Márquez tomó algunos elementos de allí durante su estadía en Venezuela. Pero nuestros escritores siempre han tenido una buena voz, una continua búsqueda, porque nos ha gustado ser extranjerizantes. La élite venezolana siempre ha estado a la vanguardia, muy pendiente de lo que sucede en el mundo, y eso no lo digo yo, lo dice Alba Lía Barrios, una investigadora del teatro venezolano. Siempre el escritor venezolano ha estado muy al día. Pero me gustaría que nos viéramos más nosotros mismos antes de buscar fuera, no importa si repetimos, pues ya todo está dicho. Hace tres mil años, los griegos lo dijeron todo. Tú buscas en el teatro griego y encuentras que todas las pasiones humanas están allí. La función del escritor es contar las historias “de una manera novísima”, como decía Rodolfo Santana. Hay que buscar otras formas de contarlas.
—¿Qué opinas de las nuevas tecnologías?
—Todo proceso que acerque a la gente es sumamente positivo. Puedes comunicarte vía e-mail con un amigo que está en otro país, pero también es una falsa ilusión, no sé qué tan globalizados estemos nosotros los que integramos el tercer mundo, pues cuando salimos de la comodidad del cyber volvemos a nuestra realidad: huecos en las calles, falta de alumbrado público, delincuencia; en fin, ¿es una globalización para quién? Será para los países que tienen alto target de vida.
—¿Cuáles autores de la literatura universal recomendarías?
—La primera que hay que leer es a Sor Juana Inés de la Cruz porque hay una ruptura ahí para hombres y mujeres, que es cuando comienzan los ritmos en la poesía, lo que hay que adjudicárselo a ella por su alto sentido científico. Ella era una sabia. Podía estar ante un jurado conformado por cuarenta personas que le preguntaban sobre matemáticas, sobre música o cualquier otro tema y les contestaba a todos. También tuvo influencia política, sacaba gente de la cárcel, tenía un piso para ella sola que ocupaba todo un claustro. Yo he estuve en México en el claustro que ocupaba ella. También es bueno leer todo lo que caiga en nuestras manos. No se trata de leer sólo el Quijote o a Walt Whitman. Una vez nos dijo Isaac Chocrón en una clase: “Si ustedes no han leído Hojas de hierba no han vivido”. Pienso que el hábito de la lectura parte de una necesidad personal.





El duro oficio de escribir
Sea la pantalla del ordenador o la hoja que tienes al frente, cuando se escribe la primera línea, ésta nos resulta muy ingrata, muy solitaria, pero encantadora y necesaria. El oficio de escribir es duro y único, sea en el teclado del ordenador o con pluma de ganso, pero no creo que esté tan feliz en mi vida como cuando escribo algún texto. 






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Rafael Ortega